Veinte

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Cuando entro a nuestra habitación, contrario a lo que me esperaba, Temo no está llorando. Tan solo está sentado en su silla, mirando hacia su computadora apagada. 

—Temo, ¿te encuentras bien? —pregunto, pero no responde—. ¿Qué haces, Cuauhtémoc?

Me acerco a donde se encuentra y le doy vuelta a su silla, de modo que quede frente a mí. Yo me siento sobre mi cama y trato de mantener contacto visual.

—Supongo que me lo merezco —exclamó mi amigo—. Eso me pasa a mí por ser un estúpido y hacerme falsas ilusiones con alguien que no siquiera valora mi amistad. 

—No creo que eso sea lo que pasa con Aristóteles, tal vez entendimos mal... —empiezo diciendo, pero Temo me silencia al instante. 

—¡Entendí perfectamente bien que mi presencia incomoda a Aristóteles! —dijo poniéndose de pie y dirigiéndose a su mitad del clóset, de donde comienza a sacar su ropa para dormir—. Pensé que cuando me pidió empezar de nuevo con nuestra amistad las cosas mejorarías, pero solo han pasado un par de semanas y todo se fue al caño.

Temo poco a poco se fue cambiando su ropa por su pijama, mientras yo seguía sentado en mi cama, sin saber si decir o hacer algo. 

—Lo que no entiendo es por qué dijo que soy un intenso. Era obvio que él es quien se acercaba a mí de maneras extrañas, ¿o no?—asiento con la cabeza a modo de respuesta—. Así que ahora me parece una idiotez que me eche a mí la culpa

—Deja de moverte por toda la habitación, Temo —señalo, invitándolo a que se siente al lado mío. 

—¡Es que trato de entender qué hice mal! —grita, agarrándose la cabeza con ambas manos, para después dejar caer sus brazos a sus costados en señal de derrota. 

—No hiciste nada malo, es él quien está perdido en su vida —respondo. 

—¿Sabes algo? —dice, acercándose por fin a la cama—, creo que es la señal que me faltaba... ¿Recuerdas la estrella fugaz de hace rato? —a lo que respondí afirmativamente—. Bueno, pues supongo que te puedo contar mi deseo ya que, al parecer, ya se hizo realidad: le pedí una señal que me ayudara a decidir. 

No sé si debería contarle también lo que pedí, aunque quizá no sea buena idea puesto que, en teoría, mi deseo todavía no se cumple. Así que solo me dedico a abrir más mis ojos en signo de sorpresa, como si tratara de comprender la situación. 

—Y bueno, ahora que escucho a Aristóteles diciendo esto, parece ser que era lo que necesitaba... tener la certeza que lo mío con él no puede ser. 

Terminó de decir esto y mi miró con una media sonrisa. Yo no supe cómo interpretar eso, pues no podía creer que Temo estuviera tan tranquilo, tan despreocupado y seguro de haber encontrado la respuesta a sus problemas. 

—Vaya, Temo... eso es... eso es estupendo, ¿no? —alcancé a decir a modo de respuesta. 

—Es el impulso que necesitaba. Creo que por fin podré alejarme de Aristóteles —dijo volviendo a ponerse de pie, con un ademán triunfal. 

Yo solo puedo pensar en dos cosas: primero, qué bueno que Temo se decida a dejar atrás a Aristóteles y salir adelante de su crisis; aunque también pienso en lo difícil que será tener que seguir viéndolo todos los días dentro y fuera de la escuela. 

—Te haré una recomendación, Temo —añadí. 

—Dime. 

—Habla con Aristóteles primero —dije, a lo que mi amigo frunció el ceño—. Yo creo que es mejor dejar las cosas claras. Efectivamente, creo que es buena idea que te mantengas alejado completamente de él, pero hazlo oficial. Platica con él y dile que es lo mejor para ambos. 

COMENZAR DE NUEVODonde viven las historias. Descúbrelo ahora