Nueve

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Por fin llegamos al edificio. El camino de regreso se me hizo eterno. El hecho de saber que Temo estaba enojado conmigo y Aristóteles era, de cierta forma, su consuelo, me puso muy triste. Al mismo tiempo me enojé conmigo mismo. Ciertamente había accedido a venirme a vivir a Oaxaca con la remota idea en la mente de recuperar el amor de Temo y comenzar de nuevo nuestra relación.

Es egoísta de mi parte pensar en eso sin antes haberlo hablado con mi amigo. Si bien había acompañado a Temo en todo su proceso de enamoramiento con su vecino, también fui testigo de cómo éste lo rechazó por no ser gay. Siendo sinceros, Temo debería de seguir viendo a Aristóteles como su amigo y vecino, y aprovechar que ahora estoy aquí para darnos una nueva oportunidad.

Aristóteles se despide de nosotros y sube hacia su departamento, por lo que nos quedamos Temo y yo solos.

—Diego, tenemos que hablar —me dice, con un notorio tono de molestia en su voz.

—Lo mismo te iba a decir —revelo.

—Sígueme —me indica y me guía escaleras arriba. Llegamos a la azotea del edificio, un espacio tranquilo y vacío. Nos sentamos encima de unas cubetas.

Está comenzando a ocultarse el sol, por lo que la vista desde aquí es majestuosa. Es mi primer atardecer en Oaxaca y creo que nunca podré olvidarlo. El cielo se torna naranja, con unas nubes rosas a la distancia. Me giro para ver a mi amigo y descubro que él ya me estaba viendo.

—¿Qué pasa? —pregunto.

—No me has respondido a mi pregunta —responde—: ¿Por qué viniste a Oaxaca?

Sabía que este momento llegaría. No puedo aparecerme así en la vida de una persona sin dar explicaciones. Lo mínimo que puedo hacer es ser completamente sincero.

—Tu papá fue el de la idea —admito—. Hace unos días me habló por teléfono y me dijo que estaba muy preocupado por ti desde que le confesaste que eras gay. Por cierto, me sentí un poco defraudado porque no me contaste que hablarías con tu papá sobre eso, pero ahora no importa.

>>Resulta que Pancho, aunque parezca que lo está llevando con naturalidad, está muy nervioso. Me confesó que ha estado tomando terapia con un psicólogo y ha estado contando estas cosas también con una amiga suya, creo que se llama Susana.

No sé leer la cara de Temo, por un lado muestra sorpresa y fascinación, pero una sombra en su rostro me da la señal que algo de mi narración le molesta. Continúo diciendo:

—De cierta forma, Pancho sospechaba que tu relación con Aristóteles era más allá que una amistad, al menos para ti, y había visto cómo últimamente ya no se hablaban ni hacían nada juntos. Me imagino que tu papá, aunque nunca estuvo seguro, sabía lo mismo que yo: que Aristóteles te había roto el corazón.

>>Entonces a Pancho se le ocurrió la grandiosa idea, apoyado de su amiga, en invitarme a mí a Oaxaca, para que así tuvieras al menos un amigo contigo, ya que con Aristóteles ya no había tanta cercanía... Y digo "había" porque al parecer ya son inseparables y se llevan muy bien.

Esperé a que Temo procesara la información de mi relato. Aproveché esos segundos de silencio para volver a mirar la puesta del sol, que ya estaba llegando a su fin.

—Quisimos comenzar de nuevo —escuché finalmente.

—¿A qué te refieres?

—Aristóteles y yo —al decir esto, mi amigo se acercó más a mí y sentí como nuestros costados se rozaban—. No te lo dije, no sé por qué. Supongo que no quería que me regañaras o algo así.

—¿Y por qué debería de regañarte? —quise saber.

—Pues por estar todavía con la esperanza de que algo pasara entre él y yo. Aunque Aris fue muy directo diciéndome que no era gay y no me veía de la misma forma que yo a él. Aun así, pensé que si te lo contaba... —interrumpió su frase.

—No te regaño y no me molesta. Por el contrario, me da gusto que recuperaran su amistad. Pero si te soy sincero, acepté la invitación de Pancho para hacerte compañía ahora que estabas separado de Aristóteles. Viendo cómo está el panorama, mi presencia aquí ya no tiene mucho sentido —terminé de decir y le ofrecí una sonrisa a mi amigo.

—¿Y seguro que nada más aceptaste venirte a Oaxaca para ser mi amigo?

—Sí... —mentí.

El sol terminó de ocultarse y, en pocos segundos, la oscuridad comenzó a hacerse notar. Después de un par de minutos en silencio, me animé a decir: <<También vine porque extrañaba mucho a mi mejor amigo>>.

—Yo también te extrañaba, Diego.

—Pero también extrañaba otra cosa...

Dicho esto le tomé el rostro con mis manos y lo fui acercando lentamente a mí. Mi corazón latía con fuerza, después de tantos meses tenía a Temo cerca de mí.

Él cerró los ojos.

Yo cerré mis ojos.

Y nos besamos.

Fue un beso pequeño, igual que el primero que nos dimos años atrás. Se notaba que ambos no habíamos probado los labios de nadie más, por lo que nos reconocimos al instante. Nos alejamos un poco y nos miramos, pero al instante nuestras bocas ya estaban buscándose.

—Creo que yo también extrañaba esto —confesó Temo.

—Aristóteles nunca lo haría como yo —bromeé.

Era la hora de cenar, pero ni Temo ni yo queríamos abandonar el lugar y momento en que nos encontrábamos, así que le mandó un mensaje de texto a Pancho diciendo que ya estábamos en el edificio, pero que estábamos en medio de una conversación muy importante en la azotea, así que le pedía nos guardara la cena y después la recalentábamos nosotros.

<<Muy bien, Temístocles, pero no se desvelen tanto que mañana hay escuela>> respondió.

De este modo continuamos charlando cerca de una hora. La Luna ya se encontraba en lo alto del cielo y las estrellas nos acompañaban con sus destellos. Si algo le envidio ahora a esta ciudad es la poca contaminación de luz que tiene. Ya quisiera yo que en Toluca la visión del cielo fuera tan clara como aquí.

—Yo creo que ya volvemos al departamento, ¿no te parece? —me pregunta Temo—, mi papá se duerme temprano y mejor llegamos antes de que se acueste.

De esta forma regresamos a nuestra casa, cenamos y nos fuimos a nuestra habitación. Mañana será mi primer día de clases y me siento un poco nervioso. No es común que lleguen alumnos nuevos a medio ciclo escolar, lo único bueno es que, al menos, ya conozco a dos de mis compañeros.

—Usualmente nos despertamos a las seis y media, para alcanzar a bañarnos y desayunar —me explica Temo. Pero a mí, sinceramente eso de despertar tan temprano no me gusta tanto.

—Yo creo que mejor me baño ahorita, sirve que en la mañana duermo aunque sea media hora más.

Entro a la regadera y no soy capaz de despegarme la imagen de Temo y yo besándonos. No tienen idea de cuánto extrañaba eso.

Termino de bañarme, y acabo de salir cuando caigo en cuenta que olvidé traer conmigo mi pijama. Así que prefiero salir únicamente con la toalla amarrada a la cintura. Es mejor eso que volverme a poner mi ropa sucia. Así que me dirijo a mi habitación por la ropa, para después regresar a vestirme al baño.

Entro al cuarto y todas las luces están apagadas. Al parecer Temo ya está dormido. Me acerco al clóset y tomo mi pijama. Estoy a punto de regresar al baño pero me gana la flojera. Si está oscuro y Temo duerme, no tiene nada de malo que me vista dentro de la habitación.

Termino de vestirme y me meto a mi cama. Es sumamente cómoda y me llega el sueño al instante. Sin embargo, antes de que logre conciliar el sueño, escucho que Temo me dice algo:

—Es mala idea dormir con el cabello mojado, Diego —su voz suena apagada por su cercanía con la almohada.

—No volverá a pasar, usualmente me baño con más tiempo antes de acostarme —acto seguido sacudo mi cabello para que algunas gotas de agua caigan sobre mi amigo—. Buenas noches, Temo.

—Buenas noches, Diego.

Recuesto mi cabeza en mi almohada, cuando Temo vuelve a hablar:

—Para la próxima vístete con la luz encendida.

COMENZAR DE NUEVODonde viven las historias. Descúbrelo ahora