Capítulo 20: ¿Y sigues huyendo?

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Viernes, 18 de octubre de 2018.

Xavier no estaba para nada contento y no pierde la oportunidad de recordármelo cada vez que cruzamos miradas. Se mantiene detrás de mí, con los brazos cruzados y mi cartera de cuero negro colgando en su brazo derecho.

Si tuviera que comprarlo con alguien sería Ross de Friends en el capítulo que Rachel le ofrece ir de compras para renovar su closet. Lo único distinto es que... estamos de compras por mí, no por él.

—Me encanta ese —dice por octava vez—. Llévate ese.

—No me convence —digo por octava vez.

Y él suspira con pesar.

—¿Qué es lo que quieres, Mara? —pregunta—. ¿Qué auto tienes en mente?

«Un Jeep negro del 2016.»

Cierro los ojos para evitar que mi mente consiga lo que quiere. Los medios se lo pasarían bomba al escribir que compre un auto igualito al que me regaló mi ex.

—No tengo idea —respondo.

—¿Y porque seguimos aquí? —réplica y luego mira la hora en su reloj ubicado en la muñeca izquierda—. ¡Van a ser la una de la tarde! Me estoy muriendo de hambre, mujer.

Es cierto que llevamos una hora dando vueltas por la concesionaria de autos. Aprobando los asientos de cuero y el brillo que refleja nuestra propia imagen. Pero él quiso venir, aunque le dije que era indecisa e iba a dar problemas.

—Prometo comprarte algo si me ayudas.

—¿Ravioles con salsa blanca y vino?

—Seguro.

Suspira y gira a su alrededor, estudiando los autos que él considera que son mi estilo.

—Podría servirte el Audi —aconseja al tiempo que señala a mis espaldas.

—¿Cuál es?

—El que tienes al lado, Mara —gruñe perdiendo la paciencia.

Algo desconcertada, miro a donde señala. Me gusta el color negro y la elegancia del vehículo, sin embargo, no creo que es esencialmente lo que busco.

—Va a llamar mucho la atención.

—¿No es esa la idea? —rectifica con simpleza—. Sino un Tesla.

Le enseño qué tan disconforme estoy con la idea con una mueca. Xavier se encoge de hombros.

—Ojalá yo me pudiera comprar un Tesla —dice. Y yo continúo recorriendo el lugar con él a mi lado—. Oye, Marita. Ya que te estoy ayudando como el buen amigo que soy, ¿me vas a prestar tu auto para dar una vuelta?

—No soy Sierra —manifiesto con sorna.

—Que te ayude Dios —comenta dejando de caminar y enseguida me prendo del borde de su chaqueta de cuero marrón para evitar que se aleje de mí. —. Sí, dime.

Y me repasa con sus ojos, esperando a que cambie la respuesta que le di anteriormente.

—Solo una vez.

—Una vez por semana.

—Bien.

Sin que me dé cuenta, un chico con camisa blanca y pantalón de vestir negro se va acercando a nosotros con una sonrisa y a paso lento, como si temiera que escapemos de él. Enseguida lo reconozco como el vendedor que nos fue asignado apenas entramos.

—Hola, ¿se han decidido por algún modelo? —nos pregunta manteniendo la misma sonrisa de una felicidad poco probable.

—Gracias a todos los santos, vino alguien a ayudarme —lo escucho decir a mis espaldas.

Hablando con la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora