Veintiseis

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Regreso a mi habitación, todavía sorprendido y confundido por lo que acaba de suceder. Temo luce tan tranquilo como antes, recostado en su cama, revisando su celular. 

—¿Qué demonios acaba de suceder, Cuauhtémoc? —pregunto, cerrando la puerta tras de mí.

—¿De qué hablas? —responde, de forma inocente, alzando la mirada. 

—Me besaste... enfrente de Aristóteles... ¿por qué?

—No sabía que Aristóteles estaba ahí, lo juro. 

—¡Por favor, Temo! —contesto indignado—, es obvio que sabías que estaba ahí. 

—De cualquier forma, fue solo un beso. 

—Temo... en serio, antes te habría aceptado todos los besos que desees, pero en este momento es algo complicado y, no sé... me confundes —insisto. 

—Diego, fue la emoción del momento —añade—. Buenas noches. 

Temo se da la vuelta sobre su cama y se echa encima sus cobijas, cubriéndose hasta la cara. Intento continuar con la conversación pero es inútil, pues no responde a nada de lo que le digo. 

—Buenas noches —finalizo nuestra plática. 


***


A la mañana siguiente, al salir del departamento, nos encontramos con Aristóteles en las escaleras. Voltea a vernos, frunce el ceño y baja las escaleras a toda prisa. 

—¿Y ustedes qué se traen? —pregunte Pancho—. El Aristófanes salió volando como alma que lleva el diablo, me cae. 

—Nada, papancho. Una pequeña pelea —responde Temo. 


***


En la escuela, el día se me hace eterno. Son solo siete horas de clase, pero a mí me parecen veinte años. No paro de pensar en Javier y su lesión, pues justamente ahorita le están operando. He tratado de comunicarme con él, pero no responde a mis llamadas y mis mensajes ni siquiera me aparecen como leídos. 

Además, es perceptible por todos en el salón la tensión que existe entre Temo y Aristóteles. Hasta Beto está extraño, quizá por la lesión de su hermano, pues ni siquiera ha hecho su estúpido comentario diario sobre mis amigo y mi vecino. 

—Temo, necesitas arreglar esto de forma madura —digo en voz baja, mientras respondemos en pareja unos ejercicios de nuestra clase de inglés. 

—No hay nada que se pueda arreglar, Diego, Aristóteles y yo somos simples compañeros ya.

—Pero al menos deberían cerrar su relación de amistad de la mejor forma, no así...

—Ya pensaré en algo... —murmura, concentrándose completamente en su cuaderno—. Y hablando de hablar, ¿cómo vas con Javier? ¿Piensas ir a verlo en la tarde? 

—No lo sé... Quiero verlo, pero no creo que él tenga las mismas ganas. Le llamo y no contesta, le mando mensajes y ni siquiera se molesta en abrirlos.

—Podrías presentarte hoy y demostrarle que verdaderamente te importa —me aconseja. 

—Quizá... —guardo silencio y vuelvo a prestar atención a mi trabajo, al poco rato hablo nuevamente—: Tienes razón, voy a ir a verlo. ¿Podrías avisarle a Pancho que hoy no llegaré a comer? 

—¿Cómo que no vas a comer con nosotros? —pregunta sorprendido. 

—No quiero durar poco tiempo en el hospital, así que mejor me compro ahí algo de comer y aprovecho para alargar mi visita... ¡Es más! Hasta puedo adelantar mi tarea ahí con él, en su habitación...

COMENZAR DE NUEVODonde viven las historias. Descúbrelo ahora