Capítulo 9: Toronto

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Viernes, 21 de abril de 2017.

Un Range Rover estaciona en mi calle. La puerta del acompañante se abre y Valentin baja. Lo observo a un lado de la puerta, cruzada de brazos, junto a mi enorme maleta rosa chillón. Hace más de diez minutos que estoy en la misma posición, esperando por él.

—Llegas tarde.

—Esta vez no fue mi culpa —canturrea mientras hace una seña a su carro, donde baja Travis—. Hola.

Se inclina y deja un dulce beso en mi boca. Es un gesto inocente, pero logra erizarme el vello de la nuca.

—Hola —saludo.

Sus ojos exploran mi cuerpo y la arruga en su frente no se tarda en hacer su presencia.

—¿Si sabes que vas al aeropuerto y no a un desfile de moda?

Miro lo que llevo puesto: crop top negro, pantalones azules con un moño ajustable en la cintura y al final un dobladillo invertido, botas blancas de tacón alto con pasadores y una chaqueta negra que termina debajo de mi ombligo.

Me encojo de hombros.

—No estoy demasiado arreglada.

—Vas de tacones altos a tomar un avión.

Retrocedo un paso e intento no ponerme irritable.

¿Qué tanto le cuesta decir que le gusta lo que llevo puesto? Lo tiene pintado en la cara.

—¿Por qué no tengo un novio como Ted? —le pregunto al cielo—. Primero muerta que sencilla, nene.

—¿Podrías dejar el sarcasmo por un rato?

—Sí, claro. Sin problema. Puedo vivir sin mis frases sarcásticas.

—¡Hola!

Mis ojos van hacia la parte trasera del Range Rover y veo a una pequeña pelinegra con medio cuerpo fuera de la ventanilla, moviendo sus manos de un lado al otro y con una sonrisa brillante. Es Bruna Roa. La mejor amiga de mi novio.

—Cuando dije que te llevaría al aeropuerto salto dentro del auto y no pude hacer que cambie de opinión —sonríe y me echa una rápida mirada—. Quiere conocerte.

Travis la ayuda a bajarse sin abrir la puerta porque creo que se quedó atascada. La deposita en el suelo con cuidado y, apenas queda libre, viene hacia nosotros. Tiene mucho equilibrio para usar tacos y correr sin tropezarse con las piedras que decoran el suelo.

Bajo los escalones de la entrada y me reúno con ella.

—¡Bruna!

Las dos nos abrazamos como si fuéramos amigas de toda la vida. Eleva una pierna y la enrosca en mi cadera, de una forma que lo haría un koala. Su perfume me invade el sentido del olfato, es casi tan dulce como ella. Me obliga a soltar su cuerpo e inspecciona, no creyéndose que me tiene frente a sus narices.

—¡Ay, eres tú! —grita—. ¡Estoy tan feliz de conocerte! Bueno, en realidad ya nos hemos visto una vez, pero no cuenta —es una máquina de soltar palabras sin sentido, me es difícil seguirle—. Es tan linda —le chilla a Valentin, él le da la razón con un asentimiento de cabeza—. No te das una idea de lo loco que traes a Val, desde años, es increíble que al fin se puso los pantalones y...

—¿Años? —me atrevo a preguntar, sin ocultar el asombro.

Valentin se coloca entre medio de las dos y nos separa.

—Suficiente, Bruna. Mara tiene un avión que tomar.

Oh, con que ahora tiene ganas de ser puntual. Justo cuando la conversación se estaba poniendo interesante.

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