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MEREDITH

Unos minutos después, toda la policía estaba dentro de mi apartamento tomando fotos, llevándose cadáveres, buscando huellas que los ayudara a reconocer a las personas que ahora estaban sin vida. La mujer policía me ayudó a guardar algunas prendas de ropa dentro de mi bolso para luego llevarme a una ambulancia y dejarme allí sentada por un rato mientras yo decidía qué hacer. No podía quedarme en mi casa mientras todas esas personas hacían su trabajo, no podía estorbar, porque además mi casa ahora era una escena del crimen; de esas que te las pasas viendo en televisión y nunca llegas a creer que te sucederá a ti hasta que sucede. En la calle había una gran cantidad de patrulleros, dos o tres ambulancias y algunas personas queriendo saber qué sucedía allí. Yo solo me coloqué una cachucha para que nadie pudiera reconocerme. Habían estado llegando algunos reporteros, pero yo solo pude escuchar a una que captó mi atención con el reportaje que estaba dando.

- Según informes, Derek Müller, jefe de la mafia alemana cayó esta tarde. Luego de tantos años intentando dar con su paradero, lo encontraron con dos rehenes. Una de las personas más buscadas en el mundo, tanto por el FBI, como por la INTERPOL. Definitivamente el mundo será un lugar mejor sin ésta persona que ha matado a miles de personas, de las maneras más escabrosas.

Por suerte ésta no me podía ver dentro de la ambulancia. Yo solo la veía por la abertura de la puerta del coche donde estaba metida.

Ese hombre era realmente un asesino, pero con verlo tras las rejas me hubiese sido suficiente. A veces los reporteros pareciera que no miden las palabras que usan ni el alcance que tienen, pero eso ya era problema de ellos. Por mi parte estaba un poco más tranquila. Sabía que iba a necesitar ayuda de un especialista para poder procesar todo lo que me venía sucediendo antes de este atentado a mi vida y lo que pasó después.

Después que me tomaran una breve declaración y para nada oficial -ya que al siguiente día tenía que asistir al departamento de policías - una señorita amable se acercó a mí en el momento en que Caleb también lo hizo.

- ¿Ha decidido qué hacer señorita? – Me preguntó con dulzura. Como si sintiera compasión por mí. La entendía perfectamente, ella sólo hacía su trabajo por más que a mí no me agradara que la gente sintiera lástima por mí.

- Se va conmigo, gracias – Anunció Caleb, mirándome con expectativa.

- No – Agregué antes que pudiera decir algo más. La pobre muchacha no sabía a cuál de los dos mirar y la noté bastante incómoda – Iré a un hotel – Le sonreí a esta sin siquiera mirarlo.

- Te vienes conmigo, amor – Se atrevió a pronunciar aquellas palabras que para mí ya no tenían sentido.

- No... - Apreté los dientes con fuerza, molesta – No vuelvas a llamarme así – Ahora si posé mis ojos en los suyos.

Quería que entendiera y por eso fui tan directa. Él y yo ya no éramos nada. Él ya había roto lo poco que construimos en los meses que nos habíamos conocido. Nunca imaginé tener un noviazgo tan corto, pero así pasó y así lo dejaría ser.

- Meredith, tenemos que hablar – Yo me puse de pie lista para irme sin contestarle, pero éste me tomó por el brazo.

- Tú y yo no tenemos nada de qué hablar, Caleb – Le dije en voz baja pero realmente enojada. No disimularía nada ante él.

- Tienes que escuchar mi versión de la historia – Me imploró mientras con su mano bajaba hasta encontrar la mía.

Yo no me solté, porque sabía que sería la última vez que sentiría su contacto, que sentiría su piel junto a la mía. Estaba intentando guardar en mi memoria su mano suave, su aroma y sus ojos. Porque por más que me doliera, él y yo no estábamos destinados a estar juntos, o al menos él no lo quiso así. Casi podía escuchar a mi corazón partirse poco a poco, como cuando se rompe un cristal.

Demasiado tarde ©.  [COMPLETA]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora