Entre hilos

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- Morinaga, deja de olisquear mi cabello o me salgo de aquí

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- Morinaga, deja de olisquear mi cabello o me salgo de aquí.

- Está bien Senpai. Ya me portare bien.

- Sigue meciendo. Tengo calor.

- Sí señor.

- Pero no te me pegues tanto a la oreja. Siento tu respiración.

Cada palabra que me decía estaba un poco malhumorada pero yo me sentía tan feliz.

¿Estaré loco?

Saqué una pierna de la hamaca y toqué arena , empecé a mecernos. Nos tocó el bungaló más lejano, mucho mejor para nosotros.

Trabajé por un año entero para poder regalarnos esto. Al principio no le pareció buena idea pero finalmente lo convencí.

Mi Senpai siguió leyendo en silencio. Tocar su piel se siente tan correcto. Hoy es uno de esos días en donde se animó a estar sin camisa y con el cabello flojo.

Silenciosamente me acurruqué más a él. Enredé mis piernas entre las suyas. Descansé mi cabeza sobre su hombro.

Saqué mi mano de la hamaca para mecernos, ya no quería desatar el nudo de nuestras piernas.

Cuidadosamente le di un pequeño beso en su hombro. Me acomodé más. Mecí más.

Sus ojos estaban perdidos entre las líneas del libro. Su aroma se combinó con el de la brisa del mar. El vaivén de las olas era tan pacífico. Nuestros pechos respiraban acompasadamente.

Solo estaba el ruido del mar, las palmeras , nuestras respiraciones y la página del libro que daba vuelta para empezar otra.

Pronto todo lo azul del mar y lo rubio de su cabello se volvió borroso. Mi mano se quedó colgando fuera de la hamaca. Mi cabeza estaba más que apoyada en su hombro.

Ya no habían páginas de libros, solo un delicioso sueño con sabor a sal y el éxtasis de la inconsciencia.

En medio de ese letargo sentí que Senpai me habló pero yo estaba en tiempo fuera.

- Ya te dormiste...

Sus palabras fueron dichas con un tono dulce. Ese que se reserva solo cuando estamos en la intimidad.

Sentí que su mano libre me acaricio la cabeza. Peinó cuidadosamente mis cabellos eternamente desordenados.

- Tan lacio y suave...

Sus palabras eran un susurro que se podían perder con la brisa, pero aún en el sueño más profundo puedo escuchar su voz.

Souichi siguió sus clandestinos mimos con sus dedos, tocando mi rostro y deteniéndose un poco por mis pestañas. Jugueteó con ellas un poco y continuó su camino hasta la punta de mi nariz.

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