El huevo.

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Eros frunció el gesto mirando por encima de todas las cabezas del vagón, buscaba la melena pelirroja de la chica que le hacía sentir más que frialdad e irritabilidad. No había nada.

Apretando los labios, se acercó al castaño que sabía, era amigo de Theresa. Le dio dos toques más bruscos de lo que él imaginó.

Caleb se giró de inmediato, con cara de diarrea.

—Se... Señor.

—¿Donde esta Tessa?

Caleb miró a su amiga antes de ver de nuevo a su instructor. Se encogió de hombros.

—Creí que ya lo sabía, señor. Le han prohibido venir.

Las cejas de Eros se arrugaron al escucharlo.

—¿Qué? ¿Porqué? ¿Quien lo hizo?

Sue se apresuró a responder.

—Isabelle le ha prohibido venir. Dijo algo de pasar por encima de ella...

Eros tensó la mandíbula, les dio la espalda y fue directo a la pelinegra.

—Y aquí está en mejor soldado de la clase. —se recargó en su hombro.

Eros le lanzó el brazo lejos de él, entonces Isabelle frunció ligeramente el gesto.

—¿Y esa cara de estreñido?

Eros la tomó con fuerza del codo arrinconándola lejos de los novatos.

—¿Qué hiciste con Tessa?

Una sonrisa burlona se formó en el rostro de la chica.

—Así que es eso...

—¿Qué hiciste?

—Le di una clase de modales, y a menos que no aprenda a respetarme, seguirá rezagada...

—No puede quedar fuera de la prueba. —siseó entre dientes.

—Entonces que no me rete. —se zafó de su agarre.

Eros la miró con ganas de ahorcarla.

—Te recuerdo que está prohibido que te metas con mis subordinados. Va en contra de las reglas.

Isabelle apretó los labios.

—Piensa con la cabeza y no con el pene, Casasola.

El castaño gruñó y se alejó de ella caminando hasta la orilla del vagón, tenía que despejarse un poco. Miró la salida subterránea de Akagetzu, si él hubiera estado más al pendiente de la pelirroja, Isabelle no la habría dejado ahí. Cerró los ojos dándose la vuelta al interior del vagón, una descarga de adrenalina le hizo asomarse de nuevo. Una sonrisa burlona se le formó en los labios y sintió las llamadas mariposas en el estómago al verla.

Su cabello, rojo como el fuego, se agitaba a medida que corría, el viendo frío hacía que su piel luciera más pálida de lo normal, su aliento salía en forma de vapor por sus labios. Eros miró de nuevo la determinación en su mirada. Sus piernas largas, esforzándose por alcanzar el andén. Isabelle se acercó a su amigo al verlo asomado, viendo algo.

—¿Qué pasa?

Su cuerpo se tensó cuando, al asomarse, vio a la pelirroja correr a la punta del vagón. Supo las intensiones de su amigo al verlo sonreír.

—No Eros. Ni se te ocurra...

Este sonrió con sorna antes de agarrase del asidero y extenderle la mano a Theresa que estaba a poco de alcanzarlo, sin dudarlo dos veces, aceptó su ayuda subiendo al vagón. Su respiración estaba tan agitada cuando quedó frente a frente con Eros. Sus respiraciones chocaron llenando de perplejidad al castaño. Su mano la apretó por la espalda para estabilizarla en lo que ella recuperaba el aliento.

Si me amas... Adorarás a mis  hermanos. (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora