Prólogo.

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- La niña ha pasado por mucho, no pueden solo tratarla como si nada

En el fondo de aquel pasillo de espera se encontraba una pequeña pelirroja con las manos entrelazadas y los pies columpiándose de adelante para atrás. Los tenis gastados y manchados de residuos de sangre tenían los cordones colgando. El cabello lo tenía trenzado del lado izquierdo, su piel era tan pálida que las venas relataban a simple vista.

Hace días la tenían en aquel lugar esperando que alguien pudiera ir por aquella pequeña que había visto a sus padres morir frente a ella. No se molestó en levantar la mirada para ver a la persona con la que hablaban. No le interesaba en lo absoluto. Su mente estaba sumida en los atormentados recuerdos de haberse quedado en el interior del carro, esperando que alguien la rescatara con el rostro manchado de la sangre de sus padres y gruesas lágrimas dejando un marcado sendero en su mejillas.

El hombre que la había reconocido apenas había entrado al lugar, se aproximó a ella una vez había llegado a un acuerdo beneficioso para que la casa hogar. Era tan idéntica a su madre que no le fue complicado saber que era de esa pequeña de la que todo se trataba.

La Niña levantó la mirada una vez un par de zapatos negros, bien lustrados, entró en su campo de visión. El hombre frente a ella era de cabello negro con algunas canas comenzando a relucir. Tenía unos ojos verdes con destellos que por segundos le hacían creer que eran grises. La sonrisa en sus labios la hizo sentir menos miserable. El hombre se hincó frente a ella, mirándola con ternura.

—Hola, pequeña, soy Carryck Fray.

La pequeña apretó los labios jugando con sus dedos. ¿Cuál era su nombre? Ya no era siquiera capaz de recordarlo.

—¿Quisieras venir a casa conmigo?

—Si. —murmuró —No me gusta este lugar.

El hombre sonrió de oreja a oreja incorporándose de nuevo y extendiéndole la mano donde la niña pudo reconocer una alianza en su dedo anular. Miró a sus lados viendo a los otros niños de la casa hogar correr unos detrás de los otros. Ella los odiaba, odiaba a aquel lugar. Haría todo lo que fuera necesario para jamás regresar ahí, para jamás volver a quedarse sola.

Para jamás volver a ser débil.




Con un estrépito, Isabella despertó de golpe sentándose en la cama, fragmentos de aquel sueño se volvieron borrosos y tan escurridizos como la arena entre sus dedos. Los latidos de su corazón estaban desbocados, su corazón latía con tanta fuerza que imaginó que podía reventársele. Miró a todos lados tratando de saber donde se encontraba.
Su habitación... Ahí, en la oscuridad de su habitación recobró algo de calma, recordó que estaba a salvo, que no volvería a pasar por aquel infierno que la atormentaba por las noches, pero que al dia siguiente no era capaz de recordar.

Pasó las manos por su cabello húmedo por el sudor y pegó la frente a sus rodillas buscando tranquilidad. Aquellos fragmentos de sueños se desvanecieron dejándola en blanco. Suspiró con frustración y al final levantó el rostro susurrando a la nada:

— ¿Qué carajos....?

Si me amas... Adorarás a mis  hermanos. (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora