Entrenamos soldados, no rebeldes...

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Theresa miró con cierta impresión el lugar. La calidez que emanaba fue algo que le agradó, su cuerpo dejó de estar tenso en todo momento. Eros se paseaba con normalidad por el lugar. Lo miró quitarse la chamarra y dejarla en el respaldo de uno de los sillones que había.

Sin poder seguir conteniendo su curiosidad, lanzó la pregunta.

—¿Qué es este lugar?

—Mi departamento. —respondió sin más.

Una extraña sensación de emoción y nerviosismo recorrió el cuerpo de Theresa.

—Puedes quitarte la chamarra si quieres. —la miró —Vamos.

Theresa se apresuró a hacer lo que le dijeron e ir con el castaño. Lo miró abrir dos puerta de par en par, su boca se abrió en una de completa sorpresa al ver a su alrededor. Había una pared llena de libros de pasta dura y de piel, con grabados color oro. El aroma del lugar olía a papel viejo, una de las cosas que más le gustaba. Había un escritorio de caoba, las lámparas y los muebles de a lado estaban pulcra mente acomodados. No había rastro alguno de polvo, ni posters, ni armas por todos lados como ella se lo había imaginado. El lugar carecía de un desorden que representara la presencia de alguien en ese lugar.

Dedujo que a Eros le gustaban las cosas ordenadas, solo había que verle para saber lo ordenado que era. Theresa miró de nuevo a su alrededor.

—Esto es increíble. —sonrió —Nunca pensé que te gustara leer. —lo miró.

Eros se encogió de hombros.

—No es como que me gusta que los demás sepan lo que hago.

Theresa río bajo mirando los libros.

—Nunca me cansaré de esto... —murmuró.

—¿Qué cosa? —lo escuchó mientras lo veía acercarse al mueble donde están unos libros que ya se veían viejos.

—La emoción y la satisfacción que siento cada vez que veo un lugar así.

—¿Te gusta la literatura? —se giró a ella poniendo varios libros en el escritorio.

—¿A quien no? —sonrió —Me hace olvidar lo cobarde que soy.

Eros arrugó el gesto.

—No eres cobarde.

Theresa lo miró con una sonrisa de tristeza.

—Si supieras... —suspiró paseándose por el lugar —Soy más de huir... Siempre lo he sido. Pero si yo no puedo escapar, que al menos lo haga mi mente. —murmuró pasando los dedos por los libros —Que al menos ella pueda ir a épocas distintas, a lugares distintos, con seres mitológicos, que vea mundos felices... —bajó la mirada —Mundos a los que yo nunca podré ir...

Eros apretó los labios. En ocasiones, así era como se sentía también. Quería extender la mano y abrazarla, es lo único que había querido hacer desde que la había vuelto a ver, sabía lo difícil que era pasar por todo con lo que ella estaba lidiando, se contuvo apretando las manos en puños y mirando a otro lado.

—Entonces no eres la única cobarde. —Theresa lo miró de inmediato —La vida a menudo suele ser una mierda. Leemos para librarnos de nuestros problemas aunque sea por un instante, si quisiera algo real, leería las noticias.—se encogió de hombros.

Después de unos segundos en silencio, donde ambos no apartaron la mirada del otro, Eros recordó porque estaban en ese lugar. Señaló los libros en la mesa.

—¿Reconoces a alguno?

Theresa frunció levemente el entrecejo, acercándose con cuidado a la mesa. Había tres libros de diferente color, uno era gris, otro era café y el tercero era rojo. Todos tenían en las portadas letras color oro que dejaban ver el nombre de cada uno. Específicamente uno llamó su atención. El libro gris. Sus páginas estaban más gastadas que los otros, su pasta dura, demostraba cuántas veces había sido abierto aquel libro. Pasó la punta de sus dedos por la tapa antes de levantarlo con cuidado. Eros se cruzó de brazos mientras se acercaba a ella.

Si me amas... Adorarás a mis  hermanos. (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora