Mariposas en el estómago.

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Me estoy cansando. Ya no puedo. Ahora cuento los días. Me lleno de actividades. Me concentro en los avances de la tesis para no pensar en otra cosa.

Eres ese pensamiento recurrente. Eres eso que viene a mi mente antes de dormir. Eres ese sonrojo en mis mejillas. Eres lo que evado. Eres mi día ocupado. Eres ese mensaje que no contesto.

De pronto llegas un viernes por la noche corriendo, presuroso entras gritando a casa que ya estás aquí. Sí te escuché llegar. Sí te esperaba. No es casualidad que esté en la sala rodeado de papeles, de lo contrario hubiera estado en mi habitación para evitar la soledad del resto de la casa.

De repente puedo decirte un ¿Ya estás aquí? bastante irritado, aunque en realidad es una exclamación disfrazada de desinterés. De soslayo puedo ver tu desconcierto, puedo notar que mi bienvenida no te satisface. Sigo frente a la pantalla a pesar de que mi corazón esté acelerado. ¿Qué quieres que haga? ¿qué vaya corriendo hacia ti para darte ese beso que a mis adentros he esperado? ¿que vaya a refugiarme entre tus brazos que me reconfortan? No. No puedo, pero lo anhelo.

Permíteme aclararte que, es mi orgullo lo que me detiene. Ah, pero no te confundas, no es ese viejo orgullo satánico e insano que deseaba matarte cada dos palabras. Es ese nuevo orgullo que ha crecido en mí, ese que goza de verte esperar con calma. Es ese nuevo orgullo que disfruta verte llegar aún con tu ropa del trabajo y hasta con tu maletín. Es ese nuevo orgullo que me permite disfrutar de los colores de tu rostro. Ya sabes, me gusta molestarte.

Qué bochornoso sería que yo, Tatsumi Souichi, fuera corriendo hacia ti y perderme de tu primera visión. En el fondo sigue siendo sádico, sí, lo se. Las viejas costumbres no se van, creo que no se irán.

Tranquilo, si te acercas a mí me empiezo a perder. Descubrí que en este juego de dar y recibir tú has desarrollado el arte de quererme, o quizá soy yo que he entendido aquello que decías no sólo deseo tu cuerpo sino tu corazón y cuando vienes hasta mi lugar, no buscando afecto, sino queriendo saber qué hago, cómo estoy, si necesito ayuda...ahí mismo me estoy perdiendo.

Me pierdo cuando estás a mi lado y lees lo que estoy escribiendo, porque se que tu interés es genuino. Me pierdo cuando ves el desorden que he armado, jamás te diré que fue el resultado de una pequeña histeria cuando vi la hora y aún no llegabas. Siempre pensarás que solo estuve revoloteando de aquí allá, porque eso es muy yo, y aunque vives diciéndome que debo ser más ordenado, amas eso de mí.

No importan los kilómetros que hayas recorrido, cerrando la distancia entre los dos me prometes tu ayuda no importa cual sea. Al fin, después de tanto tiempo y tantos sueños llegó el momento de tenerte frente a mí. Tu mirada se suaviza a tal punto de derretirse, mi reflejo está en tus ojos y me incomoda no poder decirte algo bonito, algún halago y creo que automáticamente murmuro un gracias o algo así.

Sigues hablando y me pierdo más, mi corazón está al mil cuando tu mano toca mi mejilla. ¿Qué clase de ciencia es esa? Es solo tocarme y sentirme en estado pleno de ebullición. ¿Será acaso esa clase de magia que tanto predicas pero que yo no entiendo? Y me enojo conmigo, porque ahora en lo único que pienso es que necesito besarte, pero te confundes y piensas que estoy incómodo. Ah, cuánto lo siento, mis gestos son confusos.

Lo único que se hacer en estas situaciones es tirarte pleitos con causas perdidas. El peor cortejo del mundo, lo siento, no se nada de eso. Tú te ríes un poco de mis pretextos, pero eres el único que habla mi idioma. Eres el único que sabe callarme. Cuando tu nariz está a milímetros de la mía, ahí mismo ya me perdí.

Hablas quedito cosas que me apabullan. Siento que la sangre se almacena en mis mejillas. Pestañeas a intervalos mientras te pierdes en mis ojos y en mis labios. Estuve esperando por esto por mucho tiempo. Soy más débil de lo fuerte que finjo ser. Siento tu aliento y escucho mi pulso en los oídos.

La lluvia de papeles pasa a segundo plano, cómicamente los utilizo como pretexto ¿cómo respondes? Con una maldita sonrisa a medias. Continuas lo que iniciaste y cedo al sabor de tus labios. Dulce y maldita espera de besarte. El mundo desaparece. Ya nada importa. Estás conmigo.

La agónica melodía de nuestras respiraciones baila en el aire. Por fin este momento llegó. El verdadero sabor de tus labios son las palabras de amor que me profesas, nada mejor en el mundo que ser besado por alguien que de verdad me ama. Me siento ansioso y el crujir de las hojas me recuerdan que estamos en medio de la sala.

Tienes ese maldito don de apagarme un par de sentidos, el de la lógica en primer lugar. ¿Cómo puedes tomarte todo el tiempo de mundo en un beso? Tan lento, tan suave, tan dulce, sin importar mis sabores te entregas en ello.

Cada noche pensé un poquito en este beso, tocaba mis labios como queriendo invocarte. Cuando me sentía solo e irritable ahí estabas tú, como ahora, tan entero y dispuesto. Soy como la seda, suave y escurridizo, ya me tienes. Mientras me besas lento, despacio y sin prisas te acomodas sobre mi cuerpo, la verdad es que soy yo quien cede, hasta mis piernas saben el lugar que quieren tomar en tu cuerpo, sobre tus hombros...nunca lo sabrás, porque es un secreto muy mío.

El punto de no retorno está muy claro. Puedo sentir tus manos en mi pecho, que respira con dificultad. Me gusta cuando tus uñas se deslizan por las costillas, es una cosa eléctrica. Que se joda el mundo porque ya estoy contigo.

Y ahí en medio de los besos y los susurros, ahí en donde tu cuerpo está sobre el mío haciéndolo tuyo, ahí me di cuenta que...

Desde ayer siento mariposas en el estómago.


Miss Book

Nada en la vida es eterno. Todo tiene un fin, incluso este libro.

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