Capítulo LXV.

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Todo el cuarto piso estaba en silencio. _____ se detuvo frente a las oscuras puertas de bronce de la sala 402 e intentó serenarse. Tras unas angustiosas horas dándole vueltas y más vueltas a qué debía hacer, supo que no podría irse de la biblioteca sabiendo que él estaba allí esperándola. Quizá fuera una idiota. O quizá sólo tuviese curiosidad por saber qué haría James . O tal vez estaba enamorada de él. Nunca había sabido qué significaba esa palabra: «enamorarse». Ahora tenía claro que era una manera de decir en código «tengo una excusa para comportarme de un modo estúpido».

Recordó la última vez que había entrado en esa sala y había descubierto a una mujer desnuda abandonada al éxtasis con James detrás, sujetándola por las caderas, con la boca levemente abierta y los brillantes ojos mirándola directamente a ella. Apenas reconocía a la persona que era entonces. Y no quería volver a serlo. Accionó el picaporte, despacio.

Olía a humedad. No se había dado cuenta la última vez, pero el ambiente en la sala estaba cargado y no era del todo agradable. Pero se la veía tan encantadora como la recordaba por su rápida ojeada de aquella vez: la decoración clásica inglesa, los libros desde el suelo hasta el techo y, por supuesto, la robusta mesa de madera.

Esa vez, James estaba sentado y totalmente vestido.

—Cierra la puerta —le pidió.

_____ se dio la vuelta y lo hizo. Se quedó paralizada con la mano sobre el picaporte, diciéndose que debía mantenerse firme. Le diría que había ido para decirle que se había acabado: no más regalos, no más mensajes, no más paquetes. No más sexo.

Él se levantó y se acercó a ella. Cuando sus pasos se detuvieron, _____ se dio la vuelta. Mantuvo la mirada fija en su torso, porque temía que si lo miraba a la cara, perdería toda la fuerza de voluntad.

—¿Recuerdas la última vez que estuviste en esta sala? —le preguntó
James .

—Sí —respondió, sin alzar la vista. Aunque había cierta distancia entre ellos, le llegaba su particular olor y eso hizo que deseara pegar su rostro a él, besarle aquel punto donde el cuello se encontraba con la clavícula.

—¿Qué viste? —preguntó.

—Yo... te vi practicando sexo con alguien.

—Estaba follándome a una mujer —afirmó—. ¿Y sabes qué pasó cuando te fuiste?

—No —susurró.

—Seguí follándomela. Pero imaginé que eras tú.

_____ casi se desmayó. James la sujetó de los brazos.

—Mírame —le pidió.

Ella lo hizo y aceptó que estaba perdida. Era tan guapo... Tenía los ojos fijos en ella, clavados en los suyos, se lo entregaban todo y le exigían lo mismo a cambio.

—Imaginé que eras tú la que estaba desnuda delante de mí, que mi polla se hundía profundamente en tu interior y que era de tus labios de donde salían los gemidos que me suplicaban más. Y entonces me corrí.

_____ se alejó de él y avanzó hacia el interior de la sala. Respiraba con dificultad. Se acercó a la hermosa mesa y sintió que James se movía detrás de ella.

—Desde ese día, he deseado inclinarte sobre ese banco, tener a la de verdad. Ella sintió que los dedos de él se movían sobre los pequeños botones de la
espalda del vestido y se aferró al borde de la mesa. Sabía que debía decirle que
parara, que cada segundo que pasaba allí restaría fuerza a todo lo que había dicho la noche anterior y aquella mañana. Se dijo que cedería sólo una vez más. Una última vez. Su vestido cayó al suelo.

—Quítate la ropa interior y colócate sobre el banco de mármol mirando hacia la puerta.

Con manos temblorosas, _____ se desabrochó el sujetador y se quitó las bragas, dejando ambas prendas en un pequeño montón a sus pies. Caminó entonces, despacio y cohibida, hasta el banco de mármol adyacente a la mesa. Imaginó que alguien entraba en ese momento, del mismo modo que ella había sorprendido a James en su primera semana en la biblioteca y pensó: «Bueno, eso cerraría el círculo». Ésa sería la señal del universo que le indicaría que aquello debía acabar.

Quiso decirle que cerrara la puerta con pestillo, pero algo le impidió hablar. Y sabía que no habría nadie que pudiera interrumpirlos. No habría ningún signo, ninguna señal, ninguna persona o cosa que le dijera que se detuviera. Sólo se tenía a sí misma.

—Inclínate —le ordenó—. Como estaba ella. Su culo prácticamente en mi cara. Sé que te acuerdas, _____.

Oh, era cierto. Se acordaba, recordaba el largo pelo de la mujer rozando el suelo, las urgentes embestidas de James ...

Apoyó las manos en el banco y se inclinó. Sintió que la sangre le subía al rostro. Él se desnudó, su cinturón cayó al suelo con estrépito. Y entonces sintió sus manos en las caderas.

—¿Estás húmeda ya, _____? Voy a follarte ahora. Eso es exactamente lo que le hice a ella. Sin caricias, sin preliminares. Me limité a hundir mi polla en su interior y ella la acogió. ¿Puedes hacer eso por mí, _____?

Ella no dijo nada, pero lo cierto era que sus palabras estaban haciendo que se humedeciera. Y entonces sintió el grueso extremo de su erección separándole los labios del sexo. Encontró cierta resistencia, pero empujó despacio y se deslizó en su interior, la llenó hasta que _____ pensó que tal vez no estaba lista. Sin embargo, cuando él retrocedió, anheló tenerlo de nuevo en su interior. James se hundió de nuevo, con fuerza, y ella jadeó. Volvió a retirarse casi por completo, luego avanzó de nuevo, estableciendo un ritmo que la llevó hacia el placer. Su cuerpo se balanceó con el de él y, aunque se sentía un poco mareada y sus brazos sufrían la tensión de la postura, supo que tendría que dejarse llevar hasta el orgasmo.

Las embestidas de James se volvieron más duras y rápidas y _____ recordó qué había pensado cuando entró y se lo encontró allí aquella vez: que parecía haber una fina línea entre el placer y el dolor. Y en ese momento supo que eso podía aplicarse a toda su relación. Era una fina línea y tenía que aprender a caminar sobre ella, no a huir.

—¡Oh, Dios mío! —gimió, al sentir las vibraciones en su sexo que le atravesaron el cuerpo, hasta que su boca pareció entonar un cántico de placer.

La Bibliotecaria (James Maslow) [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora