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MEREDITH

Los días pasaban y cada día sentía más que Caleb por primera vez, había sido honesto conmigo, del todo.

Había hablado con Stan y le había pedido perdón. Le confesé que no me sentía lista para salir con nadie, y lo entendió. Aunque me dejó en claro que no dejaría irme tan fácilmente. Yo solo reí para no parecer descortés. Y aunque me parecía un chico simpático, bueno y dulce, no sentía nada por él, más que una pequeña atracción física. Pero aquello no bastaba para mí.

Tampoco podía dejar de pensar en el beso con Caleb, en la oscuridad, donde sólo estábamos nosotros dos. Al pasar algunos días, entendí que me había afectado más de lo que podía imaginar. Fue de lo más dulce y sentí que lo hizo con verdaderos sentimientos. Aunque aún no le perdonaba el hecho de haberme dejado marcada por unos días. Todo en él era contradictorio y extremista y eso me confundía, tanto que últimamente preferí estar sola esa última semana para tratar de acomodar mis ideas y pensamientos.

- Oye tú. ¿En qué piensas tanto? – Charlotte se acercó a mí después de nuestra jornada laboral.

No estaba lista para contarle todo lo que me había sucedido, no en mi trabajo al menos.

- ¿Qué te parece ir a sentarnos al acantilado? Después de todo... hace mucho no vamos por allí.

- Me encanta la idea – Comenzó a pegar saltitos cortitos como una niña de cinco años.

Quizás allí solas, me animaría a abrirle mi corazón. Era mi amiga y sabía que podía ser transparente con respecto a cualquier aspecto de mi vida con ella. Podía confiarle todo lo que quisiera y ella lo entendería.

Ambas partimos hacia nuestro lugar favorito y al cabo de veinte minutos, llegamos y nos sentamos al borde del acantilado. Allí en la altura donde todo se veía tan pequeño, incluso nosotras éramos como hormiguitas frente a semejante imagen.

- ¿Qué te gustaría que hicieran tus amigos si algún día te mueres? – Me petrifiqué ante tal pregunta.

- Wow, no lo sé. Nunca lo he pensado – Confesé.

Ninguna de las dos dejaba de mirar hacia el océano. La luz del día, de a poco se estaba apagando. Creando ante nuestra vista un inmenso atardecer, anunciando la llegada de la noche y yo solo quería quedarme allí por horas.

- Pues yo sí – Anunció - ¿Te has puesto a pensar que arriesgamos nuestras vidas para salvar la de otros?

- Sí, claro.

- Es decir, tú entras al mar a rescatar a una persona y te juras sacarla con vida y sana. Pero... - Suspiró – Aunque es una baja probabilidad, podrías entrar en un remolino o golpearte con una roca.

- Como tú lo dices, es una baja probabilidad. Pero cada día estoy más convencida que quiero salvar vidas, sin importar lo que podría llegar a sucederme a mí. Al igual que tú... me imagino – Esta vez dirigí mi mirada hacia los ojos azules de mi amiga.

- Por supuesto. Pero... Prométeme algo – Tomó mi mano y comencé a sentir miedo.

- Dilo.

- Si algún día me sucede algo... deseo que rescaten mi cuerpo del océano, embriáguense y arrojen mis cenizas al océano. Y así, de alguna manera, seguiré estando con ustedes. Allí es donde yo pertenezco – Volvió su rostro al océano.

- Me estas asustando, Charlotte. Acaso... – Temí preguntarle, pero tenía que hacerlo - ¿Estás enferma?

- Tonta – Se echó a reír – Por supuesto que no. Pero quería que me lo prometieras.

Demasiado tarde ©.  [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora