Capítulo 28

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Cuando sentí las palabras de Eiza, no podía creerlo. Simplemente mi felicidad no se podía explicar con palabras. Se suponía que aún faltaba un mes para que llegara, y sin embargo estaba aquí, conmigo, en mi ducha... Después de darme un beso, me abrazó y comenzó a besar mi pecho suavemente mientras yo besaba su cabeza. Se separó de mí y tomó el jabón líquido de menta que yo uso, se colocó un poco en el centro de la mano y comenzó a frotar mi cuello y espalda, sin dejar de mirarme a los ojos. Yo hice lo mismo, pero me fui acercando más a sus pechos, y poco a poco llegué a sus senos, unos senos que habían crecido mucho desde la última vez que la vi. Ella mordió su labio y entonces bajó sus manos hasta mis muslos, los presionó fuertemente, y yo la miré sorprendido pues me agarró muy de repente. La atraje hasta abajo del agua y mientras intentaba enjuagarnos el cuerpo, la besaba intensamente. Cuando estuvimos por fin libres de jabón, ella misma alargó la mano y cerró a llave de la ducha, dio media vuelta y salió, inmediatamente la seguí y la envolví con una toalla, así se me hizo más fácil cargarla hasta la cama. La dejé con la toalla aún envuelta, y cuando me estaba por alejar, Eiza me tomó de la mano:

E: Ya no me hagas esperar... por favor...

Debo admitir que me causó gracia ese "ruego" de Eiza, pero yo tampoco quería esperar más. Me senté a horcajadas sobre ella y desenvolví la toalla, y despacio comenté a masajear sus pezones, mientras sentía como ella suspiraba por mi tacto. Y esos suspiros fueron casi gemidos cuando sintió mi boca en lugar de mi mano. Su cuerpo reaccionó de inmediato y comenzó a retorcerse. Fue entonces que llevé mi mano restante a su clítoris y comencé a masajearlo. Eiza se retorcía y gemía de una manera única y pasional. Ella sí era una mujer de verdad.

Con un grito agudo y dulce para mis oídos, Eiza llegó al orgasmo. Un minuto después, su respiración se normalizó, y entonces hizo algo que me dejó boquiabierto, literal. Gateó por la cama y se puso entre mis piernas. Tomo mi miembro que, en ese momento, estaba más duro y erecto que nunca, y comenzó a acariciarlo, suave y lentamente. Mi respiración comenzó a hacerse pesada, pues el placer que Eiza me estaba proporcionando con sus manos y sus caricias tan suaves era inmenso, y no pude evitar jadear cuando sentí la calidez de su boca atraparlo. Ella comenzó a succionar y lamer, y yo no pude contenerme, y alcancé el éxtasis total.

De inmediato la tomé por la cintura y me hundí en ella totalmente:

E: -echa a cabeza para atrás- ¡Sebastián! Dios, sí...

S: Eso es, Eiza...

E: Sebas... no aguantaré... arriba no...

S: -la voltea y queda sobre ella- Ahora sí... Eiza, tus senos han crecido mucho, estás tan hermosa. Deliciosa...

Comencé a moverme dentro de ella con un ritmo constante, con embestidas profundas y duras. Sus manos se entrelazaron con las mías y de a poco, entre suspiros y gemidos, ambos llegamos al final.

Rodé en la cama y dejé a Eiza sobre mi pecho, la cual no tardó mucho en quedarse dormida entre mis brazos. La luz de la luna entraba por la ventana e iluminaba su espalda y sus piernas que se encontraban descubiertas. Su largo y oscuro cabello y su rostro me cubrían el pecho, y sus piernas enredadas con las mías, estaba totalmente hundida en sueño.

La mujer de mi vida junto a mí, por siempre. Ahora podría dormir tranquilo.

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Desperté con ese olor embriagador y familiar: fragancia de Antonio Banderas y jabón de menta. Me estiré en la cama, Sebastián no estaba. Sentí una corriente de aire y entonces noté mi desnudes, pero toda mi ropa seguía en mis maletas, y no podía levantarme desnuda así casual y sentarme desnuda en el sofá de Sebastián a reboltijear mis maletas para ver si encontraba algo de ropa mía. Me levanté envuelta con las sábanas, y me dirigí a la cómoda de Sebastián y me vestí con su ropa, o mejor dicho, un short que había dejado aquí y una camisa celeste suya.

Fui hasta la cocina y me serví un vaso de yogurt, me até cabello en un ruedo sobre mi cabeza y di un par de vueltas por la casa, recordando miles de momentos. En el jardín tuvimos nuestra primera cena romántica. Todo lo había cocinado Sebastián.

La noche que Pepe quiso regresar conmigo, llegué aquí llorando desconsolada, y me dormí en las piernas de Sebas mientras veíamos televisión.

El primer sábado que pasamos junto con Santi, lo pasamos acá, hicimos una guerra de almohadas y la sala se cubrió de plumas, que luego tuve que recoger con ayuda de Sebastián.

Nuestra noche de despedidas fue aquí, también la primera vez que estuvimos juntos... tantos recuerdos.

Mientras terminaba de tomar mi yogurt, me fui a sala y tomé mis maletas para llevarlas a La habitación de Sebas. Cuando regresé, me recosté en el sofá y me puse a leer una revista.

Mientras esperaba a que Sebas legara, tocaron la puerta. Me levanté con pereza y abrí la puerta, y juro que casi me da un infarto cuando vi quién era:

E: -sorprendida - ¿Angelique?

A: -la observa de arriba a abajo- Eiza...

E: ¿Qué haces aquí?

A: Lo mismo digo.

E: -se cruza de brazos- Yo te lo pregunté primero.

A: Vine a ver a Sebastián, y a traerle esto –levanta una bufanda-. La olvidó ayer en mi camerino. Dile que la próxima vez no sea tan despistado y se lleve sus cosas –se da media vuelta para irse pero Eiza la detiene-.

E: Angelique, no sé a dónde quieras llegar con esto, pero Sebastián es mío. Es mí hombre. Estamos unidos por un lazo muy fuerte e indestructible, que ni tú, ni nadie podrán romper. Solo te recomiendo que te alejes de él o…

A: -la interrumpe- ¿O qué? ¿Eh?

E: O no te querrás acordar de que nos conociste alguna vez en tu vida.

Solté el brazo de Angelique y esta se fue. Su cara de derrota era inocultable, al igual que mi cara de pocos amigos. Mis celos en ese momento fueron incontrolables, sobre todo con el descaro que tuvo al llevar esa bufanda, que no era de Sebastián, y dármela como insinuando que algo había pasado entre ellos. Pero Eiza González Reyna no se deja tan fácilmente. Si quiere chile, que se aguante el picante.

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