Ciertamente no tenía una idea real de hacía dónde se dirigía.
No quería estar ahí, lo sabía, pero si era honesta con ella misma, en esos momento no quería estar en ningún lado.
Comenzó a caminar sin rumbo.
Sus piernas se movían una tras de otra de manera sistemática, casi como si no fueran parte de ella. Se sentía mareada. Su pecho dolía de una manera irreal haciendo que su garganta se sintiera sofocada, como si se estuviera ahogando sin ninguna razón. Odiaba sentirse así, lo odiaba casi tanto como odiaba la razón por la cual lo sentía.
Después de un tiempo caminando una risa irónica salió de sus labios, mientras continuaba su camino. Se suponía que debería estar feliz, estaba a punto de cumplir años, de ser el día más feliz de su año, de pasar un cumpleaños al lado de la mujer de la que estaba enamorada, ver el amanecer, hacer el amor con ella y despertar tan feliz como no lo había estado nunca. En cambio, parecía que estaba sucediendo todo lo contrario; estaba en unas calles ya conocidas para ella pero sin saber exactamente que hacía ahí. Desorientada, triste, molesta.
No supo con certeza cuánto tiempo llevaba caminando, pero sus piernas dolían cuando finalmente dejaron de moverse.
Después de lo que parecieron horas caminando sin rumbo, con solo su par de audífonos en sus oídos, se dio cuenta de dónde había terminado.
Estaba fuera de casa de Valles.
No estaba realmente sorprendida cuando se dio cuenta de dónde estaba. Ciertamente, no tenía algún otro lugar a donde ir. Aún así, no podia evitar tener un choque se sentimientos al tener nuevamente esa casa frente a ella. No había estado ahí desde hace un tiempo atrás, desde el último día que había buscado a Valentina, desde el día que comenzó a asimilar que quizá ella nunca volvería.
Después de un tiempo frente a la casa, simplemente observandola, caminó un poco por el frente buscando el mismo lugar por el que había entrado la ultima vez y simplemente trepó. Ya no le importaba si la estaban viendo o sí había alguien dentro de la casa. Solo quería estar dentro, estar sola y pensar finalmente en todo lo que no se había permitido hacer en los últimos días, en las últimas semanas.
Cuando sus pies tocaron nuevamente el pasto de aquel jardín, supo que había hecho lo correcto en haber ido ahí.
Entró a la casa de la misma manera que la última vez que había estado ahí, era como un deja vu, como si todo se estuviera repitiendo; la manera de entrar, el silencio absoluto, el aroma a madera de los muebles; solo había una cosa diferente, ahora estaba segura de que Valentina no estaba ahí.
Recorrió lentamente aquellos conocidos pasillos con cierta nostalgia, antes de subir a la habitación en la que había tenido tantas pláticas con la chica de ojos turquesa.
Se recostó sobre la cama mientras volvía a colocarse sus audífonos; la música siendo su única salida ahora que le costaba tanto poder desahogarse con alguien.
A pesar de que al principio trató de evitarlo, terminó pensando en lo mismo de las ultimas semanas. Pensó en el día que era, en la situación y, como ya era costumbre, en Valentina.
No importaba cuanto tiempo pasara pensando en ello, nunca sería suficiente para entender por qué la ojiazul había decidido irse. Cuando volteo hacia la ventana y vio la oscuridad en el cielo, se dio cuenta de que llevaba ahí más horas de las que pensaba.
Miro su relog, era tarde; la madrugada estaba por llegar. La noche había pasado más rápido de lo que había pensado y no debía faltar mucho para que el sol comenzara a salir y con ello, el día de su cumpleaños finalmente iniciará.
No podía quedarse ahí. No importaba cuanto lo intentara, no era lo correcto y lo sabía. Miró nuevamente por la ventana de la habitación y fijó su mirada en aquel jardín en el que había pasado su primera cita con Valentina; a pesar de que intentó ignorarlo, solo confirmó lo que estaba sintiendo.
Debía salir y cumplir su promesa.
Tenían un pacto. No importaba la situación en la que estuvieran ahora, no importaba que Valentina se hubiera marchado, que ahora no supiera nada de ella, que se hubiera ido. No importaba nada de eso, no ahora; tenían un pacto, una promesa, y Juliana estaba dispuesta a cumplirla; al menos la mitad que le correspondía.
Tomó un par de cobijas de la cama en la que había pasado el resto de su día, se abrigó con un poco de ropa de Valentina que había en uno de los cajones y simplemente bajo hacia el jardín.
El frío de la noche la envolvió apenas estuvo fuera y el ligero sonido de algún grillo en alguna parte de los árboles era lo único que interrumpía el absoluto silencio que inundaba. Era una situación conmovedora.
Extendió una de las cobijas sobre el pasto y se recostó sobre ella tapando su ahora frío cuerpo con la otra mientras se acomodaba en la mejor posición para poder ver el aún oscuro cielo sobre ella.
No importaba por donde se viera, el paisaje era simplemente triste. Un par de estrellas sobresalían en el cielo y la luz de la luna era la única que iluminaba la triste noche.
Sin más que hacer, la morena simplemente esperó.
Cruzo sus brazos detrás de su cabeza y se quedó en esa posición hasta que el sol lentamente comenzó a aparecer, creando una mezcla de amarillos y naranjas en contraste con los colores oscuros que habían dominado anteriormente.
Y ahí, en el mismo lugar en donde semanas atrás había hecho el amor por primera vez con Valentina, cumplió su mitad de la promesa mientras veía el amanecer con el corazón roto; sin saber que en otra parte, fuera de la casa de Valles, un par de ojos azules veían al mismo tiempo el amanecer, cumpliendo a su vez su mitad del pacto.