Susurros

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El suave y salino aire bailaba con las largas hojas de las palmeras, provocando esa melodía tropical que era acompañada por el mar, que con su suave acento hacía que los corazones vibraran con alegría.

La eterna y fluida llegada de las olas a besar la arena era acariciada por la luz del sol del mediodía, en donde un pequeño ejército disfrutaba de nuevas aventuras marineras. Una madre estaba debajo de una gran sombrilla aplicando una generosa porción de protector solar a su pequeño niño rubio, dando todas las recomendaciones que debía tener al estar en el mar.

El niño contestaba mecánicamente para satisfacer a su madre, pero en realidad él ya estaba deseando dar el primer paso mar adentro. Sus ojos estaban dibujados por el color azul turquesa del océano que tenía en frente.

Cerca de ellos estaban una pequeña banda de chicos adolescentes que jugaban con una gran pelota de rayas de colores, en donde se turnaban para botarla y pasarla a los otros. Un par de pequeños saltaba entre todos ellos porque querían ser incluidos en ese juego. Lo único que obtuvieron fue ser ignorados por los más grandes, porque, al ser más grandes los juegos de niños chiquitos no les interesaba.

Más allá, cinco metros mar adentro, un par de jóvenes adultos estaban chapoteando en el mar, así como los niños pequeños. Las ironías de la vida son tan contrastantes y divertidas. Los niños querían jugar con los más grandes, mientras que los adultos jugaban como niños.

Los viejos estaban viendo todo el panorama sentados en las sillas playeras, las cuales fueron elegidas especialmente para ellos. Los hilos tejidos como hamaca eran bastante agradables para sus desgastados cuerpos. Porque a su avanzada edad su principal diversión y fuente de alegría era ver a los suyos disfrutar de la vida.

Las risas, los llantos, las caídas, las proezas acuáticas de cada uno de ellos eran el alimento de su felicidad en esos momentos. Ellos ya habían vivido todo eso de forma intensa, ahora era turno de descansar y disfrutar de la vida de una forma tranquila.

Los dos niños se acercaban hacia la palapa un tanto desalentados por ser ignorado en los juegos de los más grandes. Los viejos notaron el descontento de los pequeños. Vieron cuando uno de ellos, un tanto frustrado, empezó a tirarle al otro primito grandes bolas de arena,— o mejor dicho —puños de arena.

—¡Takashi-chan! ¡no le avientes arena!

El pequeño Soujin-chan inició en llanto por la travesura de su primo, escupió con violencia rastros de arena, grandes lágrimas resbalaban por su rostro arrastrando sobre su piel un poco de los rastros de la travesura de Takashi-chan.

Los viejos de la palapa vieron en primera fila el altercado de los niños. Uno de ellos apostó por el del puño, la dama vociferaba a los cuatro vientos gritos de paz, mientras que el otro consolaba a la distancia al pequeño agraviado.

Souijin- chan no dudó un segundo en empuñar su pequeñita mano y pegarle con mucha fuerza a su agresor

—¡Ya no eres mi amigo!

Y con un puñetazo en el pecho mandó a volar a su inseparable primo y amigo de aventuras Takashi, quien lloró por todo lo alto, dando gritos inconsolables con actitud de víctima.

Dos viejos fueron a prisa por ellos, cargándolos como monos sobre sus caderas.

—Takashi-chan eso estuvo incorrecto. Se lo diré a mamá.—Pero abuela, él me pegó— denunció elpequeño señalando con su dedo índice al otro niño que lloraba mares de arena.—tú empezaste. Te voy a llevar con mamá.

Kanako llevó a su nieto a donde la madre de Takashi, quien cuidaba de los otros niños que estaban en el mar.

—Abuelo, abuelo, él empezó...fue su culpa

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