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MEREDITH

Sentí escalofríos al entrar allí, era un lugar vacío y no por tener pocas cosas; el sentimiento era ese. Y ahí entendí, que quizás se la pasaba adentro de este lugar, a pesar de la gran mansión que tenía. ¿Con qué se podría conectar si aquí no había nada? No había aroma a hogar. Era una estructura arquitectónica, solo eso.

En sí, el espacio era lindo y sencillo: paredes altas y blancas, piso de porcelanato blanco liso - perfectamente limpio y brilloso -, una cama King size con base negra, una gran biblioteca -la cual me sorprendió, ya que no parecía un hombre que le gustara la lectura-. Pero algo captó mi atención más que cualquier cosa: en una de las paredes había fotos. Así que me encaminé hacia estas, que caían en forma de cascadas: una foto central de una muchacha joven y hermosa, y seis fotos al rededor.

- ¿Quién es? - Le pregunté a Caleb, sin mirarlo. Se encontraba atrás mío, ya que pude sentir su suave respiración.

Había quedado sorprendida, estaban colgadas de una manera muy perfecta, como si se hubiesen tomado el mayor tiempo en medir la distancia entre cada uno de los marcos; no había notado desde lejos que entre estos había pequeños pájaros blancos vinílicos pegados a la pared, los cuales se perdían con el fondo del mismo color. En un segundo recordé el tatuaje que tenía de las aves volando, quizás significaban lo mismo.

- Mi madre - Anunció en un hilo de voz.

- ¿Y esto? - Señale a las aves blancas y recorrí cada una de ellas con mis dedos.

- Ella... falleció cuando yo tenía tan solo diez años. Y ese soy yo - Dijo señalándome al niño que se encontraba con la mujer en todas las fotos, menos en la central - Y las aves son un signo de libertad... digamos - Creí que seguiría hablando pero no lo hizo, sentí una punzada en el corazón.

Me di vuelta para quedar de frente a él y le acaricié la mejilla, podía ver el dolor a través de sus ojos. Colocó sus manos en mi cintura y se acercó aún más a mí.

- Ni siquiera sé por qué te he traído aquí - Susurró.

El silencio en la habitación era tal, que casi podía escuchar su corazón latir a gran velocidad. Me acerqué aún más, coloqué una de mis manos en su nuca y lo atraje hacia mi hasta pegar mi frente con la suya. Nuestras respiraciones comenzaron a tomar velocidad. Yo cerré mis ojos a la espera de un beso enternecedor, un beso que haga olvidarnos de todo lo que había sucedido.

- Meredith - Se apartó y sujetó mi rostro con sus manos, mirándome con sus ojos grises que, en ese momento, me derretían.

- Si... - Contesté jadeante.

- Te mueres por besarme, ¿verdad? - Sonrió malévolamente.

Me sorprendí al escuchar aquello. Lo empujé con todas mis fuerzas, obligándolo a apartarse de mí y lo fulminé con la mirada.

- Eres un idiota, insoportable y engreído – Le grité.

El rió.

- Tú eres de lo más irritable.

Bufé.

Atiné a marcharme lo antes posible de aquel lugar pero antes de poder hacerlo me sujetó por el brazo volviéndome hacia él.

- No te soporto.

Eliminó los metros que nos separaban para quedar pegado a mi cuerpo, tomándome por la cintura y hablando entrecortadamente.

- Y yo no te soporto a ti – Contesté, más enojada de lo que parecía.

Una vez más me acorraló contra la pared.

Demasiado tarde ©.  [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora