Capítulo LXXVI

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El lunes por la mañana, _____ corrió hacia el mostrador de devoluciones con su café de Starbucks de extranjis. De repente, vio que Sloan avanzaba en la misma dirección, un metro por delante de ella, moviéndose de prisa. Su cola de caballo rubio platino se ondeaba detrás de su cabeza como una bandera enemiga.

_____ tiró el café en la primera papelera que encontró y redujo el ritmo. Pero le fue imposible evitar a Sloan, que, de hecho, la esperaba en su mesa.

Había un carro lleno de libros aparcado junto a su silla que requería su atención.

—Buenos días, _____ —la saludó—. Hoy es tu día de suerte.

Ella apenas podía mirarla. No comprendía los celos y la desconfianza que bullían en sus entrañas como el ácido. Se recordó a sí misma que desde hacía unos pocos días James Maslow ya no le importaba, ni su pasado, ni su presente. Aun así, había algo en Sloan que la afectaba.

—¿Ah, sí? ¿Y eso? —Dejó el bolso en el suelo.

—Vuelves al mostrador de préstamos —le anunció.

Aquello eran buenas noticias, pero _____ no reaccionó, se limitó a preguntar:

—¿Tengo que ir allí ahora?

—En un minuto —respondió Sloan—. Pero necesito que estés disponible a mediodía. Tengo algunos recados que hacer y necesitaré ayuda.

—Lo siento —contestó ella—. Voy a comer con Margaret.

Sloan se estremeció ante el desaire, pero se recuperó rápidamente.

—Bien, ¡cómo no! Hazlo mientras puedas.

—¿Qué significa eso?

—¿No te lo ha dicho? Debido a los recortes presupuestarios, se ha eliminado su puesto.

—No podéis prescindir de la bibliotecaria de archivos.

—Le ofrecí un sitio en el mostrador de devoluciones —comentó Sloan como si no la hubiera oído—. Lamentablemente, ella ha optado por retirarse. Pero supongo que ya te lo explicará todo durante el almuerzo.

_____ salió corriendo y subió la escalera a toda prisa. Se dirigió a la sala donde trabajaba Margaret mientras se preguntaba por qué la anciana no se lo había contado en persona. Y entonces se acordó de que Margaret había ido a verla a su mesa dos días antes, pero _____ estaba demasiado absorta en su dolor por la ruptura con James como para aceptar su invitación a tomar un café.

La Sala de Archivos estaba totalmente iluminada por el sol, los rayos dejaban ver franjas de polvo en el aire.

—¿Por qué no me lo dijiste? —espetó _____.

Margaret estaba inclinada sobre una mesa, leyendo un enorme libro encuadernado en tela con una lupa.

Levantó la cabeza despacio.

—Vaya, buenos días para ti también —exclamó sonriendo.

—No sé cómo puedes parecer tan alegre. Sloan me acaba de contar lo que ha pasado.

La mujer dejó la pesada lupa sobre la página.

—Era inevitable, _____ —comentó—. No tienes que mirarme así. No soy una víctima. Supero de largo la edad de jubilación.

—Bueno, creo que el momento elegido es realmente una putada. Y las circunstancias.

—Me ha ido bien —replicó Margaret—. Y te he dicho infinidad de veces que aquí ya nada es lo que era. ¿Sabes que el anterior presidente de esta biblioteca creó un plan para almacenar millones de libros en Nueva Jersey? Se tardaría, como mínimo, un día en tener un libro en la Sala Principal de Lectura desde el momento en que el lector haga la solicitud.

—No pueden hacer eso —se escandalizó _____.

—Oh, sí pueden y lo harán. Créeme, hemos protestado. Hace unos pocos meses, justo antes de que tú llegaras, enviamos una carta firmada por un centenar de escritores y académicos. Y ése sólo es un problema. El presupuesto de compras ha bajado el veintiséis por ciento en los últimos cuatro años. Es demasiado tarde, _____.

Para su asombro, ésta empezó a llorar.

—Oh, _____. Te lo estás tomando peor que yo.

Margaret rodeó la mesita y la abrazó. Ella cedió al gesto de cariño y lloró en los brazos de Margaret como una niña. La mujer sacó un pañuelo de tela y se lo puso en la mano. _____ se enjugó los ojos.

—Gracias. Lo siento. No sé qué me pasa. Margaret retrocedió y le sonrió.
—Todo irá bien, _____. La biblioteca sobrevivirá. Yo encontraré trabajo en
una librería. O quizá empiece con alguna de esas cosas de blogs...

Ella se rió.

—Pero lo más importante es que tú estarás bien. _____ asintió, no muy convencida.
—Gracias por contarme lo de James . Intenté hablar con él de su madre, pero se negó.

—Tengo que decírtelo, _____. Yo no sé mucho de hombres. Nunca me he casado y no ha sido por accidente. Pero una de las pocas cosas que aprendí en mi época es que no se puede cambiar a un hombre, ni tampoco arreglarlo.

—Estoy segura de que tienes razón en eso —dijo ella, sorbiendo por la nariz.

—Averigua qué deseas, qué te hace feliz. Y luego podrás decidir a qué hombre permites entrar en tu vida.

—Entonces, ¿nunca encontraste a ninguno con el que desearas casarte? —
preguntó _____.

—Oh, hubo muchos hombres a los que deseé —contestó la mujer con una pícara sonrisa—. Y cuando dejaba de desearlos, me iba a por el siguiente.

—¡Margaret! —exclamó _____.

—¿Qué? —protestó la anciana—. Puedo soportar los anticuados libros viejos, pero no los romances anticuados.

La Bibliotecaria (James Maslow) [TERMINADA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora