Treinta y cuatro

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Apenas puse un pie en la escuela y ya quería regresarme al departamento. Corrección, ya quería regresarme incluso a Toluca. Las burlas y comentarios groseros de gran parte de los alumnos de la secundaria y prepa no se hicieron esperar. Y el hecho de tener a Temo a mi lado tampoco ayudaba mucho a librarme de los insultos y risas de esos idiotas. 

Entre todos, el que mostraba su sonrisa más amplia era Beto, asomándose desde el pasillo del segundo piso, afuera de nuestro salón. Más que satisfecho por si labor y los resultados de la misma. 

Sin embargo, de Javier, ni sus luces.

Anoche, después de ver nuestro video en Facebook traté de comunicarme enseguida con él, pero por más mensajes que le mandé nunca respondió; cuando intenté llamarle, me mandó directamente a buzón, como si lo hubiera apagado al instante. 

—No les hagas caso —me pedía Temo, pero era inútil. El camino de la entrada de la escuela a nuestro salón se hizo eterno.

—¿Qué pasó, florecita toluqueña, ya se te quitó lo macho y envalentonado? —me pregunta Beto, de brazos cruzados y con la sonrisa amplia sobre su rostro. 

—¿Dónde está tu hermano? —pregunto. 

—¿Y a ti qué te importa dónde está Javier? Si subí el video es para que se mantuvieran lejos, ¿no captaste la indirecta? 

Y sin pensarlo dos veces solté el puñetazo más veloz y fuerte que he dado en mi vida. Tampoco es que sea una persona que va por ahí golpeando a medio mundo, pero esta ocasión lo merecía. 

Beto, como era de esperarse, tras recuperarse de la sorpresa, me regresó el golpe, aunque logré esquivarlo a medias, dándome únicamente un roce en la quijada. Temo, a mi lado, trataba de frenar la pelea, mientras que los amigos de Beto lo alentaban a seguir propinándome golpes. Sin darme de cuenta de cómo o cuándo, ya tenía a Aristóteles de mi lado, defendiéndome y golpeando a mi agresor. 

—¿Qué sucede aquí? —llegó la maestra Diana, frenando la pelea al instante, y sin darnos tiempo de responder, agregó—: Los tres, a mi oficina. 

Temo trató de acompañarnos, pero por esta ocasión no le fue permitido por orden de la directora. De este modo, entramos los tres detrás de la maestra, todos con moretones en la cara. Beto, por su parte, sin rastro alguno de la sonrisa burlona de minutos atrás.


***


Salgo de la oficina y es ahora Temo quien me espera afuera, sentado sobre las sillas de recepción. Por unos instantes siento los papeles invertidos que experimenté en mi primera semana de clases, cuando fui yo quien tuvo que esperar a Temo después de su discusión tras el entrenamiento de básquet. 

—¿Qué pasó? ¿Te expulsaron? —pregunta nervioso. 

—Efectivamente... pero solo un día —confieso—. De hecho a los tres nos hicieron lo mismo. Aunque ahora Beto se lleva un acta administrativa por su mala conducta. 

Comenzamos a caminar hacia el patio, Temo para ir al salón de clases y yo para regresar al departamento, pues mi día de suspensión es hoy mismo. 

—No entiendo por qué Aristóteles se metió a la pelea —agrega Temo. 

—Ni yo, pero se lo agradezco... Acá entre nos, ese imbécil sí pegaba fuerte y hubiera perdido de no ser por la intervención de Aristóteles. 

Apenas digo eso cuando aparece nuestro vecino, adelantándose en nuestro camino. 

—¡Aristóteles! —le detengo.

—¿Qué pasó?

—Pues siento que te suspendieran por mi culpa... pero gracias por la ayuda. 

COMENZAR DE NUEVODonde viven las historias. Descúbrelo ahora