Capítulo 23

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Las grabaciones de la novela se me hacían cada vez más difíciles lejos de ella. A las escenas de amor o besos importantes había que repetirlas varias veces porque yo no dejaba de decir el nombre de Eiza en lugar del de Monserrat. Angelique parecía molestarse y mucho por esto, pero en realidad me era indiferente su actitud.

Recuerdo que un día, tres semanas después de que llegué a México, Angelique y yo teníamos llamado desde muy temprano y yo llegué antes que ella y me metí a mi camarín y me quedé allí sentado por un rato, mesándome el cabello,

pensando en Eiza. Tocaron la puerta y, como estaba muy cansado, no quería ir

a abrir. En voz alta pregunté quién era:

S: ¿Quién es?

A: Soy yo, Angelique.

S: -suspira- Pasa...

A: -abre la puerta y entra- Hola.

S: Hola.

A: ¿Cómo estás?

S: Un poco cansado, ¿y tú?

A: Bien. Descansé bastante...

S: Me alegro.

A: ¿Cómo está Santi?

S: Muy bien, ayer la pasamos muy divertido.

A: ¿Me imagino que no te dio descanso?

S: Precisamente por eso estoy así.

A: Sebas... -se sienta en un sillón junto a él- ¿Qué te pasa? De verdad, estás extraño. Sabes que puedes contar conmigo...

S: Nada, Angelique. En serio, solo estoy cansado.

A: Sebas...

S: ¿Qué?

Angelique no dijo nada, solo miró al piso y se levantó. Parecía que se iría, pero cuando yo me levanté para preguntarle qué sucedía, pegó media vuelta y se aferró a mí, dándome un beso y dejándome desconcertado.

Angelique me estaba besando, y lo peor de todo, ¡YO NO SABÍA QUE HACER! No podía corresponderle, pero tampoco podía despreciarla así... decidí tomarla por la cintura y la alejé a penas de mí.

S: -susurrando contra su boca- Angelique...

A: Sebastián por favor...

S: No, esto está mal...

A: ¿Por qué está mal? Yo estoy soltera, tu eres un hombre libre... démonos una oportunidad.

S: No, es que yo...

A: -se separa de él abruptamente- ¿Tú qué, Sebastián? ¿TU QUÉ?

S: ¡YO NO TE AMO!

A: -se acerca a él y toma su rostro con las manos- Eso no nos tiene que importar. Yo te enseñaré a amarme.

S: No se puede enseñar a amar, Angelique. Entiéndelo... Yo no te amo a ti.

A: ¿Y si no es a mí, entonces a quién?

S: No te lo puedo decir...

A: Dímelo... dímelo o seguiré insistiendo con lo nuestro.

S: Está bien, ¿sabes qué? ¡Ya me cansaste! ¡YO NO TE AMO A TI PORQUE AMO A EIZA GONZÁLEZ REYNA!

Vi a Angelique caer sentada sobre uno de los sillones, sus ojos llenos de lágrimas a punto de rebalsarse. No sé si le dolió la manera en la que se lo dije o la persona que le dije, pero evidentemente le había dolido.

Me golpeé la frente con la mano y me maldije a mí mismo por haber sido un animal con ella, me senté a su lado. Ella estaba llorando. Me senté a su lado y la rodeé con mi brazo tratando de tranquilizarla, mientras me seguía maldiciendo a mí mismo le dije:

S: Angelique, yo...

A: Nada, Sebastián. Ya dijiste todo lo que había por decir y creo que está perfecto -se seca las lágrimas-. No me amas a mí, la amas a ella, y respetaré eso -se levanta y se dirige a la puerta-. Solo quiero que sepas que, esto, no se va a quedar así.

¿Esto no se va a quedar así? ¿A qué diablos se refería con esa frase? ¿Qué era lo que no se iba a quedar "así"? Dios mío, por favor, solo déjame ser feliz tranquilamente con mi mujer y mi futuro hijo. Solo quiero una vida

tranquila con mi familia.

Tomé mi teléfono, no sé si molesto o qué, y llamé a Eiza. Me contestó casi inmediatamente, se oían ruidos de la calle, supuse que había salido:

S: Hola, mi amor. Te extraño.

E: Hola, mi vida. Yo también te extraño. ¿Cómo estás?

S: Agotadísimo. Ayer pasé el día con Santi e hicimos de todo menos descansar. Me dejó sin batería.

E: -ríe- Qué hermoso mi principito adorado.

S: ¿Yo? Lo sé, soy un dios griego…

E: ¡Un dios griego muy arrogante! –ríe- Sabes que cuando digo “principito”, me refiero a Santi, y cuando digo “príncipe”, me refiero a ti.

S: Lo sé, mi amor. Lo sé. ¿Qué estabas haciendo?

E: Regresaba a casa…

S: ¿Saliste?

E: Sí, fui al hospital y luego a hacer unas compras.

S: ¿Al hospital? ¿Qué pasó?

E: Nada, Sebas. Solo que hoy tenía mi primera cita con el médico obstetra.

S: ¿En serio? ¿Y cómo te fue?

E: Ay, Sebas, fue tan hermoso ver al bebé y oír su corazoncito…

S: Awww, me hubiese gustado tanto estar contigo en ese momento.

E: No te reocupes, tengo el video por si lo quieres ver luego.

S: ¡Claro que sí lo quiero ver!

E: A propósito, te compré algo que pienso llevarte cuando regrese a México.

S: ¿En serio?

E: No. Pero lo haré, lo prometo.

S: Mmm… -ríe- está bien.

E: Pero compré algo para el bebé.

S: Ah, ¿sí? ¿Qué le compraste a mi futura princesa?

E: O futuro campeón…

S: Será uma niña.

E: ¿Cómo lo sabes?

S: Siempre he querido una niña, y si a Santi se le pueden cumplir los deseos, ¿por qué a mí no?

E: -ríe- Tienes razón, mi amor.

S: Bien, ¿y qué le compraste al bebé?

E: Un chupete, una mamila, y su primer ropita…

El solo hecho de pensar en Eiza sosteniendo entre sus brazos a un hijo nuestro, me provocó una sonrisa enorme y también provocó mis lágrimas. Solo quería verla feliz y ver ya a mi bebé sano y salvo. Mi mayor alegría estaba a meses de realizarse y ojalá Dios no nos ponga más piedras en el camino para que podamos ser felices de una vez.

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