CAPITULO 3: NEGOCIACIONES

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Dan las 6 de la tarde. Gracias a que el congreso acepto una ley que impide a la gente salir a protestar después de esa hora, considerándolo alteración del orden publico, las personas reunidas se ven obligadas a irse a sus respectivos hogares, nuevamente, sin haber logrado nada más que la burla de la línea de policías que resguardaba la Casa de Luz.

Antes de volver a su hogar, Richard y sus mejores amigos van a un café que se encuentra cerca, un café bastante típico realmente, las paredes están pintadas de forma que parece madera, tiene sillas alrededor con mesas bastante chicas y una barra donde algunos clientes conversaban mientras degustaban el pan y sus bebidas varias. Lo más interesante del lugar, aparte del dulce aroma típico de estos sitios, son los televisores colocados en el techo como si de un ventilador se tratara, eran dos tubos que conectaban a dos televisores cada uno, un lado para las mesas, otro para la barra. Por lo general, el lugar está repleto de jóvenes que no pasan de los treinta años, sin embargo, por la hora, el sitio estaba prácticamente vacío, salvo por un par de personas en la barra y unos tres amigos en la mesa del centro, aparte, claro, de Richard y sus compañeros que se encontraban en una mesa al lado de la típica doble puerta de "empuje para entrar, jale para salir". El café tiene unas ventanas enormes que recorren todo el establecimiento del lado de donde se encuentra la puerta, desde ellas se puede ver toda la calle, gente y carros pasar de un lugar a otro.

La ciudad empieza a nublarse, esto hace que Richard saque el tema de conversación por excelencia cuando hay un silencio incomodo y nadie sabe qué decir:

-Mmm... parece que va a llover ¿no?

-En serio? ¿de dónde sacas eso? –responde Robert sarcásticamente.

Robert Wilson es el mejor amigo de Richard, un hombre negro de pelo oscuro con rastas amarradas entre sí como una cola de caballo, es flaco, aunque no es tanto por no comer, sino por las cajetillas de cigarro que se fuma al día. Richard y él se conocían desde niños, sus padres eran amigos por lo que era obvio que ellos convivieran mucho, además, Robert compartía con Richard el deseo de justicia para el pueblo, por lo que le ayudo a conseguir seguidores para su causa. Aparte, Robert jamás se había apartado de su lado, el ejemplo perfecto de un buen amigo, casi un hermano.

-Se que es algo estúpido de decir, pero nadie dice nada. Replico Richard.

En lo que termina de hablar, llega una camarera a pedir su orden, todos piden sus bebidas de preferencia. Un amigo de Richard pide un espresso, otro un café negro cargado, Robert solo pide un refresco y Richard pide un frappe, algo de lo cual Robert se burla.

-Jajaja que marica.

Robert tiene una manera singular de reírse, pues más que sonar a carcajada parece más bien que el aire se le sale de los pulmones, algo que, junto con su voz gruesa e inconfundible olor lo delatan de ser un fumador empedernido.

¿Que tiene? no me molesta el sabor dulce, y no estoy de humor para algo amargo, ¿eso es de marica? –responde Richard excusándose.

-Jajaja, si, y lo sabes. –Reafirma Robert riéndose, a lo cual Richard sonríe.

La camarera se retira. Pasan cerca de dos minutos en los que Richard y compañía hablan de cualquier cosa. En eso, llega al café un hombre blanco de traje, de edad relativamente joven y con sombrero de bombín. Cuando la puerta detrás de él se cierra, con la mirada inspecciona el local, hasta topar su vista con Richard por lo que procede a caminar hasta donde se encuentra. El tipo, con voz formal y educada le dice:

-Disculpe, es usted Richard Kay ¿cierto? –pregunta cordialmente el señor.

-Si, así es ¿en qué puedo ayudarlo? –Richard habla con voz de duda, voltea la mirada a sus compañeros que le devuelven la misma expresión de incertidumbre para después regresar la mirada a ese extraño.

Los Guardianes de CiantaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora