Quince

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Abro los ojos y lo primero que veo es a Pancho mirándome directamente a la cara, muy cerca de mí.

—¡Arriba, bello durmiente! El mercado nos espera. 

¡El mercado! No puedo creer que lo olvidé por completo. Todavía anoche, durante la cena, Pancho me recordó sobre mi primer día de trabajo con él en el negocio de la repartición de verduras. Habíamos estado cenando en silencio, Temo y yo todavía por el susto en que se interrumpió nuestro beso, pero desconozco los motivos para que el resto permaneciera callado.

—No me digas que lo olvidaste, Diegonchas —volvió a decir Pancho. 

—Nada de eso—mentí, poniéndome de pie al instante y corriendo a buscar mi ropa al clóset—. Lo que pasa es que no sonó la alarma... ¿Y Temo? 

—Salió desde temprano, pero no me quiso decir a dónde iba. En fin, apúrate a cambiarte, te veo afuera en cinco minutos. 

—Sí, Pancho, te juro que no me tardo nada. 

A toda velocidad me quité mi pijama y me puse los primeros pantalones que encontré y una playera color azul cerúleo. Trataba de concentrarme en mi labor, pero la duda de dónde podría estar Temo me carcomía los pensamientos. 

Anoche nos quedamos platicando hasta tarde, pero en ningún momento sacó a colación algún pendiente que tuviera que hacer hoy tan temprano. Solo hablamos de lo nuestro, sobre cómo nos habíamos extrañado mutuamente y lo bien que nos caían nuestras sesiones de besos. Aunque siendo completamente sinceros, por primera vez hablamos de los chicos que nos parecían guapos de nuestra escuela o nuestros conocidos.

Todo empezó porque Temo volvió a hablar sobre Javier. <<Viéndolo bien, no está feo>>, me dijo. 

—¿Qué acabas de decir, Cuauhtémoc? —pregunté, mostrándole mi mayor mirada matona.  

—Yo solo digo lo que veo, ¿celos? —me respondió a modo de reta. 

—Tendría celos si Javier me llagara siquiera los talones —dije, mientras hacía el ademán de enseñar los ficticios músculos de mis brazos. 

Después de eso, estuvimos cerca de una hora hablando sobre otros muchachos, compañeros de nuestra antigua escuela y otros amigos en común de Toluca, más uno que otro que ya habíamos visto aquí en Oaxaca.

—Y habiendo tantos guapos, no entiendo cómo te fijaste en Aristóteles —afirmé, tratando de sonar bromista y relajado—. Al parecer estabas urgido, amigo. 

—Con Ari es diferente —respondió enseguida—. O sea, admito que al principio sí me fijé en su físico. ¿Recuerdas el mega oso que hice tirando el pastel el día que lo conocí? Pues lo que me cautivó fueron sus ojos. Y su cabello. Creo que es lo que más me gusta de él, los rizos que le caen por la cara. 

—Gracias por la recomendación, mañana mismo que hago un permanente de chinos en el cabello —agregué. 

—Tú me agradas así como eres. Con Ari es diferente... todo él es diferente. 

Y era hora que todavía resonaba y repasaba una y otra vez esa frase en mi mente: todo él es diferente. ¿Y si Temo salió con Aris a algún lugar? Quizá por eso no me dijo nada y desapareció sin avisar a dónde se dirigía. 

—¡Diego, te estoy esperando! —gritó nuevamente Pancho, sacándome de mi trance. 

Salí corriendo de mi cuarto. Me encontré con Pancho en la sala y de ahí nos dirigimos a La Burra.


***


Son cerca de las dos de la tarde y ya tengo ganas de dormir hasta el día siguiente. Estoy muy cansado y sucio. Pancho y yo cargamos cerca de cien bultos, entre cajas y costales, de una infinita variedad de frutas y verduras. Al principio pensé que lo único que haríamos era vender comida en el mercado, pero no. El trabajo de Pancho consiste en comprar los alimentos y después entregarlos a domicilio, principalmente a tiendas o restaurantes. 

COMENZAR DE NUEVODonde viven las historias. Descúbrelo ahora