Cuenta el mito griego, que Pandora fue quien liberó todo el mal que había dentro de una pequeña cajita, dejando caer sobre la humanidad plagas, dolor, sufrimiento, muerte...
Ahora, la historia vuelve a repetirse, pero ésta vez, el "mal" no va a sali...
- No puedo creer que me convencieras de venir acá.
- Vamos, no es tan malo.
- No lo digo porque sea malo, sino por el hecho de que no me interesaba saber que a vos y a Mery les iba esto.
- Como si a vos no te fuera.
Ignoro deliberadamente su comentario y me concentro en lo que veo a mi al rededor: estamos en un sex-shop, más específicamente en la zona de sado, rodeados de arneses, ropa de cuero, mordazas, sogas, esposas, etc., buscando algo que no tengo ni idea de qué es en realidad.
- Y a todo esto, ¿qué es lo que estamos buscando?
- Busco un regalo perfecto para mi nena, no todos los días se cumplen seis años en pareja.
Suspiro y me concentro en lo que está en las paredes y demás, dejando a Mountain buscando lo que sea que él quiera para regalarle a su mujer, eso no me corresponde. Paso la mirada por los distintos artilugios y varias cosas me traen recuerdos. Mis dedos acarician a una fusta de nueve colas, devolviéndome al pasado por unos momentos, recordándome aquella vez donde ella me mostró, a través de un castigo, el gusto que siente por ese estilo de sexo.
Dios, ese día sí que me dejó exhausto y con ganas de más a la vez, siempre fue una amazona y, como dominante, era una reina sensual y una diosa del sexo. De solo recordar las cosas que me hizo, y no solo en esa vez, sino en todas en las que lo disfrutamos, como la de disculpa que le hice por la "trampa" que organizamos con Flor para que fuera al baile.
Me estremezco y trato de contener las reacciones de mi cuerpo ante las imágenes tan vívidas que se forman en mi mente. Sacudo la cabeza intentando hacer todo a un lado y continúo mi inspección de todo lo que el lugar ofrece. Camino un poco más y llego a la parte de disfraces, viendo los sensuales maniquíes con trajes diminutos e insinuantes, de cortes y escotes reveladores que, en el cuerpo adecuado, harían reventar las neuronas de un hombre.
Paso la vista por la larga fila de trajes, viendo uno de bruja, bailarina, odalisca, gatita, colegiala, caperucita, policía, enfermera, boxeadora, militar, diablita, angelita, monja, novia, conejita, etc. Eran muchos la verdad, hasta que uno me llamó la atención: un vestido celeste y blanco a cuadrillé, con detalles en rojo, de pollera muy corta con tul y escote en blanco pronunciado. Parece tener un corsé para resaltar los pechos, la cadera y la cintura. Unas medias blancas completan el outfist junto a una diminuta canastita.
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La sola vista de eso me devuelve inevitablemente al pasado, a esa noche donde el que mandaba era yo y recuerdo el momento exacto en que salió del baño, dejándome verla así vestida, peinada con dos colitas altas y unos zapatos de taco alto de vértigo que le realzaban ese culo tan perfecto que tenía.
