Treinta y nueve

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Trato de tranquilizar a Temo, quien lanza mi celular al sillón y comienza a caminar lentamente hacia donde me encuentro, todavía en la cocina, entre los trozos del vaso que acaba de destruirse. Su mirada está fija en mí y su quijada está tensa, tiene ambas manos cerradas en puño y su andar es pausado pero decidido. 

—Temo, amigo mío, tranquilízate —exclamo, haciendo una señal de paz con mis manos—, te aseguro que todo tiene una explicación bastante lógica. 

—¡Cállate! —me interrumpe—, sabes perfectamente lo que siento por Aristóteles y todavía tienes el descaro de decirme que me calme después de lo que hiciste. Diego, ¿tienes una idea de lo mucho que he sufrido por culpa de ese tipo? Llevo meses tratando de sacármelo de la cabeza y lo único que haces tú es aprovecharte de mi vulnerabilidad. 

—Cuauhtémoc, no digas eso, te juro que...

Pero no me da oportunidad de terminar con mi oración, porque me tira de pronto un puñetazo en la cara, justo debajo de mi ojo derecho. El impacto del golpe me deja atontado unos segundos, y solo cuando consigo recobrar el equilibrio logro cubrirme la cara de un segundo puñetazo. 

—Pensé que eras mi amigo, Diego —bufa con los dientes apretados, mientras me acorrala al fondo de la cocina. Yo me cubro la cara con una bandeja de metal que estaba encima del banco, pero la furia de Temo es capaz de abollarla en caso de que me tire un nuevo golpe. 

—Temo, escúchame, en serio hay una explicación —me defiendo. 

—Pues no me importa, y en este mismo instante te largas de mi casa. Ve al cuarto y saca tus cosas en este momento.

—¿Y a dónde quieres que me vaya? —pregunto confundido. 

Está a punto de atizarme un nuevo puñetazo cuando escucho los gritos de los mellizos, Julio y Lupita, quienes acaban de entrar en la sala. 

—¿Qué estás haciendo, Temo? —pregunta Lupita un poco asustando. 

—Sí, ¿por qué te quieres moquetear al Diego? 

—No se dice moquetear, Julio, se dice golpear —le corrige su hermana.

Aprovecho la aparición de los mellizos para escapar de la cocina y resguardarme detrás de ellos, en la sala. Temo me ve y se deja venir nuevamente, furioso como nunca.

—¡Te estoy diciendo que te largues!

—¿Por qué quieres correr a Diego, Temo? ¡Él es casi de nuestra familia! —le reprende Lupita, todavía con un tono de miedo en su voz. 

—Diego no es familiar de nadie, ni siquiera llega a ser nuestro amigo, por eso le estoy pidiendo que se vaya —suena un poco más calmado, pero todavía seguro a desaparecerme del lugar. 

—¡Háblale a papancho! —le ordena Lupita a su hermano, quien sale corriendo al instante.

—Temo, ya párale, es en serio. Déjame darte una explicación, ese mensaje no es lo que parece. 

—¡No! ¿Y sabes qué tampoco es lo que parece? Nuestra amistad y tu relación con Javier: todo es una vil mentira. ¿Cómo pude estar tan ciego? —ahora su coraje se convirtió en impotencia, dejando salir un par de lágrimas de sus dolidos ojos—. Por eso no te quiero ver más, así que salte de mi casa. 

—Temo...

—Te sales por las buenas o te saco yo.

Apenas mi amigo dijo esa frase aparece Pancho en el lugar, vestido con su pijama, con Julio detrás de él; probablemente ya estaba dormido. 

—¿Alguien podría explicarme que está pasando aquí? —pregunta, confundido. 

—Temo se volvió loco, papancho —exclama el pequeño.

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