Capítulo 11

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Era tarde por la noche y no podía conciliar el sueño. Algo me pasaba, algo nuevo, algo que jamás me había sucedido. Pero aún no podía descubrir que era. Sebastián estaba ya dormido junto a mí, abrazándome por la espalda, rodeándome con sus brazos fuertes. Di media vuelta con cuidado de no despertarlo y lo miré. Tan perfecto y único, mi corazón comenzó a latir más rápido y no tenía idea de por qué. Una sensación de necesidad me invadió: "Chocolate" - pensé. Quería comer chocolate, pero no quería levantarme, así que intenté dormirme. No funcionó. Comencé a sentirme ansiosa, parecía que me volvería loca si no comí aunque sea un chocolate ya, decidí levantarme e ir a la cocina, lo hice con mucho cuidado de no despertar a Sebas y cuando llegué a la cocina, abrí el refri. Un chocolate semi amargo era lo primero que estaba ahí. Mis ojos brillaron y lo temé. Fui hasta el ventanal que daba al balcón y abrí las cortinas, la luz de la luna entraba perfectamente por allí y me senté en el suelo, admirando las estrellas desde el interior de mi casa, abrí el chocolate y comencé a comer.

A menos de dos metros de distancia de mí, había una mesita dónde estaba el teléfono fijo y usualmente dejaba allí las cartas, y la mesa al ser baja, podía ver la primer carta que estaba ahí apoyada, era la de DJ. Eso me hizo pensar en qué le respondería, no quería en realidad responderle, solo quería regresar el tiempo y de alguna manera, hacer que DJ no se fije en mí. Pero era imposible. El chocolate se había acabado y mis lágrimas habían comenzado. En ese momento, la voz de Sebastián hizo que me sobresaltara:

S: ¿Eiza?

E: ¿Sí? -se voltea hacia él.

S: ¿Qué haces despierta a esta hora?

E: Nada, solo tenía hambre y vine por algo de comer.

S: -mira el envoltorio de chocolate- ¿El chocolate te quita el hambre?

E: Sólo se me antojó, ¿sí?

S: Bien, ahora, por favor, explícame por qué estás llorando.

E: No es nada.

S: Dime, Eiza. Nadie llora por nada, sabes que te conozco como tú a mí. Sabes que puedes contar conmigo, confía en mí.

E: Sebas, de verdad no pasa nada. Sólo me agarró nostalgia, y tal vez hoy estoy un poco más sensible de lo común.

S: -Se sienta junto a ella- Bueno, voy a creer en ti. Pero, ya sabes, siempre estaré ahí para ti.

E: Mi amor...

S: ¿Qué?

E: ¿Tú me quieres? -preguntó secándose las lágrimas.

S: Sí, sí te quiero -dijo-. Te quiero para hacerte el desayuno en las mañanas, caricias por las tardes y el amor por las noches. Te quiero para mi vida. ¿Tú me quieres? -preguntó tomándola de las manos.

E: No, yo no te quiero... te amo -le respondió.

Sebastián me abrazó, me cargó, me llevó a la cama e hicimos el amor, disfrutando de cada momento en que estuvimos unidos, de cada beso, cada caricia, cada suspiro, cada "Te Amo" que nos decíamos al oído, hasta que quedamos exhaustos. Desperté con un apetito tremendo y cuando me di vuelta sobre la cama, me encontré con el desayuno en una bandeja sobre la mesita de luz y una nota de Sebastián que decía:

"Mi Amor:

               Te dejo el desayuno hecho para cuando te levantes, tuve que ir a arreglar unos asuntos. No me tardaré mucho. Te                amo.

                           Sebastián."

Sonreí, doble la nota, abrí el segundo cajón de mi cómoda, y como pude, la guardé ahí. Ese cajón estaba repleto de, lo que a simple vista, eran papeles, aunque en realidad eran cartas, cartas que Sebastián me había escrito, y que jamás irían a ningún lado sin mí. Pensé que era prudente fijarme la hora, solo levanté un poco la cabeza y me impresionó la hora que era, 15:30. La verdad no era hora de desayunar, pero tenía demasiada hambre, así que en poco y nada de tiempo, arrasé con todo lo que tenía la bandeja. Ahora estaba satisfecha. Encendí el televisor y comencé a cambiar de canal hasta que paré en Disney Channel para ver Phineas y Ferb, me agradaba ver caricaturas, me hacía sentir que siempre se puede volver a ser un niño.

(...)

Lego de un rato de estar viendo televisión, sentí que la puerta se abrió y unos segundos después, Sebas entró a la habitación, traía bolsas y se sentó al lado mío, emanaban olor a comida rápida. Sebastián abrió una, me la extendió y me dijo:

S: Buenos días mi amor, te traje una hamburguesa con papas.

Cuando sostuve la bolsa cerca de mi cara, es estómago se me revolvió y salí corriendo al baño. Fue inevitable devolver todo lo que tenía en el estómago.

Sebastián corrió detrás de mí y tocó la puerta del baño para ver si me sentía bien:

S: Eiza -toca de nuevo-, Eiza, ¿Estás bien?

E: Sí, sí -tose-. Sí mi amor, estoy bien.

S: ¿Segura?

E: Sí, Sebas.

S: Ábreme, ¿sí?

E: No querrás ver esto Sebas, solo, dame un segundo, en seguida salgo.

Jalé de la cadena del inodoro y luego fui a lavarme los dientes. Tenía una sensación de nauseas horrible, es ese momento, lo que menos necesitaba era ver comida. Sólo quería dormir, descansar.

Cuando abrí la puerta, Sebas estaba ahí, parado, mirándome, como si esperara una explicación o algo, pero yo solo le dije:

E: Quiero dormir, Sebas.

S: ¿Qué te pasó?

E: Tal vez algo me haya caído mal.

S: ¿Estás segura?

E: Muy segura.

S: Bueno. ¿No vas a comer entonces?

E: No, solo quiero dormir. Estoy cansada.

S: Okay. Si me necesitas, voy a estar en el living para no molestarte.

E: Gracias mi amor.

S: Always whit you.

E: Always.

Sebastián me dio un beso simple en la frente y se fue a paso lento hasta la cocina, mientras yo caminé hasta mi ventana, cerré las cortinas, me acosté en mi cama y apagué el televisor, y en menos de lo que creí, había caído en un sueño profundo. Realmente me sentía cansada.

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