Ocho

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El resto de la comida Temo no dijo nada. Mientras Lupita y Pancho me preguntaban sobre Toluca y nuestros antiguos conocidos o amigos, él únicamente se dedicaba a comer su carne y sus verduras.

—¿Te parece si al rato me llevas a conocer la colonia? —pregunté una vez que regresamos a nuestro cuarto. 

—Claro, Diego, pero antes debo hacer tarea, ¿me esperas un rato? 

—Seguro, no hay prisa —respondí. Y como no tenía nada mejor que hacer, me puse a deshacer mi maleta. Pancho también se había encargado de reservar un espacio para mi ropa en el clóset, así que, por cerca de treinta minutos me dediqué a organizar mis cosas. Metí mis pantalones y camisas al armario y ordené mis libros y dispositivos electrónicos en el escritorio.

Como no quería seguir molestando a Temo, que parecía estar muy concentrado en su tarea de matemáticas, me fui a la sala. Quería encender el televisor, pero me di cuenta que los mellizos también estaban ahí haciendo su tarea en el comedor. 

—Diego, quiero pedirte disculpas —murmuró Julio por lo bajo.

—Julio, hazlo como se debe —intervino Lupita—. Míralo a los ojos y díselo más fuerte. 

—¡Ay, Lupita! Para empezar, hago esto porque me lo dijo papá, pero yo ni quiero hacerlo. 

—Déjalo así, Lupita —dije, mientras tomaba asiento del otro lado de la mesa—. ¿Quieren que les ayude con su tarea?

—Sí —dijo ella.

—¡No! —gritó él. 

Decidí no darle mucha importancia al asunto de Julio, pero al mismo tiempo me puse a apoyar a Lupita con sus ejercicios de inglés. No es que sea muy bueno para los idiomas, pero se supone que debería saber más que ella por el simple hecho de que yo estoy por terminar la secundaria. Apenas llevamos cinco oraciones sobre la conjugación de verbos, cuando escucho que llaman a la puerta. 

Al parecer, los gemelos no tienen permitido abrir mientras Pancho no está, por lo que Temo me grita desde la habitación si puedo atender yo. Y eso hago. 

Es Aristóteles. 

—¿Qué onda? —me saluda—, ¿Diego, verdad? 

—Sí —respondo con fingida naturalidad— ¿Y tú eres... Sófocles, cierto? 

Quería que sonara a modo de broma, pero al parecer me salió más real de lo que esperaba, así que corrijo al instante: <<Solo payaseaba, Aristóteles>>. 

Lo invito a pasar, pero él me dice que solo venía por Temo, porque habían acordado ir a una tienda del centro para comprar unas cosas. 

—Temo está haciendo tarea —respondo—, pero pásale, a lo mejor y ya terminó. 

Aristóteles entra al departamento y saluda a los mellizos. Ambos le responden el saludo a medias, pues al parecer están más enfocados en su tarea que en ser amables con las visitas. Lo invito a sentarse en un sillón y yo voy a hablarle a Temo.

—Temo, A-ris-tó-te-les vino por ti —juego al pronunciar el nombre del vecino—. Dijo que tenían una cita en el centro. 

Mi amigo se levanta de su escritorio y exclama: <<¡Lo había olvidado! Dile que ya voy, nada más me falta un ejercicio y termino>>. 

Dejo a Temo solo nuevamente y regreso a la sala para atender a la visita. Aristóteles está sentado en el sillón individual, así que me siento delante de él, en el más grande. Ninguno de los dos sabe qué decir, así que solo nos dedicamos a observarnos mutuamente. Viéndolo de cerca, este tal Aristóteles sí está guapo, ya sé por qué le gustó a Temo. 

COMENZAR DE NUEVODonde viven las historias. Descúbrelo ahora