Capítulo 64: Contra la espada y la pared

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Narra Dian

No sabía qué hacer, ¿se lo contaría a Villa? Debía hacerlo, yo misma fui la que dijo que debíamos hablar sobre si algo malo ocurría. La comunicación era esencial, pero una parte en mí no quería saber la verdad.

Estaba confundida, en mi cabeza no existía idea alguna sobre por qué Villa había escrito una canción con tal bella y triste letra.

Nos encontrábamos en un estudio de grabación; a mi parecer, realmente interesante, pero supongo que como los chicos ya están acostumbrados, les parecía monótono y normal.

Yo había salido un momento; por más que Villa y los chicos fueran amables conmigo diciendo que mi presencia no traía interrupciones ni problemas, sabía que necesitaban su espacio.

Cuando les dije que saldría, Villamil me miró con una cara que reflejaba su inconformidad a mi futura ausencia, pero no estaba puesta en voto mi decisión. Dejé un beso en sus labios y salí del cuarto. Ahora heme aquí, pensando en cómo hablar con él sobre lo que sentía.

No les mentiré, le temía a la verdad, me aterraba, pero no era el momento de ser cobarde, ya no más. Aunque no podía evitar desear que los chicos tardaran mucho en abandonar el estudio.

Mi cobarde deseo se cumplió, se estaban tomando su tiempo. Para no caer en el aburrimiento, decidí entrar una vez para preguntarles si no necesitaban algo. Creía que como ya llevaban unas horas ahí querrían algo.

– Hola, ¿cómo va todo?— pregunté entrando al cuarto.

— Sueñoooo— dijo Martín estirándose en un sofá y recargándose en Simón.

— ¿Quién lo manda a desvelarse tanto, Martín?— dijo Simón.

— Vamos bien, con excepción de que Martín se muere de sueño jajaja y Villamil se la pasa quejándose de hambre- me respondió Isaza.

— No es cierto— replicó Villa—, usted también.

— Todos, Pri— articuló Martín con los ojos cerrados y aún con su cabeza en el hombro de su hermano.

— Aún no nos podemos ir y no lo haremos. Lo saben — ordenó Isaza. Según tenía entendido, él era el más intenso de los cuatro a la hora de componer y grabar. Ahora veo que es cierto.

— Si quieren yo puedo ir por algo para ustedes— me ofrecí.

— No es necesario, Dian— dijo Simón.

— Usted no se preocupe— habló Isaza.

— Pero puedo y quiero, además lo necesitan. Tómense un descanso.

El Juan Pablo mayor y Simón voltearon a ver a Villa, como si la decisión de él se tratase.

— ¿De verdad no importa?— me dijo Villa.

— Jaj para nada.

Al final se convencieron, me agradecieron como mil veces, me dieron dinero para comprar comida y fui a la tienda más cercana.

Me confundí un poco con las monedas, y con una inmensa pena, le pedí ayuda al sujeto del negocio. En mi defensa, jamás había estado en España.

Cuando La Rosa MueraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora