Capítulo 4: Crying in the club

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Mini-maratón 2/2 💕

Sábado, 11 de agosto de 2018.

«Vamos a jugar, mi niña.»

Una voz que maneja mi sueño me grita que despierte y así lo hago. Mierda. Iba tan bien. Nunca había soñado con él, y ahora... que vuelvo a dormir en mi propia cama...

Me quedo mirando el lugar donde fue la última vez que... estuvimos juntos.

-Tengo que dormir en otro lado -murmuro.

Como no tengo planes hasta la tarde, no me molesto en arreglarme. Me visto con un jean azul claro, un top que ya va a perdiendo el color rosa de todas las veces que lo usé y he lavado, y bajo a la cocina en medias. Mamá apaga la televisión al escucharme bajar por las escaleras y me mira sobre su hombro cuando paso detrás de ella, para ir a la cocina.

-¡Bambi, ponte zapatos, que nos vamos!

Abro la heladera y saco el cartón de jugo de naranja y me sirvo en una taza de Stich.

-Primero que nada, buenos días -le digo, sin mirarla.

Se pone de pie y se acerca a mí.

-Se nos hace tarde.

-Quiero desayunar, ma.

-¡Son las dos de la tarde, Mara! -exclama, señalando el reloj que hay entre las ventanas de la cocina.

-Todavía no me acostumbro al cambio de horario -me excuso.

-Tuve que cambiar el turno de la peluquería dos veces.

-Oh, no -murmuro, con una nota sarcástica-. Pobre Donna, seguro se puso triste porque estás atrasando el momento que vas a volverla loca con todas tus quejas de que no te gusta tu cabello.

Abre la boca, indignada. Da media vuelta y se acerca a la puerta para ponerse sus zapatos e irse de casa.

-No pienso esperarte ni un minuto más. ¡Me voy contigo o sin ti!

Le hago el único gesto que puedo hacer sin faltarle el respeto. Me encojo de hombros.

Y eso la pone de mal humor.

-Si te quedas en casa tendrás que limpiar los muebles y barrer debajo de la mesada.

Me río hasta que ella me asegura que no es una broma. Abre la puerta y la cierra de un portazo, remarcando su orden.

-¡Espérame, ma! -le grito, corriendo a buscar mis zapatillas.

🌘🌗🌖🌕🌔🌓🌒🌑

Me encanta venir a la peluquería de Donna, siempre huele bien y nunca tienes que sentarte a esperar para que te corten el pelo. Vengo acá desde que tengo memoria, cuando era niña hasta me regalaban una bolsita de caramelos. Una vez crecí y los dulces pasaron a ser negados. Me sentí ofendida por un tiempo, no voy a mentir.

Normalmente venia siempre con mamá, a ella la atendía la dueña de la peluquería, Donna, y a mí me atendía la "ayudante", que, por supuesto era otra mujer con el mismo título de Donna, pero como era solo una empleada; era titulada por ayudante.

Nunca duraban por mucho tiempo, así que he conocido la mayoría de estilistas que hay en Toronto. La peluquera que me atenderá hoy es impactante. Tiene rasgos asiáticos, y se viste con ropa oscura, apretada, brillante. Me han dado ganas de pedirle que se junté conmigo una tarde y que me asesoré con mis compras de ropa. Además, es demasiado comunicativa, por más que se la haya pasado los diez minutos que nos conocemos quejándose de su jefa y que está a nada de renunciar.

Hablando con la LunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora