Capítulo 17

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E: O sea que... -sus ojos se tornan vidriosos.

S: Llegó la hora de regresar, Eiza. En un par de horas, tengo que volver a México, las grabaciones de la novela tienen que continuar, y sin mí es imposible.

E: Entiendo... -le sonríe y parpadea un par de veces- El deber te llama.

S: Eiza, yo...

E: Nada, ¿a qué hora sale tu vuelo?

S: A las 6am.

E: Aún hay tiempo...

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Eiza se sentó sobre la cama y extendió sus brazos, me di cuenta inmediatamente de lo que quería. Me abrazó, tenía casi la voz quebrada, no quería que sufriera, pero solo nos quedaban unas horas juntos, por ahora. Quería que nuestra despedida fuese la mejor. En el abrazo me dijo al oído:

E: Es un "hasta pronto", no un "Adiós".

Y me besó el hombro. No sé en qué momento Dios decidió darme tal bendición, pero se lo agradezco. Eiza era la mujer más valiosa en mi vida. Las cosas que podía llegar a hacer por ella eran innumerables, e inexplicables.

Me volvió a besar, despacio y suave, como queriendo que durara para siempre.

Estaba concentrado en marcar como mío cada rincón de su boca, no tardé mucho en quitar la ropa que impedía que entráramos en contacto directo, piel con piel. Eiza, totalmente hundida en la pasión, se dejó llevar por mí.

Llenó mis manos con sus senos y sonreí para mis adentros al sentir como sus pezones se ponían erectos con ese simple contacto. Decidí bajar los besos, necesitaba probar cada rincón de su cuerpo, llenarme de ella, hacerla mía.

Un gemido de placer y la espalda arqueada fue su reacción cuando uno de sus pezones desapareció en mi boca y después tembló al sentir mis dientes alrededor de él. Cada caricia parecía excitarla más.

Lo besé y lo succioné hasta que sentí que con eso era suficiente, pero aún tenía ganas de ella. Ya no necesitaba hacer algo más, ella estaba completamente a mi merced.

Se retorció de placer al sentir la humedad de mi lengua sobre su otro seno. La sensación era extremadamente erótica y agradable. Me sujetó de la cabeza para evitar que me alejara de ella y yo gustoso le correspondí.

Lentamente una de mis manos recorrió todo su cuerpo y se detuvo al llegar a su centro. Acaricié superficialmente su feminidad y se estremeció al sentirme.

Con mucho cuidado acaricié hasta el último rincón de ella. La humedad de su cuerpo hacia evidente su necesidad por mí. Pero no me precipité, quería disfrutar del momento al máximo.

Nuestras bocas volvieron a juntarse y con mucho cuidado le separe las piernas para poder entrar en ella lenta y delicadamente.

Un gemido por parte de ambos, fue la respuesta a la satisfacción que sentíamos. Comencé a moverme dentro de Eiza, con cada embestida que daba necesitaba, quería más.

Las embestidas fueron haciendo que el mundo que nos rodeaba careciera de importancia. Ahora solo existíamos nosotros dos y el placer que sentíamos al estar en contacto con el cuerpo del otro.

Recordé entonces: Eiza debía, definitivamente, cortarse las uñas. Me acerqué hasta su boca y volví a besarla, una embestida fuerte mientras la besaba y ella me correspondió mordiendo mi labio con fuerza. De verdad, no me importó, en realidad, me gustó.

De un momento para otro, Eiza gimió de tal forma que supe al instante que había alcanzado el éxtasis total.

Con tres embestidas más fuertes yo también alcancé el clímax y los dos fuimos arrastrados en una oleada de placer, nuestras respiraciones entrecortadas era lo único que se escuchaba.

S: Espero que mi hijo no se enoje...

E: ¿Por qué?

S: ¿Y si lo despertamos?

E: -ríe dificultosa- No pasó, estate tranquilo.

S: Te amo...

E: Yo más.

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Sebastián se levantó de la cama, me alzó entre sus brazos y nos dimos una ducha, juntos. Reímos sin parar, hasta que se me ocurrió salir de la ducha aún enjabonada. Sebastián salió detrás de mí, corrimos por todo el departamento, desnudos, hasta que me atrapó y, nuevamente entre sus brazos, me llevó al baño. Me dolía la cara de tanto reírme, pero más me dolía el corazón, por tener que despedirme. Sabía, de todas maneras, que no dejaríamos de vernos por siempre, pero de todas formas, era horrible.

Salimos de la ducha. Eran las 4:30, la hora había pasado volando. Me vestí con short de jean, una remera blanca y un par de zapatillas deportivas. Me senté en la orilla de la cama y comencé a desenredar mi cabello mirando a un punto fijo.

Dos manos sobre mis hombros y un movimiento de pulgares, Sebastián me estaba dando un masaje. Tiré la cabeza hacia adelante y su suave y cálido aliento se acercó a mi cuello:

S: ¿Estás cansada?

E: -bosteza- Aja...

S: ¿Quieres dormir?

E: No... Solo me agotaste un poco.

S: -ríe levemente- No fue mi intención, aunque tú también me agotaste, Eiza.

E: ¿Yo? Pero si soy un angelito.

S: Santa Eiza, la que quedó embarazada del espíritu santo.

E: La misma que viste y calza.

Sebastián me dio un rápido beso en el cuello y se retiró a vestirse. Yo me dejé caer sobre la cama rendida. Cerré los ojos para descansarlos, y en lo que yo creí, fueron 5 minutos, los abrí. Miré la hora, 5:40. Sebastián estaba sentado junto a mí, acariciando mi pelo. Me incorporé rápidamente:

E: ¿No a llegar vas tarde?

S: -ríe- Eiza, formula bien las preguntas, ¿sí?

E: -sacude a penas la cabeza- Perdón. ¿No vas a llegar tarde?

S: Ya me estaba por ir.

E: ¿Y no pensabas despertarme?

S: A eso vine, pero te veías tan hermosa durmiendo... te extrañaré, Eiza.

E: -se sonroja- Yo también te voy a extrañar, Sebas.

S: -la abraza- ¿Vamos? El auto es tuyo.

E: Vamos.

(...)

El viaje hasta el aeropuerto fue pura comunicación entre miradas, sonrisas, y besos tirados al aire, hasta que llegamos. Sentados en la sala, fueron puras cosquillas, la gente nos observaba, ambos llevábamos anteojos de sol puestos, por una cuestión de seguridad. Aunque, tarde o temprano, nuestra relación saldría a relucir.

Esa voz insoportable de mujer-operadora telefónica que hay siempre en los aeropuertos, les pidió a los pasajeros del vuelo de Sebastián que abordaran. Se levantó y caminamos de la mano hasta la fila. Mi corazón comenzaba a contraerse, cada vez más. Presioné mi mano en la de Sebastián y se separaron. Él comenzó a caminar derecho, adelante, y yo solo me quedé ahí parada pensando: "Ni una mirada, ni un beso de despedida". Bajé la mirada a mi vientre con mis manos posadas en él, y entonces siento que corrían hacia mí, y en cuanto alzo la cabeza de nuevo, la boca de Sebastián recibió a la mía. Me abrazó, me levantó por los aires, me dio un giro y, cuando me bajó, me miró con sus hermosos ojos verdes y me recordó:

S: Esto no es un "Adiós", es un "Hasta pronto"...

Entonces se fue, lejos, lo vi subirse al avión, lo vi mirar por la ventanilla, vi al avión despegar, lo vi desaparecer en el cielo:

E: Es un "Hasta muy, muy pronto", Sebastián.

I pledge to you my eternal love❤Donde viven las historias. Descúbrelo ahora