DARIA Alexándrovna, vestida con un sencillo peinador y rodeada de varios objetos diseminados acá y allá, registraba en una canastilla; se había recogido apresuradamente el cabello, peinado en trenzas, en otro tiempo abundante y magnífico; y sus ojos, al parecer más grandes por efecto de la delgadez del rostro, conservaban una marcada expresión de espanto. Al oír los pasos de su esposo, se volvió hacia la puerta y se esforzó para ocultar bajo un aire severo y desdeñoso la turbación que le causaba aquella entrevista tan temida. Hacía tres días que trataba en vano de reunir sus efectos y los de sus hijos para ir a refugiarse en casa de su madre, comprendiendo que era preciso castigar al infiel de una manera u otra, humillarlo y devolverle una pequeña parte del mal que había causado; pero aunque se repitiese que lo abandonaría, le faltaba resolución para ello, porque no podía perder la costumbre de amarlo, considerándolo como su esposo. Además, confesaba que si en su propia casa le costaba trabajo gobernar a sus cinco hijos, peor sería allí donde se proponía llevarlos. El más pequeño se había resentido ya del desorden de la casa y se hallaba indispuesto a consecuencia de haber tomado un caldo pasado; y los otros no habían comido casi la víspera... Y comprendiendo que nunca tendría valor para marcharse, procuraba engañarse a sí misma, perdiendo el tiempo en reunir sus objetos.
Al ver que la puerta se abría, continuó revolviendo sus cajones sin levantar la cabeza hasta que su esposo estuvo junto a ella. Entonces, en vez del aire severo que se proponía adoptar, volvió el rostro, en el que se pintaban el sufrimiento y la vacilación.
—¡Dolli! —dijo Stepán Arkádich dulcemente, con acento triste y tímido. Le hubiera gustado mostrar un aire penoso y sumiso; sin embargo, desprendía frescura y salud.
La ofendida lo examinó con rápida mirada, y al verlo rebosando lozanía y salud, pensó para sí: «Es feliz y está contento, mientras que yo... Y esa amabilidad suya, tan desagradable, por la que le quieren y le aprecian tanto... ¡La odio!». Su boca se contrajo nerviosamente y el lado derecho de su pálido rostro empezó a temblar.
—¿Qué desea usted? —preguntó con la voz rápida, profunda, que no parecía la suya.
—Dolli —repitió Stepán Arkádich conmovido—, Anna llega hoy.
—Me es indiferente; no puedo recibirla.
—Sin embargo, es preciso, Dolli.
—¡Salga usted de aquí, pronto! —gritó Dolli sin mirarlo y como si un dolor físico le arrancase aquella exclamación.
Stepán Arkádich había podido permanecer sereno pensando en su mujer, había podido esperar que todo se arreglara, como decía Matviéi, había podido leer el diario tranquilamente y tomar su café, pero cuando vio aquel semblante descompuesto por el sufrimiento, cuando oyó aquel grito desesperado y rendido frente al destino, se le paró la respiración como si algo le obstruyera la garganta y sus ojos se llenaron de lágrimas.
—¡Dios mío, qué he hecho! ¡Dolli! ¡Por Dios! Si...
No pudo decir más, porque un sollozo ahogó las palabras en su garganta.
Dolli cerró violentamente un cajón y, volviéndose hacia su marido, lo miró con fijeza.
—Dolli —exclamó, al fin—, ¿qué puedo decir yo? Solo una cosa: ¡perdóname! Piénsalo: no crees que nueve años de mi vida pueden compensar unos momentos, unos momentos de...
Dolli bajó la vista, escuchando lo que su esposo iba a decir, como rogándole que la convenciera.
—Un minuto de extravío —añadió Stepán Arkádich.
Quiso continuar, mas al oír estas palabras, Dolli oprimió los labios como por efecto de un dolor, y los músculos de su mejilla derecha se contrajeron otra vez.
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Ana Karenina (Vol. 1)
Historical FictionAna Karenina es la historia de una pasión. La protagonista, que da nombre a la obra, es un personaje inquietante y fascinador por la intensidad de su vida. Tolstoi, buen psicólogo y conocedor del mundo que le rodea, abre la intimidad de Ana y traza...