Cuarenta y ocho

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Temo me cuenta cómo Aristóteles y él se pasaron toda la noche acostados en la azotea, mirando el firmamento. Aunque Oaxaca no es tan fría como Toluca en invierno, los dos amigos tuvieron que cobijarse en algún punto de la madrugada.

—Fue mágico, Diego —prosigue mi amigo. —Literal, era todo lo que soñaba hace unos meses.

—¿Y se quedaron toda la noche así? —quiero saber, con una gran sonrisa en mi rostro.

—Sí... Cerca de las 3 de la mañana nos quedamos dormidos, demasiado cerca el uno del otro. No estoy seguro, pero creo que en algún punto de la noche sentí su brazo alrededor de mí...

Se me escapa un grito de emoción y no puedo parar de sonreír y aplaudir.

—¿Y qué pasó, Cuauhtémoc López?  No me puedes dejar con la intriga. 

—Pues despertamos cuando el sol ya nos daba directamente en la cara. Abrí los ojos y lo primero que fueron los chinos de Ari frente a mí... Lo hubieras visto, Diego, verlo dormir fue algo bellísimo. Me le quedé mirando unos minutos, analizando la forma de su cara y, no te voy a mentir, deteniendo mi vista más de lo normal en sus labios. Estuve a nada de besarlo...

—¿Y por qué no lo hiciste? —ahora estoy gritando, exigiendo respuestas.

—Quiero que nuestro primer beso sea especial, Diego. No quiero besarlo si él está dormido y sin su consentimiento, ¿me entiendes?

—Claro que te entiendo, amigo— respondo. —De hecho, me parece muy bien eso que piensas. Pero, bueno, ¿cómo terminó todo?

—Terminé despertando a Aristóteles a la fuerza, porque ya me estaba entumiendo y las tripas me rugían pidiendo desayunar algo. 

—Y al final, parece que los Reyes Magos sí le trajeron su regalo a Aristóteles...


***


Cuando termina nuestra improvisada reunión de bienvenida, Pancho se ofrece para llevarnos a mi mamá y a mí a nuestra nueva casa. Es un edificio cercano, muy similar al de los Córcega, como si toda la arquitectura departamental del centro de Oaxaca siguiera el mismo estilo. El departamento es lo suficientemente cómodo para los dos, aunque evidentemente más pequeño que nuestra casa en Toluca, pero lo importante no es el número de cuartos que tenga una casa, sino quienes habitan en ella. 

—Ya saben que, para lo que necesiten, estoy a un telefonazo de distancia— nos dice Pancho, en el umbral de la puerta, antes de despedirse de nosotros. 

—Mil gracias, Pancho, no sé qué haríamos sin ti, me cae.

—¡Y te aplasta!

Pancho se despide de nosotros con un fuerte abrazo y, segundos más tarde, nos quedamos solos mi mamá y yo. Al principio la sensación no me gusta, pues hay demasiada quietud y silencio, el departamento, aunque pequeño, se siente vacío con todo y los muebles que el papá de mi amigo ya nos había conseguido. No tardo en descubrir que la sensación es parecida al primer día en que mi papá se fue de casa. Y, como si mi mamá me leyera el pensamiento, dice:

—A veces me pongo a pensar qué sería de nosotros si tu papá siguiera con nosotros, si fuéramos todavía una familia como antes.

—Todavía somos una familia, ma— respondo y me acerco a ella. —Nos tenemos el uno al otro, tenemos a los López y no tardarás en descubrir que también tenemos a los Córcega y a muchas otras personas. 

Ambos nos fundimos en un abrazo y nos quedamos así un buen rato, hasta que mi celular comienza a sonar, anunciando una videollamada de Javier. 

—¡Hola, Diego! —dice Javier del otro lado de la pantalla, con una sonrisa que abarca toda la imagen —¿Ya estás instalado? 

—Hola, Javi —contesto—. Sí, justo acabamos de llegar a nuestro nuevo depa...

—Entonces llegué a tiempo —le oigo decir. 

—¿A tiempo para qué?

No terminé de preguntar eso cuando se oye que llaman a la puerta. Me acercó para abrir y me encuentro detrás de ella a Javier; sonríe de oreja a oreja y trae consigo una Rosca de Reyes, sostenida con ambas manos, es entonces que caigo en cuenta...

—¡Ya no usas muletas! —grito y me cuelgo a él en un abrazo. 

—Lo sé, no te dije antes porque quería que fuera una sorpresa, ¿qué te parece? 

—Es una excelente noticia, Javi... Eso y que estés aquí de visita.

—Así que éste es el mentado Javier, ¿eh? —doy media vuelta y veo a mi mamá, igual de sonriente que mi casi novio, mirándolo de arriba para abajo. —Me dijiste que era guapo, Diego, pero no sabía qué tanto...

—¡Mamá! —la reprendo, poniéndome rojo como tomate. 

—No tanto como su hijo, señora... —contesta Javier. 

—¡Javier! —lo regaño ahora a él. Pienso que es imposible estar más colorado.


***


El resto del día nos la pasamos en nuestro nuevo comedor, partiendo rosca y platicando los tres. Javier no para de hacerle preguntas a mi mamá, quiere saber todo de ella: qué estudió, de qué da clases, si ya conocía Oaxaca, qué le pareció la ciudad. En fin, algo me dice que ellos dos se llevarán de maravilla. 

—Estoy muy contenta de que Diego encontrara a un muchacho como tú, Javier —dice mi mamá. —Se ven muy lindos juntos. 

—¿Puedes dejar de avergonzarme, ma? —pregunto.

—Imposible —dice. —Es nuestra función como madres avergonzar a nuestros hijos. De cualquier modo, ya me voy a acostar. Javier, me dio mucho gusto por fin conocerte, aquí eres bienvenido las veces que quieras.

—Muchas gracias, señora —contesta Javier, —, a mí también me dio mucho gusto conocerla.

—Buenas noches, chicos. Diego, asegúrate de cerrar todo con llave antes de acostarte.

Dicho esto, nos regala un beso en la mejilla a los dos y desaparece detrás de la puerta de su habitación.

—Tu mamá es igual de guapa que tu, niño nuevo —me dice Javier al tiempo que me guiña un ojo.

—Javi... —me pongo de pie, lo tomo de la mano y lo arrastro hacia el único sillón que tenemos en la sala— te extrañé mucho. Gracias por venir a visitarme de sorpresa, eras lo único que necesitaba a mi regreso a Oaxaca. 

—Ven acá —dice, aunque las palabras salen justo cuando sus labios ya comienzan a rosar los míos. 

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⏰ Última actualización: Jan 19 ⏰

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