Viernes, 24 de marzo de 2017.
Ayer por la noche, tomé un vuelo a Los Ángeles y gracias a mi mala suerte se atrasó por dos horas. El taxista intentó entablar una conversación que apenas pude seguir, fueron treinta minutos escuchándolo quejarse de la política del país.
El reloj marca las seis de la mañana cuando me bajo del auto. El buen hombre está esperándome en la vereda con mi maleta a un lado.
—Muchas gracias —le digo, tomando la manija.
—Que tenga un buen día.
Me sonríe antes de abrir la puerta del conductor y meterse dentro del vehículo.
Inicio mi camino a la entrada de la mansión de Ian. Busco la llave en mi bolso de mano por dos minutos, hasta que recuerdo que la dejé en uno de los bolsillos de la maleta. Un suspiro cansado se escapa de mis labios y aprieto el timbre varias veces.
—Por favor, que estés en casa. Por favor, que estés en casa. Por favor, que estés en casa.
Las luces se encienden y escucho ruido al otro lado de la puerta. Un hombre cerca de los cuarenta años, de cabello rojo apagado, con lentes y pijama azul intenta abrir los ojos por completo.
—¿Qué haces acá?
—Buenos días, Ian. Me obligaste a venir, ¿recuerdas?
Sin esperar una respuesta de su parte me adentro a la morada, empujando su hombro con el mío. Estoy de mal humor y no he pegado un ojo por más de treinta horas. Todo por su culpa.
—¿Me ayudas con la maleta?
—No me digas que has perdido las llaves de nuevo.
Pongo los ojos en blanco. Una pierde las llaves una vez y no lo olvidan jamás. Me ha costado meses volver a ganarme la confianza de Ian para hacerme otro juego.
—No, sólo que las guarde en la maleta y no quería sacar todas mis pertenencias en la calle.
Al doblar por el pasillo una de las puertas en el fondo se cierra de golpe. Algo raro.
—¿Tienes compañía?
—Sí, aunque no es la compañía que tú crees —responde.
Deja mi maleta frente a la puerta que me pertenece.
—Duerme un poco. Te quiero en el estudio a las diez de la mañana.
Arrastra los pies hasta su dormitorio en donde se encierra con un portazo. Mis ojos se posan en el trozo de madera que me oculta a la persona que duerme ahí. Me asalta la curiosidad, pero decido ignorarla. No sé con quién me encontraré si abro la puerta.
Entro a mi habitación. Arrugo la frente y enciendo la luz.
—¿Qué mierda...?
La cama en donde duermo se encuentra destendida. Recuerdo que había ordenado la habitación antes de ir al aeropuerto. Ian nunca entra acá.
«¿Y si hay un ladrón en casa?»
Con pasos indecisos voy al baño, no hay nadie. Me acerco a mi vestidor, no hay nadie. Reviso debajo de la cama, no hay nadie. Quedo de pie en medio del lugar, no hay nadie.
Mi cuerpo me ruega que deje a un lado la paranoia y me acueste a dormir. Sin dar más vueltas me pongo un pijama básico y escondo debajo de las sabanas. La falsa tranquilidad no dura por mucho tiempo. Son las seis y media de la mañana y estoy oliendo mi almohada.
Definitivamente alguien estuvo durmiendo en mi cama mientras yo estaba ausente.
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Hablando con la Luna
Ficção AdolescentePRIMERA TEMPORADA TERMINADA Y DISPONIBLE. SEGUNDA TEMPORADA EN CURSO. Dejando de lado la creciente fama de actriz principiante, la vida de Mara Bamber se vuelve aburrida y monótona con el paso de los días. En forma de juego le pide a la luna que le...