Maldita loca con ideas suicidas.

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Theresa tragó de nuevo con dificultad. No dejaba de retorcer los dedos con nerviosismo. Tener un plan era una cosa, efectuarlo, era otra. Y se necesitaban personas verdaderamente valientes y osadas como para hacerlo. Ella era nada comparado a los soldados nacidos en Akagetzu.

O al menos eso pensó. Nadie se había ofrecido a ayudar con el plan de sus instructores.

La única opción que quedaba, era ella.

Según Isabelle, era su plan, ella lo llevaría a cabo, sin embargo, no iba a poder hacerlo sola y el problema más grande era que ella ni siquiera sabía manejar un maldito tractor.

Se giró a sus amigos e instructores para decirles la verdad.

—No puedo hacerlo. Yo no puedo, —negó —no puedo hacerlo sola. Y ni siquiera sé manejar esa cosa. —la señaló. —Soy una total novata y no estoy segura de que funcione.

Eros la sujetó del hombro. Era la segunda vez que se atrevía a tocarla con tanta libertad. Sintió una fuerte descarga de adrenalina cuando Theresa lo miró.

—Eres una total novata. Ellos nacieron en este mundo... —murmuró señalando con la cabeza a los demás subordinados —Y aún así, ninguno creó un plan para salvarnos. Eres una de nosotros Tessa. Y lo has demostrado.

La mirada que le dio, no supo entenderla. Simplemente asintió con la cabeza con determinación. Eros tenía la habilidad de darle la seguridad suficiente para que ella ejecutara sus locuras.

Caleb se acercó cuando Eros retiró la mano del hombro de Theresa.

—No lo harás sola. Sue y yo iremos contigo. — Theresa los miró con sorpresa —Y sobre el tractor, no te preocupes, yo sé manejarlo.

Los tres se miraron entre sí, antes de asentir. Saber que contaba con ellos para algo de aquella magnitud le había quitado un enorme peso de encima.

—Tessa es la única con un arma real, así que irá detrás de Caleb y Sue para protegerlos —dijo Eros —Nosotros nos encargaremos de los demás. —miró a Sue —Hazte de un arma real en cuanto puedas. Necesitamos que Caleb llegue sano y salvo a la máquina para tirar todo. La cortina de escombro será efectiva, pero solo por un corto tiempo.

Los tres asintieron. Giraron en sus talones, listos para salir a hurtadillas.

Eros detuvo a Theresa tomándola del brazo.

—Bien hecho.

Theresa asintió, soltándose de su agarre y corriendo con sus amigos. Cuando llegó, los miró.

—Yo salgo primero y después ustedes, corran a la maleza del bosque para cubrirse y después vallan al tractor. —asintieron.

Theresa sintió de nuevo una enorme descarga de adrenalina en todo su cuerpo. Apretó el arma contra su pecho y respiró varias veces para poder controlarse. Apenas salió, se arrodilló disparando a los primeros hombres. Uno a uno caían al suelo con el olor a sangre esparciéndose por el lugar. Podía sentir el arma empujándola atrás, se aferró a ella tal y como Eros le había enseñado.

Se lanzó al suelo a lado de un contenedor de metal con tal de cubrirse. Su cuerpo se estremecía con tediosos espasmos que le calaban los huesos, aún no podía caer en la cuenta de que el arma que tenía en las manos era real y estaba matando a los soldados que estaban del otro lado del contenedor. Ella era nadie para decidir si vivían o morían. No era capaz de poder controlar todos los pensamientos que tenía y se aglomeraban formando un inmenso y denso remolino en su cabeza.

<<Ya deja eso de una maldita vez. Actúa.>>

Cerró los ojos con fuerza respirando agitadamente. Si no hacía aquello, no podría quedarse en ese mundo, si no era capaz de hacer lo que estaba destinaba a ser, todo habría sido en vano. Si no actuaba, sabía que de nada habría valido la pena dejar a sus hermanos, a su familia. No hubiera servido de nada que ellos la hubieran cuidado y mantenido con vida todo ese tiempo.

Si me amas... Adorarás a mis  hermanos. (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora