Treinta y tres

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De camino al edificio no paro de pensar en lo que acaba de sucederme, y por consiguiente, no puedo eliminar la sonrisa que invade mi rostro. Todavía no consigo asimilar que he besado por primera vez a Javier, no termino de creer en que eso finalmente sucedió. Me sorprendo a mí mismo y en mi incesante deseo de besarlo que, hasta ahora, no había captado que lo tenía. 

Al subir las escaleras me encuentro que Temo viene del piso superior, cargando una cesta para ropa vacía. Viene escuchando música, por lo que se percata de mi presencia, hasta que estoy con mis brazos alrededor suyo. 

—¡Sorpresa! —grito. 

—¡Ay! —se asusta Temo, soltando al instante la canasta vacía—. ¡Me asustaste, Diego!

Suelto una pequeña risita, mientras mi amigo pone en pausa la música de su celular y se quita los audífonos de sus oídos. 

—Hasta que apareces,  Diego, papancho ya me estaba pregunte y pregunte que dónde estabas. 

Intento responder pero es inútil, no puedo hacer otra cosa que no sea sonreír tontamente. 

—¿Qué pasa? ¿Por qué sonríes como desquiciado? —me pregunta al tiempo que se percata de mi estado actual. 

—Por fin pasó —respondo. 

—¿Qué cosa? ¿Por fin pasó qué?  

Trato de mantener el suspenso, pero es inútil pues enseguida exclamo: <<¡Ya nos besamos!>>. Y ahora la cara de sorpresa de Temo es la que vale oro. Vuelve a soltar la canasta vacía y me mira con ojos llenos de emoción y alegría. 

—Quieres decir que Javier y tú...

—¡Sí! —suelto todavía más emocionado y acto seguido Temo me acompaña con sus gritos de felicidad. Llevo mis brazos alrededor suyo y nos fundimos en un abrazo, mientras brincamos y damos vueltas como dos niños chiquitos que acaban de descubrir la clave para que sus carros de carreras avancen más rápido por la pista que acaban de improvisar sobre la calle. 

Seguimos con nuestro abrazo un par de segundos más, hasta que me percato que hay alguien más junto a nosotros: Aristóteles. 

—¿Qué onda, Aristóteles? —digo, separándome finalmente de los brazos de Temo. 

—Temo, quería hablar contigo pero ya veo que estás muy... ocupado en otras cosas —suelta duramente nuestro vecino. 

—¿Qué quieres? —pregunta mi amigo. 

—Nada, nada, mejor luego lo hablamos —y da media vuelta de regreso a su piso. 

—Si quieres ve a hablar con él —exclamo. 

—No, cómo crees, si tanto quiere hablar conmigo ya me buscará en otro momento, ahorita es más importante otra cosa —y mirándome con picardía agrega—: me tienes que contar hasta el último detalle de tu beso con Javier. 


***


Finalmente Temo decidió irse a dormir, luego de una charla super intensa y llena de emociones sobre mi primer (o primeros mil) besos con Javier. Pude notar cómo la alegría inundaba su rostro, pero muy en el fondo pude percatarme de un dejo de tristeza y melancolía, seguramente por imaginarse algo similar con la historia de Aristóteles y él. 

Es hasta en entonces que recuerdo dos conversaciones pendientes que debía realizar esa noche: la primera es la charla con mi mamá, que interrumpí de súbito para seguir en mi sesión amorosa con Javier; mientras que la segunda, es Javier mismo, con quien no he tenido contacto desde que salí de su casa y creo tenemos varias cosas que hablar. 

COMENZAR DE NUEVODonde viven las historias. Descúbrelo ahora