Cuarenta y siete

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Fueron unas vacaciones muy interesantes, a la par que extrañas, sobre todo porque no regreso solo a Oaxaca. Para empezar, porque me sentí como un adulto regresando a la casa de mi mamá después de haber hecho vida independiente. El hecho de volver a Toluca como si nunca hubiera vivido ahí me hizo sentir un remolino de emociones en el estómago. Pero todo esto se vino abajo cuando vi la cara de mi mamá esperándome en el aeropuerto de Toluca.

—¡Diego, mi amor! —grita desde la zona de espera.

Corro con mi maleta hacia ella y casi nos caemos por la efusión de nuestro abrazo. 

—Te extrañé tanto, mi Diego —y me aprieta contra su pecho, como quien tiene ganas de no soltarme jamás. 

—Yo también te extrañé muchísimo, má —respondo. 

—Pues no parece, porque últimamente no me mandabas ni un solo mensaje —me reprocha. Pero al instante me regala una sonrisa enorme que me hace saber que no hay problema alguno entre nosotros. 

De modo que todo el trayecto, y hasta la hora de la cena, no paramos de hablar sobre Oaxaca, los López, Javier, la secundaria... Me ve tan emocionado que me interrumpe y dice: <<Luces más feliz allá que aquí, Diego>>.

—Algo así, má... Allá aprendí a adaptarme rápidamente, algo que aquí me costó. Sé que tenía a mis amigos, aunque nada era lo mismo sin Temo. Y he descubierto muchísimas cosas nuevas, tanto de mí, como de la vida en general...

—¿Y si nos mudamos un tiempo para allá, Diego? —pregunta sin más, a mitad de un bocado de tamales canarios. 

Mi cara se queda estupefacta unos instantes y no sé cómo reaccionar. Sé que Toluca ya no es lo mismo para mi mamá después de que papá nos dejara. Siempre dijo que Toluca era mucha ciudad para lo que ella podía soportar, y no había un día en que no pensara en su vida en Morelia.

—¿Hablas en serio? —pregunto un poco emocionado.

—¡Claro! Podríamos empezar de nuevo los dos, en una ciudad que al parecer te ha enamorado. Además, estás terminando la secundaria y sería bueno que continuaras la preparatoria en la misma escuela. Allá tienes a Temo y yo a Pancho, quien siempre fue como un hermano para mí. ¿Qué opinas?

—Nada me haría más feliz que tenerte en Oaxaca, mamá... —y terminamos la conversación con un fuerte abrazo.


***


El resto de vacaciones me la paso pensando si decirle a Javier y los López el hecho de que regreso a Oaxaca acompañado de mi mamá. A veces decido que no, para darles a todos la sorpresa. Pero luego pienso que, quizá, sea un cambio muy drástico para todos. Por su parte, mi papá es partidaria de sí avisarles, aunque sea a Pancho, que es lo terminamos haciendo.

—Cholesito, de mi cielo —escucho y veo a Pancho desde el celular de mamá—. Felices fiestas, ¿cómo estás?

—Felices fiestas a ti también, Pancho. ¿Cómo han estado?

—Pues aquí, reponiéndonos poco a poco y comenzando una nueva vida. Extrañando al Diegochas, claro. 

—No tienen que extrañarlo más, Pancho, que mi hijo regresa pasado mañana... —responde mamá. 

—Esas sí son buenas noticias... —comienza a hablar Pancho, pero rápidamente es interrumpido por mi mamá. 

—Pero no regresa solo.

—¿Cómo dices, Chole? —pregunta algo confundido. 

—¡Que yo también me voy con él! —agrega finalmente. Y al momento puedo ver cómo Pancho se torna en pura confusión y sorpresa—. Pero no apures por recibirnos, porque ya estuve viendo eso del hospedaje y en dónde voy a trabajar y demás...

Era cierto, resulta que mamá llevaba considerando la idea de mudarse a Oaxaca desde hacía un par de meses. De modo que ya había estado haciendo llamadas, ahorrando dinero y haciendo varias gestiones para conseguir trabajo como maestra en una universidad de allá y rentar un pequeño departamento cerca del edificio de los Córcega.

En ese momento decidí no formar más parte de la videollamada y me despedí amablemente. Me acosté en mi cama y le mandé un mensaje a Temo: <<Ya los quiero ver... llevaré sorpresas>>. Y solo dije eso, pues no estaba dispuesto a decirle aun que me llevaría a mi madre conmigo.

Después le mando un mensaje a Javier diciéndole que lo extraño. Aunque no ha pasado un día sin que hablemos o nos mandemos textos, eso no implica que no sea cierto que lo extrañe de forma física. 


***


Llegamos al aeropuerto de Oaxaca el sábado por la mañana, dos días antes de regresar a la escuela. Pancho López nos espera y trae consigo a los gemelos.  Al parecer se organizaron entre ellos para no decirle a Temo que llevaré a mamá y me mudaré de su departamento. Y, aunque creo que le gustará ver a mi mamá, no sé cómo le vaya a caer el hecho de que me mude de su casa, sobre todo porque, de su tiempo en Oaxaca, llevamos más viviendo juntos que separados. 

—¡Bienvenidos a Oaxaca! —dice Pancho con los brazos bien abiertos. 

Saludos al trío de López y emprendemos camino al edificio. Pancho nos invitó a comer y nos dio la sorpresa que encargó a un grupo de mudanza ir preparando unos cuantos muebles en nuestro nuevo departamento, de modo que al llegar no nos sintiéramos tan fuera de casa. Nuevamente comprendo que tenemos en los  López un tesoro muy grande.

—¡Señora Chole! —exclama  Temo— ¡Qué sorpresa encontrarla aquí!

—Temo, te he dicho muchas veces que no me digas señora, me haces sentir más vieja de lo que soy. 

—Pero, cómo... ¿viene de visita? —quiere saber mi amigo.

—En realidad no,  Temo —intervengo—, mi mamá y yo decidimos mudarnos aquí, a Oaxaca. 

El rostro de mi amigo es una mezcla de alegría y decepción. 

—¡Órale! ¿Y por qué no me dijiste nada? Pudimos haber organizado una fiesta de bienvenida o algo así. 

Me bastaron esas palabras para saber que  Temo no estaba enojado conmigo, pues él, más que nadie, estaba consciente de la importancia de la familia en nuestras vidas. 

Comemos mole poblano, cortesía de Pancho y doña Blanca. Y después me quedo platicando un tiempo a solas con Temo, mientras mi mamá y su papá discuten algunas cosas en la cocina. 

—¿Cómo sigues con Aristóteles? —pregunto, pues básicamente hay novedades a diario. Un día están bien y se hablan como sin nada, pero al día siguiente la tensión entre ambos en más grande que el estado.

—Anoche dormimos juntos y casi nos besamos.

—¿Qué, qué? —grito de emoción y creo que el edificio entero me escuchó. 

—Es broma, Diego —responde riéndose—. Pero casi...

—Conmigo no me vengas con esas bromitas, Cuauhtémoc López, casi me da un infarto y terminé asustando a toda la colonia con mi grito. Pero, a ver, explícate.

—Pues anoche me invitó a ver las estrellas, con el pretexto de esperar a los Reyes Magos. Y bueno... dijo que si aceptaba una velada a su lado, como en los viejos tiempos. Al principio me vi tentado a negarme, pero al final accedí porque una parte de mí me llamaba a salir con él.

—¡Qué emoción! ¿Y qué más? 

—Llevó papitas y galletas con leche chocolatada. Y su piano. Estuvo tarareando un par de canciones antes de animarse a hablar. Le pregunté por qué me había citado. Dijo que era para ver si los Reyes le traían el regalo que había pedido...

—¿Qué cosa? —quise saber de inmediato.

—Pasar una noche conmigo.

COMENZAR DE NUEVODonde viven las historias. Descúbrelo ahora