Dieciséis

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Al final, Javier y yo quedamos de vernos a las seis de la tarde, en el mismo parque donde nos vimos ayer. Así que todavía me quedan un par de horas antes de que mi reunión para jugar fútbol. Dejo mi celular en el banco de la cocina y me dispongo a preparar algo decente con el pollo y las verduras.

Me decido por hervir los vegetales y, mientras tanto, preparar unas deliciosas pechugas a la plancha, acompañas con una salsa a base de limón y demás especias que encuentro por ahí. Esta receta se la aprendí a mi mamá, y me ha servido para impresionar a más de alguno. 

Dejo las verduras cocinándose a fuego lento, mientras voy bañando cada uno de los filetes de pollo en el jugo que acabo de preparar. Estoy por poner el primero en la plancha de la estufa, cuando aparece Pancho, a toda prisa: <<No manches, ya es tardísmo>>, dice.

—Diegonchas... ¿qué haces aquí? —pregunta cuando me ve en la cocina—: ¿Y qué estás haciendo?

—Quise ayudarle con la comida, Pancho, porque vi que estaba algo ocupado con el pleito de allá afuera. 

—Cállate los ojos, que ahora sí se armó la gorda entre los Córcega y los otros Córcega —como vio mi cara de sorpresa, agregó al instante—: Es que no se si sepas, pero mis vecinos descubrieron que tienen más familia, o sea la familia de Susanita mi amiga. Total que, para no hacerte el cuento largo, las dos señoronas de ambas familias se están peleando por las pertenencias del abuelo.

—Wow. Pues sí que es un problemón, Pancho —respondo, mientras doy vuelta a la primera pechuga de pollo. Al momento, un delicioso aroma se desprende de ella y nos llega a Pancho y a mí. 

—Órales, huele bien riquisisísimo —me dice Pancho. 

—Y sabe mejor, vas a ver —agrego, orgulloso.

Con ayuda de Pancho, quien terminó de preparar las verduras e hizo un agua de tamarindo, dejamos lista la comida poco antes de las tres de la tarde. Para ese momento, Julio y Lupita ya estaban en el comedor, muertos de hambre.

—Julio, ve y háblale a tu hermano —ordenó Pancho. 

—¡Safo! Yo no pienso entrar más al cuarto de Temo —respondió—, ¿qué tal si se me pega lo gay? 

—¡Julio López! Que sea la última vez que dices esas cosas de tu hermano. ¿Cuántas veces te tenemos que repetir que ser gay no es algo que se contagie? Es algo con lo que se nace —alegó Pancho. 

—Sí, Julio —intervine, ante la mirada de molestia del mellizo sentado a la mesa—, tu hermano así nació y si tú no naciste así no tienes nada de qué preocuparte. 

—Pues ya dije que no voy —insistió nuevamente. 

—Voy yo, papancho —terció Lupita, poniéndose de pie y caminando hacia la habitación de Temo. 

Mi amigo apareció segundos más tardes, con el semblante triste, otra vez. Nos sentamos todos en la mesa y me dispuse a sorprenderlos a todos con mi receta secreta de pollo al limón y finas hierbas. Cada uno se llevó un buen trozo de pechuga a la boca, dejando ver en su rostro el disfrute del sabor y la textura de la comida. 

—Me cae que eres rete buen cocinero, Diegonchas —me felicitó Pancho.

—Pues es lo único que sé cocinar —respondió, agregando una risita.

—¿Y por qué no le ayudaste, Temo? —volvió a preguntar Pancho. 

—Estaba haciendo tarea —dijo mi amigo—, además no sabía que Diego estaba haciendo de comer. 

No supe cómo interpretar el tono de su voz. No estoy seguro si estaba molesto o lo decía de buena manera, a modo de tregua. Fuera lo que fuera no estuve dispuesto a seguir averiguando, pues insistí en que terminaran de comer su pollo, antes de que la textura cambiara tras enfriarse. 

COMENZAR DE NUEVODonde viven las historias. Descúbrelo ahora