Capítulo XXXVI.

547 32 0
                                    



James se paró a su lado, frente a una habitación del apartamento que
_____ aún no había visto. La puerta estaba cerrada.

—Ponte estos zapatos —le pidió.

Ella bajó la vista y vio un par de zapatos con tacón de aguja de diez centímetros de satén blanco. Se los puso.

—Ahora quítate la bata —le ordenó.

Tras vacilar tan sólo un segundo, tambaleándose sobre los tacones, se desató la bata y se la quitó. James se la cogió de las manos.

—Ponte de espaldas a mí y cierra los ojos —le dijo.

Ella obedeció.
Sintió que algo suave se deslizaba sobre sus ojos y se dio cuenta de que se los estaba tapando con algo forrado en piel. Instintivamente, levantó las manos para tocarlo.

—Mantén las manos a los costados —le ordenó con firmeza.

_____ hizo lo que le decía. El corazón se le aceleró.

—Sé que hemos hablado de que al venir aquí estás dando tu consentimiento, pero sabes que puedes salir por la puerta en cualquier momento, que siempre tendrás una alternativa. La mayoría de mis... parejas vienen siendo muy conscientes de sus límites, sus límites infranqueables, los llamamos. Pero como todo esto es nuevo para ti, irás descubriendo los tuyos sobre la marcha. Por eso, si estamos haciendo algo y me dices que pare, te ignoraré.

—¿Me ignorarás? —repitió _____. ¿Se había perdido algo?

—Sí. Si realmente no puedes continuar, tendrás que decir «límite infranqueable».
—Límite infranqueable —repitió, casi para sí misma.

Oyó cómo giraba el pomo y abría la puerta. Le pareció asombroso poder identificar su acción por un sonido tan leve, pero se dio cuenta de que privada de la visión, sus otros sentidos se agudizaban al instante.

—Da diez pasos hacia adelante —le ordenó.

Caminó despacio, concentrada en no caerse con aquellos tacones. Alargó la mano y él le cogió el brazo para sostenerla. Nunca habría imaginado lo largos que podrían parecerle diez pasos.

Los zapatos que llevaba hacían mucho ruido sobre el duro suelo.

—Párate aquí —le indicó él.

Oyó un sonido metálico y se estremeció.

—Levanta los brazos por encima de la cabeza.

_____ obedeció sintiéndose estúpida.

—Más abiertos —le pidió.

Sintió que algo se deslizaba por su muñeca, algo suave pero firme, como si fuera piel. Luego oyó un clic cuando su brazo quedó sujeto, inmovilizado y estirado por encima de la cabeza. Y luego el otro brazo.

—No te muevas —le advirtió James —. Voy a usar unas tijeras y si te mueves podría cortarte sin querer.

—¿Qué? —exclamó y se retorció instintivamente, con el pulso acelerado.

Entonces sintió la fría hoja de metal en la espalda y el susurro de la tela al
rasgarse. El camisón de seda se deslizó por su cuerpo cuando las tijeras lo abrieron
por la mitad y las dos hojas le rozaron la carne mientras descendían por su cuerpo.

Sintió el frío aire de la habitación sobre la piel. Sólo llevaba puestos los zapatos de tacón. Empezó a sentir ya un hormigueo en las manos por la postura tan poco natural.

Oyó los pasos de James alejándose de ella y cerrarse la puerta. Y supo que estaba sola.  

La Bibliotecaria (James Maslow) [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora