Traiciones.

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Theresa miraba a su alrededor con algo de nerviosismo, se encontraba en la habitación de su instructor. La había dejado ahí hace más de cinco minutos mientras al hacía algo más en la sala con Isabelle. Como fuera, no le molestaba a en lo absoluto. El lugar estaba completamente ordenado, era como si nadie viviera ahí. Se cuestionó porqué Eros permanecía en el averno si tenía un lugar tan cómodo y seguro como el departamento. Cerró los ojos por unos instantes al sentir una oleada de dolor recorrerle desde los nudillos hasta el ante brazo. Era un dolor soportable, pero que amenazaba con hacerla perder la poca paciencia que le quedaba. Aún le costaba poder creer lo que había pasado y donde se encontraba en ese instante.

Bajó la mirada a sus manos heridas. Los hematomas en su mano izquierda comenzaban a marcarse después de los acontecimientos de aquella noche. Realmente estaba cansada. Todo lo que había pasado tan solo hace unas horas amenazaba con volarle la cabeza.

Descubrió que Milie y Dereck pueden ser sus primos...

Venció a Eros en un juego de guerra...

Salió con los nacidos en la agencia...

Se lanzó de un risco...

Eros tan cerca de ella que podía sentir sus respiraciones colisionando...

La salida en busca de Millie...

Nick cerca de ella...

La discusión con su primo...

El intento de asesinato...

Suspiró con cansancio. Estaba exhausta.

—Tessa...

Abrió los ojos con lentitud mirando a su instructor entrar a la habitación con lo que parecía un suéter y pantalón negro en manos. Se los extendió en silencio.

Theresa lo miró unos segundos antes de aceptarlo con algo de torpeza.

—Gracias.

Eros asintió. Tomó algo de la mesa y se arrodilló frente a la joven. Theresa batalló un poco con su mano herida antes de poder acomodar bien el suéter.

La tela era suave y retenía inmediatamente el calor humano, no fue aquello lo que la hizo sentir segura y reconfortada, fue el hedor del castaño impregnado en la prenda a pasar de estar recién lavada. Se sintió diminuta en ese momento, rodeada de una calidez que le brindaba Eros sin siquiera saberlo. Se sentía tranquila y segura enfundada en ese enorme suéter que cubría sus manos haciéndola sonreír bobamente. Eros no quiso reprimir la sonrisa tierna que se le había formado al verla con su ropa, aquella joven era diminuta.

Theresa por fin levantó la vista a su instructor, lo miró frente a ella, antes de poder preguntar lo que pasaba, percibió el tacto del castaño tomando su mano izquierda con delicadeza. Parpadeó varias veces queriendo comprender lo que hacía.

Eros tomó un trapo húmedo con algún ungüento para aliviar el daño en la mano de la joven, la sintió estremecerse apenas el trapo hizo contacto con su piel, dolían, sus heridas dolían mas de lo que alguna otra herida hecha en ese lugar le había dolido. Eros apretó los labios reprimiendo todo lo que quería externar. La piel de sus nudillos estaba abierta dejando el tejido lastimado, el color morado comenzaba a esparcirse por su pálida piel. Una cosa era que se lastimara los nudillos por un arduo entrenamiento, otra que los tuviera de esa forma por un ataque de sus propios compañeros. No le sorprendía que sucediera aquello. De hecho, consideró que ya se habían demorado. Lo que no pensó fue que lo tomaran desprevenido. Theresa era la razón por la que él dormía en el averno. Si algo le llegaba a ocurrir él lo sabría de manera inmediata. Pero no fue como él lo planeaba. La voz de la pelirroja lo hizo levantar la mirada.

Si me amas... Adorarás a mis  hermanos. (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora