Treinta y siete

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EL beso apenas dura unos segundos, los suficientes para generar un terrible pánico en mí. Trato de zafarme de los labios de Aristóteles, pero al no conseguirlo recurro a la violencia: le doy una patada que lo obliga a separarse de mí. 

—¿Qué demonios te pasa, pendejo? —grito, cegado por el coraje. 

—Quería saber lo que se siente besar a otro chico —responde mi vecino, todavía con una mueca de dolor en el rostro a causa de mi puntapié. 

—A ver imbécil, no tenías derecho a besarme, sabes perfectamente que Javier y yo...

—Cálmate, cálmate... —me interrumpe al instante—, a ver, a ver, para empezar ni siquiera lo hice por besarte a ti. O sea sí te besé, pero fue porque eres hombre, no porque me gustes.

—¿De qué estás hablando? —pregunto sorprendido, tocándome los labios con mis dedos. 

—Me dijiste que intentara con las dos partes, eso hice: besé a un chico. 

—Eres un tarado —respondo antes de dar media vuelta para regresar al departamento. 

—Aguanta, creo que tenías razón. 

—¿Con qué? 

—Me gustó más besar a un chico —añade un poco avergonzado y bajando notoriamente la voz—. Ven, hablemos —dice, jalándome de mi muñeca y acercándome a las escaleras. 

—¿Qué quieres, Aristóteles? 

—¿Podemos no contarle a nadie de lo que acaba de pasar? —pregunta—. Es más, ¿podrías olvidarlo nosotros mismos? 

—Estás mal de la cabeza, Ari—añado, todavía con una sensación de molestia y sorpresa en los labios. 

—Neta, Diego, necesitaba darme cuenta de qué me gusta. 

—¿Y lo conseguiste? 

—Pues... ahora tengo ganas de seguir con el beso, pero no necesariamente porque fuera contigo, sino porque me gustó. 


***


Entro de nuevo al departamento, no puedo alejar de mi mente la escena de Aris y yo besándonos en el pasillo, la sensación de sus labios contra los míos y sus fuertes manos ejerciendo presión sobre mí.

—¿Qué estabas haciendo? —pregunta Temo, quien sigue en la cocina, pero ahora un poco menos enojado. Su voz me saca del trance y me hace saltar del susto—. Tranquilo, ni te asustes... así has de traer la conciencia. 

—No, es que estaba pensando en cosas... voy al baño. 

Cierro la puerta del baño tras de mí y lo único en que pienso es en aquel maldito beso. Cierro los ojos y aquellas imágenes vuelven a inundar mi cabeza. De pronto, mi celular comienza a sonar. Miro la pantalla pensando en que se trata nuevamente de Aristóteles, pero no, es un número desconocido. 

—¿Bueno? —respondo.

—¡Diego, hola! —escucho la voz de Javier del otro lado de la línea. 

—Javier, qué milagro, ¿ya tienes celular otra vez? 

Me cuenta que ha conseguido convencer a sus papás de regalarle un nuevo teléfono, no tan moderno como el que tenía, pero lo suficientemente útil para estar en contacto conmigo y, en palabras de él mismo, especialmente conmigo. 

—¿Quieres salir al rato? —pregunta.

—¿Hoy? ¡Claro! —escuchar eso me regresa la alegría y me distrae un poco de lo que acaba de suceder—. ¿A dónde quieres ir? 

COMENZAR DE NUEVODonde viven las historias. Descúbrelo ahora