Pachamama

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—Sígueme Senpai.

Morinaga tomó de la mano a Souichi muy entusiasta. Estaba tan feliz de estar en ese lugar. Ambos caminaban con esfuerzo, cuidando de no tropezarse con alguna rama.

Souichi no sabía a dónde iban. En realidad, no tenía ninguna idea. Creyó por un momento que a Morinaga se le había zafado el último tornillo que le quedaba, pero igual le dio su mano y se dejó llevar.

Caminaron por la vereda. Grandes árboles le rodeaban y se escuchaba la voz de las ramas, un murmullo que solo el viento podía entender. Souichi se olvidó que se sentía avergonzado. Sus orejas ya no estaban rojas, su mano ya no estaba tensa. Estar de la mano de Tetsuhiro le sentaba de maravilla.

La respiración un poco agitada por parte de ambos. Habían caminado sin parar por media hora. Morinaga se sentía renovado al estar rodeado de verde. Ambos estaban admirando el paisaje. Souichi alzaba la mirada para ver lo alto de aquellos viejos árboles, que de seguro tenían la historia del mundo entre sus raíces.

Partes de sol, partes de sombra. Todo en perfecto equilibrio. Incluso el calor se sentía diferente, los rayos de sol eran más brillantes.

—Morinaga, ¿estás seguro a dónde vamos?

—Por supuesto, Senpai. Se a donde vamos.

Tetsuhiro le sonrió y besó su mano. Lo instó a seguir y Souichi confió. Si decía que sabía lo que hacía, entonces eso estaba bien.

Esa mañana Morinaga lo levantó temprano diciendo que tenían que salir pronto de casa. Tatsumi metió pleito, solo para darle sabor a su vida, preguntando detalles de tan inesperada salida. Tetsuhiro estaba tan feliz brincando alrededor de él, como si de un cachorro se tratase, que no pudo negarse.

Vio en los ojos de Morinaga la ilusión de salir pronto. Accedió. Cargaron con pocas cosas, Morinaga prometió regresar esa misma tarde. Manejaron por horas. Souichi se desesperó. Llegaron a un lugar cercano a Kyushu.

Morinaga se detuvo en alguna parte de la carretera y de ahí emprendieron el viaje. ¿a dónde demonios piensa llevarme? Pensó Souichi al llegar, pero ahora que lo veían tan emocionado dejó de cuestionarse.

Y la verdad estaba siendo divertido. Un poco de aire fresco no estaba mal.

—Ya casi, ya casi. ¡Ya casiiii Senpaiiii!

Souichi sonrió. El chico a su lado estaba tan feliz. ¿Lo llevaría a una mina de oro? No tenía idea, lo único que se imaginó fue pasto y árboles, qué mas podría haber en ese lugar, quien sabe.

De repente entraron en una zona llena de árboles. El siseo de las hojas le saludaban y Morinaga se emocionó aún más. Algunos rayos de luz entraban penosos por las copas de los árboles.

Solo fue cuestión de tiempo para encontrar el lugar. La zona arbolada terminó. Llegaron al claro. Escondido en los rincones de aquella vegetación. Morinaga lo soltó de la mano y emprendió a correr al centro del lugar.

—Llegamos Senpai, llegamos.

Souichi admiró la zona. Tenía razón. Ese lugar estaba lleno de luz, el verde vida estaba coronado con el azul del cielo. La hierba baja se veía como recién cortada, pero eso era fruto de la naturaleza.

—Ven Senpai

Morinaga lo condujo al medio del claro. Se echaron en la hierba en dirección contraria al otro pero con sus rostros encontrándose.

—Me da el sol.

—Ese es el punto. Disfruta del momento. ¿escuchas eso?

Souichi agudizó sus oídos tratando de percibir algo, pero no escuchó nada.

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