Tiempo Bala.

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Theresa parpadeó varias veces al encontrarse frente las enormes puertas del instituto Grey. Se quedó parada mirando la dirección de la parte trasera del lugar. Su mente comenzó a rememorar el momento en el que estuvo en aquel lugar por última vez. Eros, que había ingresado el código y escaneado su muñeca, la miró esperando sus preguntas.

No fue así. La vio tan sumida en sus pensamientos que incluso pudo ver el agobio y culpabilidad en su mirada, a pesar de que su rostro fuera uno lleno de frialdad.

Theresa tropezó con sus propios pies mientras bajaba las escaleras en medio de todo el revuelto que se había desatado por su causa, la mano fría de Jonathan se cerró con fuerza en su mano sin darle oportunidad a que se detuviera aunque sea para tomar el aliento. Se detuvo apenas llegaron a la enorme puerta de metal que mostraba una salida para la pelirroja.

Jonathan se giró a ella con la urgencia en su mirada.

—Escúchame bien, no podré ir contigo como lo acordamos, haré todo lo posible por evitar que sigan tu camino, pero tu me tienes que prometer que seguirás corriendo.

El rostro de Theresa se descompuso en uno de horror.

—¿De que estas hablando? ¡No te voy a abandonar!

—Es mas fácil que sobrevivas si corres. —la miró rápidamente antes de mirar al frente —Serán muchos soldados y no podré protegerte, tienes que correr, no pares de correr hasta llegar a los bordes del bosque, tu agencia te va a encontrar, y si no, yo lo haré, pero prométeme que seguirás corriendo.

El silencio de la chica le hizo entender que no estaba de acuerdo, se detuvo sacando su arma y disparando al picaporte de la puerta pesada y de metal que les cubría la salida, cuando esta se abrió, se giró a ella.

—Tess...

—Debe de haber otra manera. —miró a todas partes, su cuerpo estaba rígido.

Quería encontrar otra forma sin tener que irse asi, no cuando no tenía la certeza de lo que pasaría.

El negó rápidamente.

—No la hay. Tienes que correr, corre y no dejes de correr, no necesitas hacer nada mas que eso. —sujetó su rostro entre las manos frías —Prométemelo.

Un enorme nudo se formó en la garganta de Theresa, no había de otra, ella aún era débil, no podía quedarse y hacer frente a una muerte inminente. Cerró los ojos con fuerza.

—Lo prometo.

Theresa no miró atrás, simplesmente dio unos cuantos pasos al frente, y en pocos segundos, ya se encontraba corriendo lejos del lugar, sus ojos se llenaron de lagrimas, gruñó limpiándoselas con la mano y corrió más rápido.

—¿Tessa?

La pelirroja cerró los ojos dejando salir un suspiro pesado. Apretó las manos en puños odiándose por ser tan patética y débil. Si pudiera ver a su versión de hace más de tres meses atrás, le daría un golpe en la cara por ser tan patética.

—La última vez que estuve aquí fue cuando corrí una vez más por mi vida porque habían irrumpido en el lugar. —la sequedad en su voz le demostraba a Eros aquel amargo recuerdo.

Se giró a ella analizándola por unos segundos.

—¿Te arrepientes? —Theresa frunció el gesto —¿Te arrepientes de tomar esta vida?

Si me amas... Adorarás a mis  hermanos. (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora