Veintiocho

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Llevo esperando a Temo afuera del baño poco más de diez minutos. Me dijo que volvía enseguida, pero algo en mí me invitó a seguirlo porque supuse que algo andaba mal. Así que me acerco a los baños del primer piso y me dedico a esperarlo, pero cuando pasan los minutos comienzo a preocuparme.

—¿Temo, todo bien? —pregunto, dando un ligero toquido a su cubículo, pero no hay respuesta—. Temo, sé que estás ahí, ábreme la puerta, por favor.

—Estoy bien, Diego, regresa al baile —me dice. 

—Temo, no pienso regresar sin ti, sal por favor —pido.

Finalmente escucho que se abre el seguro de la puerta, la empujo y me encuentro a Temo recargado en la pared, con los ojos llorosos. 

—Temo... —me acerco a él, adentrándome al cubículo. 

—¿Por qué me hace esto, Diego? ¿Por qué Aristóteles me hace esto? —pregunta, dejando caer nuevas lágrimas sobre su rostro. 

—No te agobies por esto, Temo... —comienzo a hablar. 

—¡Pero es impensable lo que se atreve a hacer! ¿Quién le va a creer a Aristóteles que es novio de Sonia? 

—¿Por qué lo dices? —inquiero confundido.

—Solo... vámonos a casa —agrega.

Sale del baño limpiándose los ojos con un pedazo de papel. El maquillaje de su rostro se corrió ligeramente, dejando una mancha oscura donde antes había la forma de un esqueleto.

—Espérate, Temístocles, ¿por qué vas tan enchilado? —escucho preguntar a Pancho, pero mi amigo se dedica a ignorarlo, pasando de largo frente a él—. ¿Qué le pasó al Temo? 

—Ay, Pancho, larga historia —respondo, tratando de tranquilizarlo—. Pero mejor nos regresamos al edificio. 

—¿Cómo que se regresan? ¿Y quién los va a llevar? —pregunta.

—Supongo que nos iremos caminando —añado.

—¡Para nada! ¿Cómo creen que los voy a dejar que caminen solos por las calles Oaxaca y vestidos así? Espérense a que den los resultados del concurso y los llevo de regreso.

—Pancho, si quieres ve con ellos —interviene Susana, con quien Pancho estaba platicando muy alegremente hasta antes de ver correr a  Temo—. Si gustas, yo puedo llevar a los mellizos contigo cuando me lleve también a Sebas. 

—N'hombre, cómo crees, Susanita...

—Pancho, insisto. Temo no se veía nada bien —ambos voltean a verme y yo termino por asentir con mi cabeza, dando a entender que, efectivamente, mi amigo no se encuentra del mejor modo. 

—¡Vámonos pues! Mil gracias, Susanita, cualquier cosa que necesites me echas un telefonazo —y salimos Pancho y yo de la escuela, con la esperanza de encontrar a Temo cerca.

—Dijo que se iba a regresar al departamento, Pancho —grito, mientras encendía el motor de La Burra. 

—¿Pero por qué se puso así mi Temístocles? 

—Porque vio a Aristóteles besándose con una niña en el baile. 

—¿El Aris? ¿Pues que no se supone que también es...?

—¡Yo ni sé nada, Pancho! —lo interrumpo con un grito. 

Arrancamos en la camioneta, recorriendo la misma ruta que debemos seguir a pie para llegar al departamento. Nos encontramos con Temo un par de cuadras más adelante, caminando a toda velocidad con el ceño fruncido y los brazos cruzados, cubriéndose de frío que comienza a sentirse ya en Oaxaca. 

COMENZAR DE NUEVODonde viven las historias. Descúbrelo ahora