Los días habían pasado de una manera dolorosamente lenta.
Era finalmente doce de agosto; solo faltaba un día para el cumpleaños de Juliana.
Desde niña la morena había amado su cumpleaños, no importaba cuanto lo disimulaba ahora que era mayor, seguía siendo una de las fechas más importantes del año para ella. Se fijaba en cualquier cosa que pudiera ser importante ese día, desde las personas que estaban con ella, como la trataban, el quien la felicitaba, hasta el más mínimo detalle en todo; intentaba pasarlo lo mejor posible, disfrutar su día y ser lo más feliz que el resto de los días del año.
Ahora era diferente.
Desde que Valentina se había ido las cosas habían cambiado para Juliana de una manera exorbitante.
Ya no era la misma de antes, no importaba cuanto lo intentara o cuanto fingiera que no era así, la inesperada partida de la chica de ojos turquesa la había marcado de una manera profunda, difícil de ignorar para cualquier persona que estuviera con ella.
No solo se sentia mal sentimentalmente, todo se notaba físicamente también. Unas grandes y oscuras ojeras habían aparecido bajo sus ojos que ahora se veían más apagados que nunca, su piel palida como de una película de terror antigua haciendo juego con el desinterés al momento de vestirse hacían notable lo mal que se estaba.
Daisy y el resto de las chicas ya habían intentado más de una vez animarla, habían tratado estar con ella o hacerla salir de su casa con la intención de que se distraerá, fallando en todos sus intentos.
En este punto su familia lo había notado también.
Casi no comía, ni salía de su habitación, hablaba solo lo mínimo e indispensable intentando en todo momento terminar con la conversación. Era una Juliana completamente diferente que fue imposible pasar desapercibida.
Una tarde unos días atrás su madre había intentado hablar con ella. Se sentó en la orilla de su cama y acarició su espalda en una intento de reconfortar la un poco antes de preguntarle que estaba pasando.
Le pregunto acerca de la escuela, sobre si estaba enferma e incluso si había sucedido algo con algún chico.
Juliana simplemente no contestó.
No podía contar la verdadera razón, al menos no ahora a pesar de querer gritarla con todas sus fuerzas.
La extrañaba.
La extrañaba todo el tiempo; y lo peor de todo era que no era capaz de evitarlo.
Pensaba en ella incluso cuando intentaba no pensar en nada y eso la atormentaba. La simple idea de que Valentina no volviera nunca la hacía sentir de una manera que nunca se había sentido antes.
Pero muy dentro de ella estaba conciente de que igual de difícil que era el olvidarla, era que hubiera probabilidades de que ella volviera.
"Si fuera a hacerlo, ya lo hubiera hecho. " se repetía constantemente, "sobre todo hoy, para cumplir su promesa."Al menos estaba agradecida hasta cierto punto de no tener que ir al instituto. No sabía que tan difícil hubiera sido todo al estar día con día en el mismo lugar en donde había estado antes con la ojiazul. Además, el hecho de no tener que estar dando explicaciones tanto con Daisy como con el resto de el grupo la hacía sentir un poco más tranquila.
No se sentia preparada para hablar de ese tema, no en voz alta, no tan pronto.
A pesar de que en resto de su grupo de amigas no sabían la situación por la que estaba viviendo el hecho de que había algo que le afectaba a la morena era algo evidente y sabia que las preguntas acerca de ello eran algo que simplemente no iba poder evitar por mucho tiempo como lo había hecho los últimos días.
Ahora, estaba en su cuarto agradecida de estar sola pero a su vez jodidamente deprimida.
Era doce de agosto.
Las horas seguían pasando y la tarde del día comenzaba a consumirse.
Se suponía que esa noche vería el amanecer del día de su cumpleaños al lado de la mujer de la que estaba enamorada, cumpliendo la promesa que se habían hecho justo después de haberse entregado de una manera mágica; en cambio, estaba encerrada en su habitación. Llevaba llorando más de una hora y comenzaba a sentir punzadas en su cabeza de manera constante, sus ojos y su nariz le ardían y estaba segura de que no se veía tan mal como se sentía.
El mundo era un asco.
Su cumpleaños era un asco.
Y lo que más le dolía, el amor era un asco también.
A pesar de seguir completamente enamorada de la chica de ojos azules un sentimiento de rencor comenzaba a crecer de manera lenta dentro de ella.
Después de la etapa de tristeza y negación llego la etapa de la confusión.
Quería entender a Valentina, quería saber dónde estaba, como se sentia, porque no se había quedado; podía haber hecho, Juliana estaba segura de ello, podía haberse quedado con ella y la morena la hubiera ayudado, la hubiera apoyado cada segundo hasta que pasaran por todo el dolor juntas.
En cambio decidió irse.
Decidió irse y romperle el corazón; quizá eso era lo que más le dolía.
Quizá simplemente no entendía el dolor de Valentina.
Su cabeza era un desastre y los sentimientos entraban en su cabeza como un huracán. No quería estar ahí, se negaba a seguir en su habitación pensando en todo lo que hubiera podido pasar, en todo lo que estaba pasando. Simplemente quería liberarse de todo por un momento.
Sabia que el día siguiente la tortura sería peor, todo el mundo queriendo estar con ella, queriendo hacerla sentir mejor, que pensara en más cosas, intentos desesperados por hacerla sentir bien que solo lograrían lo contrario. Era más de lo que podía soportar.
No quería nada de eso, no importaba que tan egoísta sea viera, solo quería estar sola.
Tomo su mochila de la escuela que ya tenía un par de semanas sin ser tocada y puso un par de cosas dentro de ella antes de salir de su habitación.
Su casa, ya comúnmente vacía fue la única testigo de su partida.