Secretos

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El secreto de Draco

  Draco esperaba apoyado en la puerta del coche a que sus hijos salieran del colegio. Normalmente recoger a los niños era algo que hacía Hermione, que salía antes del trabajo, mientras que él solía llevarles. Sin embargo esa semana su mujer estaba fuera de la ciudad por asuntos del Ministerio, así que había pedido las tardes libres.
  —¡Papá! —escuchó el grito de Scorpius y al levantar la vista le vio corretear hacia él.
  —Hola, campeón, ¿qué tal el cole? —preguntó cogiéndole en brazos. Su hijo de cuatro años se agarró a su cuello y movió ligeramente la cabeza antes de contestar.
  —Bien, he aprendido a contar hasta diez —respondió. Draco sonrió y besó su cabeza.
  —Muy bien, Scorp, luego en casa me enseñas como cuentas —miró a su alrededor—. ¿Dónde está tu hermana? —preguntó frunciendo el ceño. El niño se encogió de hombros y se retorció en sus brazos queriendo volver al suelo.
  —Allí —señaló con su dedito hacia la puerta del colegio y Draco vio a su hija sentada en los escalones.

  Caminó hacia ella sin soltar a Scorpius y le dejó en el suelo cuando llegó a su altura.
  –No te muevas de aquí —le dijo a su hijo, que miraba con anhelo los columpios del patio. El niño arrugó la frente pero asintió, y él se sentó junto a Rose—. Hola, cariño, ¿va todo bien? —preguntó poniendo el brazo en su espalda.
  —Hola, papá —saludó la niña sorbiendo por la nariz.
  —¿Por qué estás aquí? —Rose se encogió de hombros y él se levantó—. ¿Vamos? —la niña asintió y se cogió a su mano izquierda y mientras con la otra mano agarraba a Scorpius él regresó al coche.

  Caminó hasta el vehículo y dejó a su hija en su sillita antes de rodearlo y hacer lo mismo con su hijo.
  Arrancó y al mirar por el espejo retrovisor vio a la niña mirar por la ventanilla aún triste. Dudó durante algunos minutos sobre si indagar o no pero su hija seguía muy apagada.
  —Rose, cuéntame qué ha pasado —pidió preocupado.
  —Es que he discutido con Rachel porque dice que no sé guardar un secreto —respondió mirándole.
  —¿Y eso es verdad? —preguntó Draco.
  —Bueno... Un poco —reconoció—. Pero es que no entiendo porque no puedo decir que el papá de Rachel no es el papá de Rachel —protestó la niña. Draco se sorprendió un poco de que a una niña de seis años le hubieran contado eso, pero no distinguía a las amigas de su hija como para saber quiénes eran los padres, así que se centró en el problema de Rose.
  —Cariño, si un amigo te cuenta algo es porque tiene confianza contigo y si te pide que no se lo digas a nadie, no puedes contárselo a nadie —explicó aparcando.
  —¿Aunque no sea importante? —preguntó la niña. Draco pensó que aquel secreto era de todo menos superfluo pero nuevamente lo dejó correr.
  —Eso no puedes decidirlo tú, Rose, sino la persona que te cuenta el secreto —respondió mientras se bajaba del coche.
  Le quitó a su hijo el cinturón y le cogió para entrar en casa. Rose le siguió y se agarró a su mano.
  —Pues pienso que guardar secretos es muy difícil —declaró la niña mientras los tres entraban en casa.
  —Puede ser difícil —asintió su padre.
  Draco observó al pequeño quitarse el abrigo raudamente antes de corretear hacia el salón para jugar con sus juguetes. Se giró para quitarse el abrigo y vio a su hija imitarle.
  —Papá, ¿me haces la merienda? —pidió Rose.
  —Sí, ve al salón con tu hermano y ahora os la llevo —indicó. La niña asintió y corrió también al salón dejando a Draco solo en la entrada.

  Esa noche, cuando sus hijos ya estaban durmiendo, Draco salió al porche del jardín trasero y se sentó a observar las estrellas.
  Se entretuvo encontrando las constelaciones que, gracias al hobby de su madre, se sabía a la perfección. De pronto escuchó un ruido, se dio la vuelta y vio a Rose caída en el suelo por haberse tropezado con los escalones.
  —Rose, ¿qué haces ahí? —preguntó acercándose a ella.
  —No podía dormir y he ido a buscarte, pero no estabas —farfulló casi llorando. Él la cogió en brazos y se sentó en el banco con ella abrazada a su cuello.
  —¿Te duele? —preguntó mientras apuntaba con la varita a la rodilla de la niña, donde había un buen raspón.
  —Sí... —susurró. Su padre la curó y pasó la mano por la zona.
  —Ya está —pero a pesar de estar curada, la niña se escondió en su cuello de nuevo—. ¿Qué te pasa? ¿Echas de menos a mamá? —preguntó él besando su cabeza. Rose asintió—. Bueno, yo también la echo mucho de menos —aseguró.
  —¿Cuándo vuelve? —le miró con sus marrones ojos y Draco suspiró.
  —Dentro de dos días —respondió metiendo un mechón de pelo detrás de su oreja.
  —Ya quiero que sea viernes —murmuró la niña, y Draco no pudo estar más se acuerdo.

Dramione One Shots 2Donde viven las historias. Descúbrelo ahora