CUANDO este se hubo marchado, Serguiéi Ivánovich se volvió hacia su hermano menor.
—Me alegro de verte —le dijo—. ¿Has venido para mucho tiempo? ¿Cómo van los negocios?
Lievin sabía que su hermano mayor se interesaba poco en las cuestiones agronómicas y que le hacía una concesión al hablar de ellas; por eso se limitó a contestar sobre la venta del trigo y la cantidad realizada en sus tierras. Su verdadera intención había sido hablar con su hermano sobre sus proyectos de matrimonio y pedirle parecer, pero después de la conversación con el profesor, y ante el tono involuntario de protección con que Serguiéi Ivánovich le había interrogado sobre los asuntos del campo —la finca que habían heredado de su madre no estaba repartida y Lievin se encargaba de su administración—, no se sintió con valor para ello, le pareció que su hermano no vería las cosas como él deseaba.
—¿Cómo van los asuntos del zemstvo? —preguntó Serguiéi Ivánovich, que se interesaba por las asambleas provinciales designadas con ese nombre, atribuyéndoles mucha importancia.
—No sé nada.
—¿Cómo es eso? ¿No formas parte de la administración?
—No, he renunciado; ya no asisto a las asambleas.
—Es una lástima —murmuró Serguiéi Ivánovich, frunciendo el entrecejo.
Para disculparse, Lievin dio cuenta de lo que sucedía en las reuniones de distrito.
—¡Siempre es así! —interrumpió Serguiéi Ivánovich—; he aquí cómo somos nosotros los rusos. Tal vez deba considerarse como un buen rasgo de nuestro carácter esa facultad de reconocer los errores; pero los exageramos, y nos complace la ironía, que nunca falta en nuestra lengua. Si se concedieran nuestros derechos y esas mismas instituciones provinciales a cualquier otro pueblo de Europa, alemanes o ingleses, sabrían extraer la libertad, mientras que nosotros nos contentamos con reír.
—¿Cómo ha de ser? —replicó Lievin con la expresión de un hombre culpable—. Era mi último ensayo; lo tomé con mucho afán, pero ya no puedo hacer nada; soy incapaz de...
—¡Incapaz! —interrumpió Serguiéi Ivánovich—; tú no consideras el asunto como deberías.
—Es posible —repuso Lievin, con tristeza.
—¿Sabes que nuestro hermano Nikolái está otra vez aquí?
Nikolái era el hermano mayor de Konstantín y semihermano de Serguiéi; era un perdido que había devorado la mayor parte de su fortuna, indisponiéndose con sus hermanos para vivir en una sociedad tan perjudicial como extraña.
—¿Qué dices? —preguntó Lievin, atemorizado—. ¿Cómo lo sabes?
—Prokofi lo ha visto en la calle.
—¿Aquí en Moscú? ¿Dónde está?
Y Lievin se levantó como si deseara correr en su busca.
—Siento habértelo dicho —replicó Serguiéi Ivánovich, encogiéndose de hombros al notar la emoción de su hermano—. He enviado una persona para averiguar dónde vivía, remitiéndole su letra de cambio sobre Trubin, la cual he pagado ya. Hete aquí lo que me ha contestado...
Y Serguiéi tomó de la mesa una carta, presentándola a Lievin. Este último leyó el billete, escrito en caracteres tan familiares, que decía lo siguiente:
Pido humildemente que se me deje en paz; es todo cuanto solicito de mis queridos hermanos.
NICOLAI LIEVIN
Konstantín permaneció en pie, sin levantar la cabeza. En su corazón el deseo de olvidarse ya de su hermano desgraciado estaba luchando con la sensación de que eso estaba mal.
—Por lo visto, quiere ofenderme —continuó Serguiéi—; pero esto es imposible. Yo deseaba de todo corazón poder ayudarle, aun sabiendo que no lo conseguiría.
—Sí, sí —repuso Lievin—; comprendo y aprecio tu conducta con él, pero iré a verlo.
—Si te place, puedes ir —dijo Serguiéi—; mas no te lo aconsejaría; y no es que lo tema por lo que respecta a las relaciones que median entre tú y yo, pues no podría indisponernos; si te aconsejo no ir, es por ti mismo, porque nada conseguirás. Sin embargo, obra como te parezca.
—Tal vez no haya verdaderamente nada que hacer; pero en este momento... no podría estar tranquilo...
—No te comprendo—replicó Serguiéi Ivánovich—; lo único que veo es que aquí hay para nosotros una lección de humildad. Desde que nuestro hermano Nikolái ha llegado a ser lo que es, considero con más indulgencia lo que llaman una «bajeza». ¿Sabes lo que hace?
—¡Ay de mí, es verdaderamente espantoso! —contestó Lievin.
Después de pedir las señas de Nikolái al criado de Serguiéi Ivánovich, Lievin se puso en camino para ir a buscarlo; pero cambiando luego de idea, aplazó su visita hasta la noche. Ante todo, a fin de recobrar la paz interior, quería resolver la cuestión que le había llevado a Moscú; y por eso fue a buscar a Oblonski. Cuando supo dónde estaban los Scherbatski, se dirigió al sitio en que pensaba encontrar a Kiti.
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Ana Karenina (Vol. 1)
Historical FictionAna Karenina es la historia de una pasión. La protagonista, que da nombre a la obra, es un personaje inquietante y fascinador por la intensidad de su vida. Tolstoi, buen psicólogo y conocedor del mundo que le rodea, abre la intimidad de Ana y traza...