Capítulo XXV.

580 34 0
                                    




La Sala la Juntas estaba menos llena que en la última reunión. Al parecer, sólo estaban presentes los miembros del comité de lectura del premio de ficción, lo que hacía que a _____ le fuera imposible pasar desapercibida.

—Siéntate aquí, _____ —le indicó Sloan, apartando una silla a su lado, mientras ella se sentaba junto a James .

_____ pudo sentir la abrasadora mirada de éste sobre ella, pero mantuvo los ojos fijos en el cuaderno de notas que tenía delante. Pensó en la nota con las instrucciones que había ignorado. Irracionalmente, tuvo un momento de pánico. Luego se dio cuenta de lo absurdo que era eso. ¿Qué más le daba que a él no le gustaran sus zapatos? ¿Quién se creía que era para decirle cómo debía vestirse? Quizá ella prefiriese los zapatos cómodos y la ropa interior práctica. Ella era una persona normal, no una foto de Astrid Lindall en la pared de una galería de arte o Bettie Page en aquel libro.

James dio comienzo a la reunión con un repaso de los candidatos al premio y una fecha límite para que todo el mundo tuviera hecha su selección entre los libros que debían leer. Siguió una discusión sobre la eliminación de una recopilación de relatos cortos, pero _____ apenas pudo seguir ni una palabra de lo que se dijo. La única vez que se atrevió a levantar la vista, James estaba gesticulando con las manos y ella se imaginó esas manos tocándola, ayudándola a vestirse como lo había hecho Jess, pero, a diferencia de la pelirroja, él la rodearía con los brazos y cubriría sus pechos desnudos...

—¿_____? —dijo James .

Ella lo miró y sintió cómo el calor invadía su cuerpo. En cuestión de segundos, tenía la frente húmeda de sudor. ¿Qué le pasaba? ¿Le estaba dando un ataque?

—¿Sí? —respondió.

¿Su voz había sonado normal? No lo sabía. Era tan condenadamente guapo...
¿Cómo podían mostrarse todos los presentes indiferentes a ese hecho? Todos excepto Sloan. _____ no pudo evitar fijarse en cómo su jefa se inclinaba hacia James , sonriendo y actuando de un modo casi atolondrado. Era difícil asociar ese comportamiento con la irritación a la que a menudo tenía que enfrentarse cuando trataba con ella.

—¿Tienes algún comentario sobre las novelas que has leído hasta ahora? Le sonrió paciente.
_____ sintió las miradas expectantes de todos los presentes.

—Esto... sí —respondió—. Acabo de terminar una novela policíaca que me recuerda a Tana French, pero ambientada en el sur durante los años setenta. Sin duda, una aspirante a tener en cuenta.

—Suerte que he dado con alguien con tiempo para leer —exclamó Sloan, como si ella personalmente hubiera encontrado a _____ debajo de una piedra.

—Es una lástima que Margaret no haya podido ayudar este año —lamentó otro de los lectores del comité con añoranza—. Tiene un gusto impecable.

—¿Por qué no puede ayudar este año? —se interesó _____.

Todo aquello había sido una mala idea. Quizá Margaret pudiera ocupar su sitio en el comité. De ese modo no tendría que acudir al trabajo sin saber nunca cuándo la harían meterse en una reunión con James . Era demasiado perjudicial para su tranquilidad. Demonios, era demasiado perjudicial hasta para su respiración.

—Oh, por favor, _____. La pobre mujer apenas puede ver, ni hablar de leerse una pila de libros en un mes —respondió Sloan.

—Tenemos todos los lectores que necesitamos —intervino James —. En cuanto a los escritores, ya es otra historia. ¿Cómo llevamos la sustitución de Jonathan Safran Foer? ¿Alguna propuesta?

Alguien sugirió a Jay McInerney y todo el mundo gruñó:

—¿Otra vez?

_____ sabía a qué escritora deseaba ver en la biblioteca. Acababa de leer por segunda vez State of Wonder. Y le encantaba que Ann Patchett hubiera abierto su propia librería en Nashville cuando todos los demás estaban cerrando.

—¿Qué tal Ann Patchett?

Se oyó un murmullo en la mesa.

—Preferimos a alguien de Nueva York —objetó Sloan—. Necesitamos que asistan a muchos eventos y la gente de fuera de la ciudad siempre pide que se le paguen los gastos de viaje.

—No es mala idea —la contradijo James —. La vi en una reposición del programa «Colbert Report». Es realmente encantadora.

—Es una tremenda defensora de la comunidad de lectores —comentó alguien.

—Exploremos la posibilidad —decidió James —. Incluidla en la lista de candidatos. Y Doris, quizá podrías llamar a HarperCollins y comprobar cómo tiene la agenda.

_____ vio que todo el mundo se levantaba y recogía papeles y bolígrafos. La reunión había terminado.

Se puso de pie de manera apresurada y se colgó el bolso del hombro.

—_____, quédate. Quiero repasar unas cuantas cosas más que necesito que se hagan. Sloan, ¿puedes arreglártelas abajo sin ella un poco más de tiempo?

La mujer estaba visiblemente irritada.

—No puedes convertir esto en un hábito —protestó, pero no dijo nada más. Cuando el último rezagado se retiró, James cerró la puerta. Con llave.
—Adiós a mi teoría de tu sensibilidad sólo para los autores masculinos —
comentó—. Ha sido una buena sugerencia. Me alegra que hayas dado tu opinión.

A _____ el comentario le pareció condescendiente.

—No tengo ningún problema en dar mi opinión —replicó.

—Pero sí tienes un problema en seguir instrucciones. Veo que no llevas los zapatos que te he mandado.

—No quiero llevar esos zapatos en el trabajo —se justificó nerviosa.

Sabía que era absurdo sentirse en falta, como si fuera una colegiala que hubiera incumplido una norma. Pero así era exactamente como se sentía.

—¿Dónde están?

—Bueno... en mi mesa.

—Ve a buscar la bolsa con ellos y la lencería. Y date prisa.

Dio la orden como si no tuviera ninguna duda de que _____ obedecería. Sólo eso fue suficiente para que a ella le entraran ganas de decirle que lo olvidara, que podían divertirse con esos juegos en hoteles y restaurantes, pero no en el trabajo.

Pero algo la hizo contenerse. Se dio cuenta de que, aunque sabía que eso era lo que debería decir, no era lo que deseaba. Lo que ella quería era ver adónde los llevaba todo aquello. Si no lo hacía, si salía huyendo, ¿qué diferencia habría entre ella y su madre?

Sin mirarlo, salió de prisa de la sala y subió la escalera hasta el tercer piso. Pasó a toda velocidad por la Sala del Catálogo con la esperanza de no ver a Sloan. Sería difícil explicar por qué estaba por allí dando vueltas.

Había unas cuantas personas de pie ante el mostrador de préstamos y Alex se estaba haciendo cargo de todo.

—¿Vuelves ya? —le preguntó.

—Aún no, dame unos pocos minutos más —masculló.

Apenas podía pronunciar las palabras mientras su mente iba a mil por hora. Así debía de sentirse uno cuando estaba drogado.

Metió la mano por delante de él y cogió la bolsa.

La Bibliotecaria (James Maslow) [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora