¡Maldita sea!.

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Las ramas y las hojas secas en el suelo se rompían con forme Theresa pasaba corriendo. Su pecho ardía y le costaba trabajo poder respirar. Las piernas le temblaban cada que daba otro paso hacia delante. Las ramas de los árboles y arbustos rasguñaban su rostro dejando leves marcas rojas, en algunas partes, estas eran tan finas que lograban cortar la piel de la chica. Su cabello pelirrojo estaba enmarañado con varias ramas en el. Una de sus manos seguía aferrándose la espada de plata, cuya empuñadura pesaba en sus manos.

<<Corre.>>

No podía dejar de hacerlo, de eso dependía su vida. Sus dedos se cerraron con fuerza en la empuñadura del arma fría.

No miró atrás, no podía mirar atrás.


Hace unas horas, se encontraba con Jonathan donde este le enseñaba a usar un arma. Nunca pensó que tendría que ocuparla tan deprisa.

—Tienes que sujetar bien la empuñadura, Tess.

Theresa sostuvo el arma con algo de nerviosismo. La última vez que había agarrado un arma había sido cuando mató al hombre que se la quería llevar. Los dedos del rubio se entrelazaron con los de ella sujetando el arma. La seguridad que él tenía era contagiosa.

—Tienes que aprender a volver este pedazo de metal parte de ti. —susurró mientras hacía suaves movimientos cortando el aire —Sin ti, esto es inservible, Tess. Es uno el que le da el uso.

—¿Me puedes repetir porque me enseñas esto?

Jonathan bajó su brazo y con el, el de la pelirroja, se puso a un lado para que pudiera verlo.

—Porque quiero que estés preparada.

Theresa asintió. Sabía a que se refería. Tomó de nuevo la espada y la levantó, copiando los movimientos del rubio. Este asintió con aprobación, mirando como poco a poco se le facilitaba moverla.

—Imagina que es esgrima.

Theresa frunció el gesto.

—¿Esgrima?

Jonathan sonrió con coquetería.

—Para entrar a la escuela de Francia, tuviste que pasar la prueba de Esgrima, ¿No es así?

—¿Y tú cómo sabes eso?

—Oh, Tess. Te asombraría todas las cosas que hice para no perderte la pista.

La aludida parpadeó varias veces, tratando de procesar lo que había dicho.

—Vale, eso es muy, pero muy acosador de tu parte, Jonathan.

El aludido sujetó un mechón pelirrojo de su amiga, lo examinó como si fuera algo interesante. Frunció levemente el gesto antes de sacar lo que pensaba.

—¿Te irás?

Theresa aflojó el agarre de la empuñadura de la espalda, haciendo que la hoja afilada se redujera. Ya habían hablado sobre la posibilidad de que ella se fuera.

Suspiró extendiendo el brazo para entregarle el arma, este meneó la cabeza sin siquiera verla, haciéndole entender que ahora era de ella. Lo cierto era que ella no quería irse, los chicos también estaban en sus prioridades, pero dado que ya no había respuestas para sus preguntas, no le quedaba de otra que llamar a la chica de cabello azabache.

Muy a su pesar, asintió una vez con la cabeza.

—Hoy haré mi último intento. Si los chicos no me dan la información que quiero, me iré.

Jonathan asintió con lentitud sin dejar de juguetear con el mechón de cabello pelirrojo.

—Desearía tener respuestas para todas tus preguntas, y que de este modo no te fueras.

Si me amas... Adorarás a mis  hermanos. (1)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora