Capítulo 10: Cumpleaños de Simón

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Domingo, 23 de abril de 2017.

Percibo gritos en la planta baja. Intento descifrar quién fue la persona que me despertó. No me lleva mucho tiempo darme cuenta que Ian llegó a Toronto, y seguro todo el vecindario también lo sabe. Se escuchan pasos pesados en la escalera, sé que una es Eva y el otro es Ian, pero hay una tercera persona que no distingo. Las voces se hacen más claras y fuertes cuando están en el pasillo. Cierro los ojos e intento volver a dormir.

—¿Mara sigue durmiendo? —pregunta Ian.

—Sí.

«En realidad, no. Lo estaría si guardaran silencio.»

—¿Salió a una fiesta anoche?

—No, anoche los tres fuimos al cine y luego a cenar. Ya conoces a Bambi, ella se queda hasta las tres de la madrugada con el celular.

—El cambio de horario es horrible.

Abro los ojos y me siento en la cama de un brinco. ¿Qué tan dormida puedo estar para escuchar la voz de Valentin?

Ian continúa hablando y una puerta se cierra de golpe, supongo que es la de su habitación.

—Bueno, cariño. ¿Quieres tomar un poco de té verde?

No escucho la respuesta y en mi mente pido que diga algo, pero el silencio se hace presente.

Me levanto de la cama y abro la puerta. La casa se encuentra iluminada por el sol mañanero que ingresa por los ventanales que dan al jardín. En el comedor y la sala no se ve nadie, pero en la entrada hay dos pares de zapatos, uno es de Ian y el otro... son botas negras. Trago duro.

Se escucha ruido de tazas en la cocina, que está debajo del lugar donde estoy de pie. Eva aparece en mi campo de visión y la niña que llevo dentro me grita: ¡Corre! Encuentro refugio en el baño. Me encierro en aquel cuarto por cuarenta minutos. Escapando del pensamiento que mi novio falso y mamá están sentados en el sofá, tomando el té y hablando de mí.

Se supone que tengo doce días para descansar de Valentin. Doce días para aclarar mis sentimientos e ideas. Doce días para estar en casa sin mentir. Doce días de libertad.

Vuelvo a mi habitación y examino mi armario. Saco un pantalón negro, y una remera clásica de color gris, por ultimo me coloco mis pantuflas de conejo. Tengo miedo de bajar a la sala y encontrarme con alguien que no quiero ver. Entonces me dedico a tender la cama, abrir la ventana para que entre aire puro y reordeno mis cosméticos.

—¡Bambi! —grita Eva, desde la sala—. Cariño, ¿puedes venir?

No puedo evitar a mi familia por mucho tiempo y menos en este día.

Camino por el largo pasillo, siento sus ojos mieles clavados en mí, pero no pienso bajar la cabeza y mirar a la derecha para corroborar que tengo razón. Al descender por los escalones de la escalera me acerco a las dos personas que me miran fijo.

Me planto frente a él, lo único que nos distancia es la enorme mesa donde descansan las tazas color verde que usaron para beber el té. Me pongo tan nerviosa que comienzo a jugar con mi anillo. Tengo la sensación de que voy a ser regañada por parte de Eva al no contarle que tengo novio, y por parte de Valentin al haber cortado toda comunicación. No hemos hablado desde el viernes. La culpa no me permitió devolverle alguna llamada, solo le escribí un mensaje de texto y le pedí que me dejará en paz por unos días.

—Hola, mi niña —saluda Valentin.

No le devuelvo el saludo, sigo aturdida de verlo aquí.

—Le dejaste sin habla, galán —se ríe Eva.

Hablando con la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora