Capítulo XXVI.

605 31 0
                                    




_____ cerró la puerta de la Sala de Juntas. James volvió a cerrar con llave. No la tocó, pero le rozó el hombro con el suyo cuando alargó el brazo hacia la cerradura.

Ella le entregó la bolsa.

—¿Para qué me la das a mí? Póntelo —exigió.

_____ dejó la bolsa en la mesa y sacó la caja de zapatos. Se quitó los que llevaba de dos patadas y se puso rápidamente los de tacón de Louboutin.

—Ya está —afirmó, al tiempo que se volvía hacia él.

—Mucho mejor —asintió—. Ahora la ropa interior.

¿Quería que se desnudara allí mismo?

—Yo no... No puedo hacer eso.

James se acercó a ella y la cogió de la barbilla con dos dedos para mirarla a los ojos. Ella albergó la esperanza de que la besaría y se dio cuenta de que lo deseaba más que ninguna otra cosa que hubiera deseado nunca.

—_____, creo que eres increíblemente hermosa. Y me encanta el hecho de que no seas consciente de ello. Siento el intenso deseo de mostrarte lo bella que eres y quiero experimentar esa belleza por mí mismo. He intentado ser claro contigo. He querido explicarte, lo mejor que he sabido, qué pretendo, qué me gusta. Pero ahora veo que quizá estoy presionándote demasiado en una dirección hacia la que no quieres ir.

Le sonrió y fue una sonrisa de tal magnetismo que ella sintió que algo podía quebrarse en su interior.

—No es que no quiera... ir en esa dirección —reconoció despacio, sin siquiera estar segura de qué estaban hablando—. Es sólo que estoy en el trabajo.

James pareció considerar sus palabras.

—¿Eso es lo que te hace vacilar?

_____ asintió. Probablemente habría otras muchas cosas que la detenían, cosas que no deseaba analizar en ese momento. Pero si la excusa del lugar de trabajo la sacaba del apuro, estaría contenta de usarla.

James le cogió la mano y la atrajo con delicadeza para que se acercara un poco más a él. La miró con tanta intensidad que ella tuvo que apartar la vista. El corazón le atronaba en el pecho.

Le besó el dorso de la mano y _____ lo miró sorprendida. Y entonces él se marchó de la sala.

_____ se tumbó en la cama con la novela que estaba leyendo apoyada en el pecho. Llevaba cinco minutos mirando fijamente la misma página, la misma frase.

Fuera, la lluvia golpeaba la ventana, una intensa lluvia estival que haría que el cálido aire oliera a cemento mojado. Descorrió la cortina y observó cómo el agua formaba riachuelos en el cristal.

Se preguntó si habría cometido un error en la Sala de Juntas. ¿Había sido muy cobarde? Quizá se mereciera esa vida insignificante que tenía. Unos meses antes, había hecho gala de su seriedad y autocontención como si fuera algo de lo que debiera sentirse orgullosa. En Filadelfia nunca le pareció que jugar sobre seguro tuviera un precio. Estudiaba mucho, hacía pequeños trabajos y ahorraba dinero, tenía alguna cita que otra, pero nunca se permitía distraerse o involucrarse demasiado. Lo tenía todo bajo control.

Sin embargo, desde que se había mudado a Nueva York, no le cabía la más mínima duda de que estaba tan ocupada controlando su vida que se la estaba perdiendo sin vivirla. Y ahora había echado a perder su oportunidad con el hombre más increíble que había conocido nunca o que probablemente llegara a conocer, cuando ni siquiera estaba allí su madre para hacer que se sintiera culpable por salir. No tenía a nadie a quien culpar excepto a sí misma.

—¿Quieres ver una peli de pago? —le preguntó Carly desde el salón.

La chica, que aún se estaba recuperando de la traición de su «novio» Rob, estaba en casa sola, algo raro en ella.

—Claro —respondió _____. De todos modos, no podría leer nada.

Saltó de la cama, dejó el libro en la mesilla de noche y se dirigió al salón. Carly estaba acurrucada en el sofá con sus leggings y su camiseta de tirantes. Apuntaba a la televisión con el mando a distancia mientras repasaba las películas disponibles.

—¿Puedo preguntarte una cosa? —dijo _____.

—Claro —respondió la chica, con aire ausente.

—La otra noche insinuaste que quizá las cosas habían ido mal con Rob por una decisión que habías tomado tú o por algo que habías hecho.

Carly se encogió de hombros.

—Esa noche no estaba en mis cabales. En realidad, es su problema que no sea capaz de comprometerse. Nosotras, como mujeres, siempre nos culpamos. Pero son ellos los que tienen el problema.

—Vale, olvida eso. —_____ pensó, aunque no lo dijo en voz alta, que el comportamiento de su compañera no había sido precisamente el de alguien muy comprometido—. Digamos que, en cierto modo, fue culpa tuya. ¿Intentarías arreglarlo o lo dejarías estar y lo atribuirías al destino, a que no tenía que ser?

—En primer lugar, no creo en el destino. Creo en hacer que las cosas pasen.
¿Te ayuda eso?

_____ asintió. Quizá estuviese equivocada, pero Carly empezaba a decir cosas con mucho sentido. Incluso parecía —se atrevió a pensar— una persona sensata. Era como un Yoda rubio y malhumorado.

Sonó el interfono.

—¿Tiene que venir Derek? —preguntó _____.

Carly la miró como si hubiera sugerido que Papá Noel iba a ir a visitarlas.

—Ya te lo dije: Derek fue un sustituto hasta que consiguiera a Rob. Si no hay
Rob, no hay necesidad de Derek.

Eso no tenía ningún sentido para _____. Adiós a Yoda.

Carly se levantó del sofá a regañadientes y apretó el botón del interfono.

—¿Quién es?
—James Maslow. —_____ oyó su voz crepitar a través de la estática del interfono—. Por favor, dile a _____ que baje.

Carly la miró con los ojos como platos y ahogó una risita. Luego vocalizó las palabras «Oh, Dios mío» en silencio.

—Dile que necesito unos minutos —le pidió _____.

Sentía el corazón desbocado. Corrió de inmediato hacia su habitación y cerró la puerta, después de oír cómo Carly transmitía su mensaje.

Si la vida era, como su compañera decía, cuestión de «hacer que las cosas pasaran», entonces, aquélla era su oportunidad, su segunda oportunidad. Y quizá la última.

¿Dónde demonios estaba el conjunto de lencería?  

La Bibliotecaria (James Maslow) [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora