Cielo

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Estaba un poco acalambrado por la posición. Use mi brazo como almohada. Aunque no entiendo qué es lo que está entrelazado al mío.

Los párpados me pesan, ojalá pudiera seguir durmiendo pero amanecí con hambre. Siento ese aroma a menta y colonia cerca. Lentamente me doy cuenta del bulto que está atrás de mí.

Despierto más y me doy cuenta que tengo el brazo de Morinaga como almohada. Me sorprendo un poco. Trato de recordar cómo diablos llegué aquí.

Me desperezo más y efectivamente me doy cuenta que estoy en su habitación. Lo noto porque en la mesita de noche está ese estúpido dibujo enmarcado  que hice de una célula vegetal hace un tiempo.

Intento sacar mi brazo adolorido pero si lo muevo puedo despertar a Morinaga.

Mis memorias y mi cuerpo me dicen que anoche no sucedió absolutamente nada. Hasta donde recuerdo solo estuvimos en la sala hasta muy tarde.

Noto que él está apropiadamente vestido. Yo solo cargo el pantalón pijama. No sé por qué diablos no tengo la camisa. Mi cabeza gira un poco. Me recuesto de nuevo.

Mi nariz percibe el aroma de su gel de ducha. Puedo ver pequeñísimas gotas que se almacenan en las puntas de su cabello.

Rozo mi mano sobre sus mechones y me refresco con la leve humedad que en ellos habita. Sonrío levemente al escuchar un leve ronquido. Está muy cansado aún.

Con la premisa de no pasar bochorno decido levantarme con cuidado. Zafo mi brazo de forma lenta y en su lugar le doy una almohada para que se abrace a ella.

Es como un niño siempre. Arrimándose y enrollándose a todo. Su largo abrazo se aferra a la suavidad de la almohada y continua su sueño. Sigue roncando suavemente.

Mientras me ducho me sigo preguntando cómo demonios llegue a dormir con él. Aunque no debería asombrarme tanto. En ocasiones me dejo arrastrar por él y no me opongo. A veces no sucede nada. Como anoche.

Voy a la cocina en busca de algo para comer y me llevo la sorpresa de que el desayuno está más que preparado. Un arranque de hambre me dice que no me demore. Pero por otra parte, en algún rincón de mis afectos y de mi conciencia me dice que es mejor esperarle.

Mi estómago me dice que vaya a despertarlo pues requiere atenciones en calidad de urgencia.

Regreso a su habitación y apago el aire acondicionado para que se despierte más rápido. Ese secreto lo descubrí hace un tiempo.

- Morinaga , despierta.
-...
- Mori, anda. Tengo hambre.

Di leves toques sobre su hombro pero no recibí respuesta alguna

- Morinaga, hombre. Arriba, tengo hambre.
-...
- Moriii, vamos...

-...
- cielo, levántate. Ya ten...

¿Cielo?
¿Cielo?

¡MALDITA SEA!

¿Qué hay con esa palabra?

Escapé de su habitación con mi mente llena de vergüenza, mi corazón agitado y mis mejillas calientes.

Fui a la terraza a tomar aire. O mejor dicho, a contaminar el aire con mi tabaco. No puedo dar crédito a mis palabras.

Muy nervioso empecé a fumar a esa temprana hora de la mañana con el sol acariciando mi cabeza. ¿Por qué dije eso?

Sigo ensimismado en mis pensamientos. Ya voy por el segundo cigarro. Mis nervios parecen disipados. Escucho en la lejanía su voz

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